Suplementos | Por: Juan Palomar Diario de un espectador jpalomar@informador.com.mx Por: EL INFORMADOR 29 de agosto de 2010 - 19:40 hs GUADALAJARA, JALISCO (21/AGO/2010).- No hay consuelo para la pérdida de la casa de la infancia. Queda un oscuro resplandor que escuece, persistente, en la memoria. (Pide un compadre querido que se hable de esto: va). Ningún lugar como en el que se aprendió a medir la luz, a entender las sombras, a dejar confiado un día para esperar con alboroto inabarcable al otro. Por siempre en estancias y corredores sigue pasando la madre con sus cuidados, sigue nombrando las cosas que dulcemente se aprenden. Huele desde la cocina a lo que las casas honradas saben, y sobre la mesa de madera rubia el filo del cuchillo dejó marcado el tránsito de los días. Y tenía el cuarto los mínimos prodigios que alzaban la infancia por el aire, el rincón de las primeras lecturas, los juguetes, la ventana que se asomaba a la calle de marítimo nombre y a la luna. Tenía la casa sus nanas y dos jardines y los árboles bien conocidos y cuidados, las plantas que protegían -el floripondio- y un perro que siempre estaba de buenas. Había las cosas de los abuelos y un sótano y un laboratorio de prodigios. Había el luminoso rumor de los hermanos, había siempre una marea tranquila de ires y venires, el restallido gozoso de la música que nunca abandonaba. (Tommy, can you hear me?). El padre, cimiento, muro, techo y sustento de la casa toda seguirá estando en su sillón, la sonrisa pronta, el gesto bondadoso y sereno. Buen tiempo, mal tiempo, la casa navegaba impasible. Al amparo de la madre y de sus ojos azules y sonrientes se asciende la escalera de los años. Y luego partir, y no estar nunca en otra parte: ese centro del mundo gravita, constante y fiel. No, nunca hay consuelo que valga al perder la casa de la infancia. Pero la herida que queda, la misma herida con su luz secreta, guía sin cesar los pasos de la errancia. ** Cosas de viejos papeles. (Para acordarnos de don Leopoldo I. Orendain). Aparece una invitación fechada el 27 de febrero de 1952, Miércoles de Ceniza. Es un tríptico horizontal, de buen papel, con dos viñetas. Convoca a la misa de los artistas, a celebrarse en México en la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes. En el comité organizador están Fanny Anitúa, Luis Barragán, Kitzia Hoffman-Isenburg, Esperanza Iris, Fernando Leal, Gloria Marín, Jorge Negrete, Jesús Reyes Ferreira, Dolores del Río, Fernando Soler, y algunos otros. Dice un texto: “Pedirán, según el voto de Willette, por sus compañeros que hayan abandonado este mundo y por aquellos quienes en el transcurso de este año serán llamados a la contemplación de la Belleza Infinita, a la que durante su vida han servido en la Tierra, a veces sin saberlo”. Y luego, la Oración de Willette: ¡Ave, Domine, morituri te salutant! Los que te saludan, Señor, antes de morir son: Los que has creado a tu semejanza para crear arte, Los que han meditado tu obra y rendido homenaje a tu Belleza Son los pobres de espíritu, desdeñosos del oro diabólico. ¡Son los arribistas que aspiran a la gloria de estar a tu derecha!... Estos, Señor, te saludan antes de morir. Nosotros, los artistas, en la arena tenebrosa, a la luz de las armas que nos has dado, enfrente de las multitudes que tienen boca para silbar si sucumbimos…pollice verso! Te saludamos, Señor, antes de morir. Jorge Negrete moriría en 1953, Fernando Leal en 1964, Jesús Reyes en 1977, Gloria Marín en 1983, Luis Barragán en 1988... ** Para seguir celebrando a Miguel Hernández, estos fragmentos fulgurantes: Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío: claridad absoluta, transparencia redonda. Limpidez cuya entraña, como el fondo del río, con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda. ¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho, corazón de alborada, carnación matutina? Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho. Tu sangre es la mañana que jamás se termina. No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso. Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente. La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso. Tu insondable mirada nunca gira al poniente: Yo no quiero más luz que tu sombra dorada donde brotan anillos de una hierba sombría. En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada, para siempre de noche: para siempre es de día. Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También Samuel Kishi y su cine que cruza fronteras y generaciones Un museo vivo: Experiencias y arte en el Cabañas La gran estafa que nos hizo “americanos” El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones