Suplementos | De viajes y aventuras El Cañón de Kavak Disfrutar el momento en un estrecho sendero colmado de agua Por: EL INFORMADOR 1 de julio de 2012 - 03:36 hs Con ambas manos se pueden tocar las paredes del cañón, con sus aguas color de té, debido a los taninos de las plantas de la selva. / GUADALAJARA, JALISCO (01/JUL/2012).- En fuerte cable atado a una de las paredes, nos permitía, sujetándonos con fuerza, remontar el imperioso caudal de aguas rojizas que aumentaba su velocidad –y su celosa inquina– al pasar por el estrecho cañón de altas y lisas rocas, como si quisiera evitar nuestro paso a la cascada, donde con grandes borbotones a cada instante se renovaba y volvía a nacer. Nuestros pies se levantaban con la fuerza de la corriente, mientras que el deseo de llegar a la belleza prometida, nos hacía aferrarnos al dichoso cable que nos permitía mantener la cabeza fuera del torrente. Con un jalón y otro jalón avanzábamos en cortos tramos; y en los resquicios donde la corriente cedía, como si fuera una travesura, abríamos los brazos para tocar las dos paredes al mismo tiempo, regocijándonos tanto de la hazaña como de la sensación de estar abrazados por aquel caldo, limpio y tibio del color del té. Ángel se llamaba el piloto –homónimo del que aterrizó en lo alto de la cascada– que se ofreció a llevarnos en su avioneta a la pequeña aldea de Kavak, habitada por los karamakotos. Queríamos conocer el cañón y la famosa cascada que nos habían dicho, aunque la excursión era difícil valía la pena. Su pequeño avión, teniendo buena estampa con sus alas altas y la hélice casi nueva, las calcomanías de las muchachas con poca ropa que resplandecían entre los relojes del tablero, y la colita de zorra colgando de la brújula, nos hicieron dudar de la sensatez del intrépido personaje que nos llevaría a los cielos. Haciendo de tripas corazón, y con un rugido nada esperanzador que estremeció desde el motor hasta las calcomanías, despegamos airosos. Debo confesar que me tranquilizó la sonrisa de mi intrépida compañera, que desde el fondo del avión y entre los bultos de carga, parecía decirme… “no hay problema, cuando te toca, te toca: ni antes ni después” y así, tranquilos continuamos el viaje. La pericia y colmillo de nuestro Ángel, que esquivaba con certeza las paredes de roca ocultas entre las nubes, nos convencía a cada instante de sus facultades de aviador conocedor. Las vistas que –entre trago gordo y trago gordo– íbamos disfrutando, eran impresionantes. Mientras por un lado veíamos las monumentales paredes de roca que “lloraban” cascadas de todos tamaños que se precipitaban al vacío, perdiéndose luego entre el “brócoli” de la selva lujuriosa. Por el otro, divisábamos las extensas praderas de la “Gran Sabana” surcadas por decenas de ríos –igualmente color de té– que serpenteaban llevando su misión de vida. Un rugido imponente, enérgico y asustoso, salpicado de golpes de piedritas, nos avisaba que nuestro “Ángel” nos había devuelto a la tierra sobre la pequeña pista terregosa de Kavak. Unos rugidos más; media vuelta; silencio; abrir puertas; calor y un “bienvenido” en idioma pemón nos hizo recapacitar del lejano lugar en donde estábamos. Guiados por Eulalia –a quien bauticé como Laila y le encantó– comenzó con una enérgica marcha por las colinas típicas de la Sabana, que se fueron haciendo más empinadas, angostas y selváticas, en donde teníamos que sortear las rocas enlamadas y resbalosas en el río. Un zampurrón involuntario que nos dio la bienvenida, nos hizo disfrutar con ligereza todo lo que en adelante nos sucerdería. Fuera ropa, fuera chanclas, fuera todo lo que estorbara y… (Carpe díem) ¡A disfrutar el momento! Ante la imposibilidad de caminar sobre una enorme, plana y resbalosa roca que se atravesaba en la corriente, tuvimos que rebasarla deslizándonos sobre ella con nuestra propia piel y ¡acostados... sin que se interpusiera ropa alguna! Al hacerse más angosto el río, donde las paredes parecían hacerse más altas y estrechas, no eran más que un preámbulo para, más adelante abrirse y mostrar el impresionante anfiteatro enclaustrado, altísimo y rocoso desde donde, como si del mismo cielo cayera, la gran cascada vaporosa y espléndida se desplomaba estrepitosa y monumental –cual ópera de Wagner– haciendo con esto el imponente y gran final de nuestra excursión. Un buen rato de contemplación de aquel lugar magnífico y… el regreso con los mismos divertidos incidentes, y llegar a donde nuestro Ángel volador nos esperaba con el motor encendido para evitar las sombras del atardecer. Temas Pasaporte De viajes y aventuras Lee También Agencias de viaje en Jalisco ofrecen descuentos para adultos mayores con Inapam Un viaje por el tiempo en Cuitzeo, Michoacán Abrazo otoñal en la Riviera Nayarit Pasaporte: la vocación de contar el mundo Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones