Miércoles, 15 de Octubre 2025
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Una pregunta de René Char: “¿Es vivir obstinarse en consumar un recuerdo?”

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (05/NOV/2011).- Temprano hay más luz, temprano está más oscuro. Así transitan los días primeros de noviembre. Las tardes se acortaron, las mañanas dieron un paso atrás para tener mejor vuelo. La puerta del jardín se cierra lentamente; quedan el júbilo y la gracia de los árboles serenos mientras la tarde sigue. Otras puertas se van abriendo al que camina. De arriba del aire baja el aire de un huapango, un rasgueo de guitarra, un entrevero del día que se sabe habrá de durar por siempre. Instantáneas noticias favorables. Dice Charles Tomlinson: Muy poco/ se ha dicho/ de la puerta, una de/ sus caras vuelta hacia el/ vertido de la noche y la otra/ hacia el brillo y parpadeo del fuego del hogar.

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Una pregunta de René Char: “¿Es vivir obstinarse en consumar un recuerdo?”

Y una afirmación: “En nuestros jardines se preparan bosques”. Dos frases que resuenan contra una cita de Wallace Stevens, hallada al azar de la elusiva pantalla: “La poesía es una respuesta a la necesidad diaria de arreglar el mundo”. La entrada de hoy para este diario, piensa este espectador, es una misteriosa química de hallazgos y referencias que se anudan en los traqueteados cuadernos de dibujo, en los libreros vagabundos, en las calles transeúntes y tornadizas. Unas revisitadas líneas de Jaime Gil de Biedma, lapidarias, casi un epitafio: “Más, cada vez más honda/ conmigo vas, ciudad,/ como un amor hundido,/ irreparable”.

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Eugenia Coppel Ochoa, ateniéndonos a la evidencia, es dueña de un ojo privilegiado. Circula por la ciudad en bicicleta, esa máquina de apropiación urbana hasta ahora inigualada. Porque tras el manubrio de un biciclo, es el equilibrio inasible e instantáneo la primera condición para el viaje. Ese frágil balance está hecho de muchas cosas: el ánimo con que quien pedalea emprende el trayecto, el aire que sostiene no sólo al ciclista sino a la ciudad que a su alrededor transcurre, la cambiante catadura de pavimentos y banquetas, la minucia irritante de rajaduras y desniveles que acechan, los olores que mecen o atosigan, los pájaros en vuelo, los demás. Todo contribuye a que el continuado milagro del equilibrio prepare al ojo para el descubrimiento y la invención, en veces para el gozo o el lamento. Dueña, así, propietaria de la ciudad, Eugenia ciclista establece su dominio con una mirada que insiste en ver más allá: a través del espejo. Como a Alicia, maravillas y deslumbramientos la esperan. Los entrega ahora en su libro Ciclovista Guadalajara, descubrir la ciudad en bicicleta, publicado por la UdeG. Aprendizaje ejemplar, recordatorio de que los prodigios esperan: la ciudad recibe el homenaje.

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Kipling otra vez, así solo sea para corresponder a la caudalosa admiración que Borges expresa una y otra vez por el escritor británico. Repasar sus poemas apenas envejecidos por el tráfago del tiempo y las veleidades de las modas. Un resonar de tambores lejanos, inflexiones de marineros borrachos, recuento de guerreros y barcos, la ley de la jungla inscrita en versos ceñidos y fantasiosos, el If de tantos ensayos de traducción e irreductible, más aventuras y barcos, Gunga Din, los hijos de Martha, Mandalay…

Por el puro gusto, se reproducen, seguidos de una traducción más que aproximativa, los últimos versos de Mandalay, su música inigualable y empecinada.

On the road to Mandalay,

Where the old Flotilla lay,

With our sick beneath the awnings when we went to Mandalay!

On the road to Mandalay,

Where the flyin’-fishes play,

An’ the dawn comes up like thunder outer China ‘crost the bay!

En camino a Mandalay,/ Donde la vieja Flotilla yace,/ ¡Con nuestros enfermos bajo los toldos mientras íbamos a Mandalay!/ En camino a Mandalay,/ donde juegan los peces voladores,/ ¡y la aurora viene como el trueno desde China y a través de la bahía!

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Peter Gabriel, probablemente, tiene una de las voces más reconocibles de los tiempos del rock. Desde sus iniciales incursiones con Genesis y sus disfraces de flor y de dragón, a través de su ya larga carrera individual, en sus giras, en la audición desvelada de sus canciones que han logrado ser la insignia de una generación o dos. Un disco reciente, sin guitarras ni tambores, al mando de la New Blood Orchestra, confirma la vigencia del aguerrido cantor de The lamb lies down on Broadway. Un suntuoso y muy cuidado fondo de cuerdas y cornos conduce la dúctil avanzada de Gabriel por territorios aparentemente conocidos, coros y silencios. Y la canción no permanece igual. Recomendable.

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Fragmentos, dispersos, fulgurantes, de T.S. Eliot, de sus Twelve poems, escritos en 1920, año magnético. Y San Apolinar, tiesa y ascética,/ Vieja fábrica desafecta de Dios, mantiene todavía/ en sus piedras ruinosas la forma precisa de Bizancio.// Se mostrará mi cenotafio/ en las ardientes costas de Mozambique.// Señales que son tomadas por prodigios. “Veríamos una señal”./ El mundo dentro del mundo, incapaz de decir palabra,/ Empañado de oscuridad. En la renovación del año/ vino Cristo el tigre.// Después de tal conocimiento ¿cuál perdón?/ piensa ahora/ la Historia tiene muchos pasajes astutos, retorcidos corredores/ y salidas, engaña con susurrantes ambiciones,/ nos guía con vanidades. Piensa ahora.// Vi al pótamo tomar el vuelo/ ascendiendo desde las húmedas sabanas/ y los ángeles a su alrededor cantaban/ la gloria del Señor, en fuertes hosannas.// El dueño con alguien indistinto/ conversa en la puerta, aparte,/ los ruiseñores cantan cerca/ del convento del Sagrado Corazón.

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Destrucción de los jardines: avanzan las huestes crasas del cemento y el caucho y el aceite quemado. Estrechan el cerco, acosan, tiñen de fealdad y de espesa vulgaridad lo que tocan. Un pequeño jardín muerde el polvo y el imperio del automóvil extiende sus ávidas fronteras. Temprano, el carretón de la basura se lleva las ramas masacradas.

Tapatío

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