Suplementos | Por: Juan Palomar Diario de un espectador jpalomar@informador.com.mx Por: EL INFORMADOR 17 de julio de 2010 - 01:48 hs GUADALAJARA, JALISCO (17/JUL/2010).- La estación llega a su plenitud pasando el mediodía. La luz disminuye a un nuevo límite y la sombra de la mesa es apenas una tenue gradación en la suntuosa paleta que los grises despliegan. El aire guarda en su centro un aluvión que hace gravitar su peso sobre el jardín de inminencias. El cielo se parte con el ruido exacto que hacen las piedras de castilla al rendir su nobleza bajo el mazo del albañil. Las primeras gotas, dice un niño, son las monedas con que el jardín pagará luego el Sol que le haga falta. ** Marco Vitruvio Polión. Joseph de Castañeda, traductor en 1761 de la versión francesa de Perrault de Los diez libros, habla en su prefacio del más venerado padre de la arquitectura: “Era Vitruvio hombre de poca apariencia: con el exercicio de su Arte había adquirido pocos bienes: y como su crianza y continua ocupación fue el cultivo de las ciencias, le había faltado tiempo para estudiar y poner en práctica las artes de la Corte, y el modo de adelantarse y hacerse valer.” El principio del Primer Libro dice: “Del origen de la Arquitectura. Dícese que los hombres que al principio habitaban en montes y cabernas como las fieras, se juntaron para fabricar Casas y formar Poblaciones; y que esto sucedió con motivo de un incendio causado por el viento en una selva, a cuya novedad y efectos prodigiosos acudía toda la gente; y así habiéndose encontrado juntos muchos hombres en un mismo lugar, ayudándose unos a otros, hallaron medio de guarecerse mejor que baxo los árboles o en las cabernas. De aquí nace pretender sea la Arquitectura el principio y origen de las demás Artes: pues advirtiendo los hombres lo bien que les había salido la de hacer Casas, cuya invención debieron a la necesidad, formaron el designio, y se animaron a buscar otras y aplicarse a ellas.” ** Albert Camus. El gran escritor francés de origen argelino no acaba de ofrecer nuevos encuentros. Un libro, titulado La posteridad del sol recientemente publicado en facsímil por Gallimard, de una muy rara edición original aparecida en 1965, entrega una serie de fragmentos poéticos de su autoría que establecen un diálogo con las espléndidas fotografías de Henriette Grindat. Era ésta a la sazón una joven fotógrafa suiza quien, atraída por la poesía de René Char toma contacto con él en 1950. El poeta la recibe en su casa de L’Isle-sur-la-Sorgue, en el Midi francés profundo, en agosto de ese año. Henriette dedica el verano y el invierno a fotografiar el arrière-pays que según Char “es la imagen del nuestro, invisible a los otros y que nos dio eso que me esfuerzo a alcanzar en la poesía, si decir esto no es muy arriesgado”. Más tarde, Char entregará a su amigo y frecuente visitante, enamorado del país, Albert Camus, las fotografías de Henriette Grindat, con la intención de hacer un libro en colaboración. De allí parte el manuscrito de La posteridad del sol, fechado en 1953, año de la famosa y violenta polémica que enfrenta a Camus con Sartre. Una estancia en Argelia le devuelve luego a Camus el equilibrio perdido. Afirmaría después que una obra “no es otra cosa que este largo camino para reencontrar por los rodeos del arte las dos o tres imágenes simples y grandes sobre las que el corazón, una primera vez, se ha abierto”. Estas visitas a los lugares esenciales del escritor, estas reflexiones sobre el arrière-pays absoluto que las imágenes de Grindat evocan, estas fuentes, le dan a la obra del artista "su singularidad al mismo tiempo que su energía, le entregan las claves de su fecundidad y de su autenticidad". De este modo, el libro se convierte en un testimonio de la gran amistad entre Char y Camus, dos enormes artistas que celebran un país común. Dice Char: “El paisaje, como la amistad, es nuestro río subterráneo. Paisaje sin país”. El proyecto, sin embargo, es pospuesto. En 1960, antes de salir para París, Camus dice a su amigo: “René, pase lo que pase, haz que nuestro libro exista.” Dos días después del fatal accidente de Camus, Char escribe: “Pierdo un hermano, un hermano escogido por mí y no un hermano dado por una madre ciega”. Al fin, La posteridad del sol aparece en 1965, acompañado de un texto de Char y de la imagen que según los dos faltaba: la de una mujer del país, para la que el poeta compone el fragmento faltante. A través de los años y sus vaivenes, aquí esta ahora este libro, sobre la mesa. Fue, por última vez, Albert Camus quien lo envió, hace cincuenta años, a través de las manos de René Char. Grandes fotografías en blanco y negro que dan cuenta de lugares próximos y lejanos. Textos breves y certeros que crean una segunda visión que se sobrepone y enlaza a la primera. Todo esto, para celebrar la amistad en este julio fugitivo. Para hablar de un escritor muerto hace medio siglo y que ha sido constante compañía, acicate, asombro desde los tempranos años. Para celebrar, junto con él, junto con los amigos, el íntimo país que nos da sustento, razón, sentido. Escribe Camus: En la joven luz el invierno será seco. Sobre las tierras del sol, agosto extiende los colores, pero el sol resplandece, el cielo está azul de nieve. Veranos negros, inviernos de oro, la verdadera fuerza tiene dos caras. Señor encrespado, el mistral sopla enseñoreándose sobre estas tierras. Hasta los soles están ebrios. El ciprés resiste o se rompe. Pero el largo estremecimiento de los álamos despliega la fuerza del viento, y lo usa. Uno enseña el honor, los otros la obstinación de la dulzura. ¿Qué haríamos de vuestras ciudades y vuestras escuelas? De los viejos troncos de sauz surgen los retoños de las ramas nuevas. Es el primer jardín del mundo. En cada aurora, el primer hombre. Los misterios del Sorga pertenecen a los niños. La hoja de plátano que deriva embarca hacia un país de vergeles y de batallas. He aquí el próximo lecho para el amor. El lugar está ya caliente. Se les oye reír, a lo lejos. Estas viejas ruedas del molino perdido, el río las hace un nudo de los cordajes oscuros, trampa de luz, poesías. Nada dura y nada muere. Nosotros, que creemos esto, construiremos en adelante nuestros templos sobre el agua. Aquí vela, bajo los rizos de barro tibio, un pueblo de reyes. La hierba crece entre las dulces tejas redondas. El enemigo es el viento; el aliado, la piedra. Y, finalmente, el texto que quedó pendiente a los amigos -que acompaña la fotografía de una mujer de ojos claros, el pelo ensortijado- redactado por René Char: Para la casa rugosa, el perfil de una cara dibujada por la corriente de las aguas. Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También Samuel Kishi y su cine que cruza fronteras y generaciones Un museo vivo: Experiencias y arte en el Cabañas La gran estafa que nos hizo “americanos” El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones