Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | 'No codiciarás los bienes ajenos'

El Décimo Mandamiento

Así como el Noveno Mandamiento se complementa con el Sexto (o viceversa), el Décimo se complementa con el Séptimo

Por: EL INFORMADOR

     En el artículo anterior se citó textualmente el versículo que condensa los Mandamientos Noveno y Décimo (Ex 20, 17). Este último se resume en: “No codiciarás los bienes ajenos”. Y así como el Noveno Mandamiento se complementa con el Sexto (o viceversa), el Décimo se complementa con el Séptimo. En ambos casos se nos prohíbe hacer de pensamiento lo que se nos prohíbe de acto; esto es, no sólo es pecado robar, sino también querer robar. Aquí es donde hemos de entender que, para todos los mandamientos, la ofensa en contra se comete cuando deliberadamente se desea o se decide cometerlo, y realizar la acción agrava la culpa. La cuestión también, como en todos los mandamientos, se trata de deseos desordenados y consentidos, lo cual no significa que sea pecado desear tener algo que sea como el del prójimo, si lícitamente se pudiera.
     El Catecismo de la Iglesia Católica (2534) enseña que la codicia, definida como deseo o apetito ansioso y excesivo de bienes o riquezas, “tiene su origen, como la fornicación, en la idolatría condenada en las tres primera prescripciones de la ley. El Décimo mandamiento se refiere a la intención del corazón; resume con el noveno, todos los preceptos de la ley”. El asunto de la idolatría es particularmente espinoso, pues, como dice el libro de la Sabiduría (14,12): “De la invención de los ídolos se siguió a inmoralidad; fue algo que destruyó la vida”. Ha de aclararse que la idolatría no sólo se refiere a los falsos cultos del paganismo, sino que es actualmente una tentación constante. Hay idolatría desde el momento en que le hombre honra y atribuye poderes divinos a cualquier criatura en lugar de a Dios (Cfr. Catecismo 2113), trátese de demonios, como en las diversas formas de satanismo; de poder en todos los niveles; de placer, de dinero, de la raza –sólo las “güeras” son bonitas–, etc. Aquí entra también la “fe” irracional que se tiene en las piedras denominadas cuarzos.
     Más adelante, el Catecismo (2536) se refiere a la codicia en términos más ilustrativos, al afirmar que “cuando la Ley nos dice ‘no codiciarás’, nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece”. Y el problema es que cuando se desea de manera desordenada, se presta más atención a los bienes materiales deseados que a la perversidad y la vileza. Esto es, la persona codiciosa se presta a actos infames con tal de obtener un lucro, lo que conocemos cotidianamente como corrupción.
     Al respecto, el Papa Benedicto XVI, en una audiencia el 22 de abril de este año, dijo: “A la luz de la actual crisis económica esto revela toda su actualidad; de esta raíz, de la codicia, ha nacido esta crisis.” Palabras duras que siguen las de san Pablo: “En cambio, los que quieren hacerse ricos no resisten la prueba y caen en la trampa de muchos deseos insensatos y perjudiciales que hunden a los hombres en la ruina y la condenación. Porque el amor (desordenado) al dinero es raíz de toda clase de males” (1Ti 6,9-10).
     Frente a la codicia ha de cultivarse la moderación. Los padres deben dar ejemplo y educación con las cosas que entran por los ojos. La única receta es hacer ver a los hijos que pueden prescindir de muchas de las cosas que desean fervientemente, pero que no son necesarias y, por consiguiente, no hacen falta para ser felices y pasarla bien. Esto terminaría regenerando la vida social, puesto que no existe la distinción entre vicios públicos y privados; los vicios siempre darán lugar a más vicios, de manera que, por ejemplo, cuando se trata de líderes sociales y políticos, sus vicios privados dan lugar a ejemplaridad negativa.
     La codicia esclaviza tanto al que ya tiene dinero y desea más, como a quien no lo tiene y sueña con tenerlo. Y aunque la Iglesia exalta el desprendimiento de los bienes materiales, no se opone al progreso material sujeto a un orden natural; en este caso, siempre se cumplirá lo de buscar primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se dará por añadidura. La felicidad verdadera no consiste en tener muchas cosas, sino en saber disfrutar de lo que se tiene. La felicidad brota de lo más íntimo de nuestro ser y nada externo la proporcionará nunca. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx


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