Miércoles, 15 de Octubre 2025
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (19/JUN/2010).- Cierto, la lluvia es un país paralelo, un lugar que se sobrepone y transmuta a lo que toca. No queda más que inclinar o alzar la cabeza, rendirse a su minucioso imperio. Como a veces, una tribu de delgados insectos rojos entra sin previo aviso al caer la tarde. Imposible saber ciertas cosas importantes: ¿de dónde vienen, qué buscan, cuál es su papel –sin duda indispensable- en la composición de la estación que aquí recala después de su anual travesía? Las huestes rojas son aladas: llegan planeando sobre cuatro velas finísimas que pliegan, con impar elegancia, como si de una sola se tratara. Ávidas de la luz, no reparan en quemarse con tal de lograr su proximidad. Al poco rato, como cumplido un designio, los misteriosos insectos dejan atrás las alas y se arrastran penosamente: ninguno dura más que la noche. Millones de años ven culminados en ellos sus esfuerzos. Quién lo diría.

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La arquitectura tiene los pies livianos. La que cuenta, la que tiene algo que decir, la que lo está diciendo. No importa que se trate de una troje olvidada, una catedral, una casa atacada por los años, un palacio, un buen edificio de los tardíos cincuenta... Aldo Rossi, el inolvidable, solía decir que “la gran arquitectura tiene una cierta indiferencia a la función.” Y sin embargo, este distanciamiento de las solicitaciones de lo inmediato, este tranquilo señorío, esta grandeza, sobreviven sobre unos cuantos elementos que sostienen la expresión de lo construido. Se quitan o se alteran, y el inasible edificio paralelo de la belleza y la gracia desaparece sin remedio, sin un adiós. En cada arquitectura es distinto: una luz que se altera, un material que se recubre, una proporción que se modifica, una atmósfera que se rompe, un color o una textura que varían. Por capricho, estupidez, inadvertencia, moda, saña. Livianos los pies, ausente la mirada impasible, la arquitectura se va. Se disuelve en el aire delgado. Quedan los cascarones mudos, los restos de un naufragio, materia para el olvido y la desventura. Y, sin embargo, cuando hay suerte y deliberado tino, ciertas obras, apoyándose en el mismo poderío de su esencia, en la indiferencia rossiana a lo trivial, salvan incólumes transformaciones y mudanzas de uso, toleran adiciones y guiños de la circunstancia. La línea es muy delgada, el riesgo del equilibrista acecha a cada paso, pero hay veces…

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Roxy Music, a cada junio. Vuelven los años, pasan los años. Cada vez más lejana la orilla venturosa de la infancia. Bryan Ferry, con distante elegancia, canta desde un rincón de la memoria los versos que ahora, en esta traducción, quieren ser un regalo hecho de palabras.  

Haría cualquier cosa por ti

Ascendería montañas

Nadaría en todos los azules océanos

Caminaría mil millas

Revelaría mis secretos

Más de lo que pudiera compartir

Pondría rosas alrededor de tu puerta

Me sentaría en el jardín

Cultivando papas a montones

La guitarra, luego, lleva la punta de un hilo de sonidos que un violín acaba de trenzar. Silencio. Y después la banda en pleno retoma el ataque. Sigue un tranquilo pasaje que prepara el repentino redoble de los tambores, lo último por decir: una letanía obsesiva, los versos que cifran lo perdido y lo encontrado:

Sacude tu pelo muchacha con tu cola de caballo

Me regresa exactamente (cuando eras joven)

Avienta tus preciosos dones al aire

Mira como caen (cuando eras joven)

Levanta tus pies y ponlos sobre el suelo

Sobre el que solías caminar (cuando eras joven)

Levanta tus pies y ponlos sobre el suelo

Las colinas eran más altas (cuando eras joven)

Levanta tus pies y ponlos sobre el suelo

Los árboles eran más grandes (cuando eras joven)

Levanta tus pies y ponlos sobre el suelo

La hierba era más verde (cuando eras joven)

Levanta tus pies y ponlos sobre el suelo

Sobre el que solías caminar (cuando eras joven)

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Estrategias de la semilla. Unas, las del fresno, tienen la forma de una púa: caen con la inercia de la espiral y actúan por encono, por terca fijación. Otras se rodean de un ala inasible que las lleva lejos, las arrincona en lugares insospechados. Algunas más confían en la ineluctable putrefacción de lo vivo: son blandas, delicuescentes, se infiltran mañosamente en los intersticios. Las hay que aparecen blindadas e irreductibles, dispuestas a durar y a convertirse en cargas de profundidad en el suelo vegetal. Muchas se disponen en apretados contingentes almacenados en vainas de diversas cataduras: apuestan al número, se alían con la probabilidad. Maneras de ser, de transmitir la duración, de cumplir la escritura: si la semilla no muere…

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Regresar a Ramón Gómez de la Serna, a sus greguerías imbatibles entre tanta cháchara facilona y huera:
 
Del café:  

La medida de la taza de café debe ser el hueco interior del corazón porque parece que el café que se bebe es sorbo inmediato de aurículas y ventrículos.

Lo que más le gusta al camarero es juntar dos mesas, como si las casase.

Lo más bonito de estar en el café  es que se pueden pedir muchas cosas, aunque no se pida más que una.

Los “esperadores” –nunca vendrá el hombre o la mujer que esperan- son los más recalcitrantes asiduos del café. 

Tapatío

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