Miércoles, 15 de Octubre 2025
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (15/MAY/2010).- Atmosféricas. Granizos como picotazos de una bandada de pájaros invisibles y rápidos  repican largamente en el ventanal. Su ritmo resuena sobre la tensa tela del calor despiadado de mayo. El jardín respira con una amplitud inusitada, el olor de las plantas castigadas por las piedras de agua impregna el aire aún caliente, un viento que viene de la barranca se va llevando a ráfagas la luz que persiste. Luego llueve reconcentrada, largamente, improbable generosidad de la estación sofocada y huraña. Baja el agua por la calle tomada por asalto, da la vuelta, cubre las banquetas, arrastra ramas y basuras. Lava la cara percudida de la ciudad, regresa el ánimo a los follajes desmayados, voltea las caras aliviadas al cielo que sigue vertiendo sus dones indiferentes y exactos: a cada quien su lluvia. Un cálculo ingenuo mide el tiempo en que el particular borbotón que ahora cruza la cuadra tardará en llegar al río, caer a la barranca, rodar por meandros y desfiladeros, cruzar llanos dilatados y sedientos, encontrar el mar.

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El artista alemán Reinhart Buettner escribió un breve, notable, ensayo sobre el ensayo. La traducción de Rosa Palomar permite asomarse a la original visión de Reinhart, y su particular acercamiento a su propio trabajo. El título es El ensayo, género de extraña fluorescencia. Dice, en alguna parte: “Ensayo no es sino la designación coquetamente modesta, altamente ligera y nada comprometedora de una obra que, como simple “intento”, no muestra pretensión alguna ni de ser dueña de la verdad, ni de lo absoluto; que no se coloca a ella misma ni entre las ciencias ni entre las bellas letras; que arranca de opiniones, lecturas y observaciones cotidianas y permite al lector mirar sobre el hombro del autor mientras éste va formulando sus pensamientos.” Discurre luego Buettner sobre Erasmo, Montaigne, Bacon, sobre la “desmesura de su audacia” como inauguradores de una libérrima forma de entender y transmitir una modesta y orgullosa visión del mundo. “Se trata de una continua y desordenada búsqueda sin razón de ser ni patrón a seguir que hace arder las ideas, que las hace perseguirse y reproducirse unas a otras.” (Montaigne). Y agrega Buettner: “Con lo cual volvemos a la fluorescencia de este género que es el ensayo, ya que los hay en forma de tratado filosófico-crítico, de caleidoscopio de la historia de la cultura, de aguda interpretación, de glosa rebosante de burla mordaz, de declaración de amor a un objeto, una persona o un mundo (…) [los hay] como polémica alegórica científica entre diversas cosmosvisiones, como propaganda y revuelta camuflada, como consideración estética, comentario moral o como observación ingeniosa con detonador de tiempo…”

Buettner remata así: “Y esto me da oportunidad de soltarles ahora unas pocas palabras sobre mis “Es-says”: Yo no he escrito, he dibujado. Mis ensayos no son ilustraciones sobre textos de Montaigne u otro representante del género fluorescente, sino el intento de hacer con el dibujo lo mismo que los colegas del gremio de los escritores con sus escritos: vincular pensamientos, reflexiones e imaginaciones. Para los dibujos rige lo mismo que para sus hermanos literarios: pequeñez y discreción en la forma, perspectiva múltiple, escepticismo, erudición, búsqueda de formulaciones certeras, agudezas, alusiones, retórica y un atento paseo por el mundo.” Habría que ver los dibujos.

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Letrero terminante, fulmíneo, grandilocuente, sobre la cajetilla de Gitanes: Fumar mata. Debería tener su corolario, no menos rotundo, del otro lado: Fumar absolutamente mata absolutamente. El humo danza, azul, contra el muro muy blanco.

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Orozco el inagotable. La exposición del artista de Zapotlán el Grande en el Hospicio Cabañas es una estación indispensable en el acercamiento a la cumbre absoluta de la pintura mexicana del siglo XX. Muy bien montada, inteligentemente dispuesta, se va sucediendo a través de múltiples salas de la vieja casa de la misericordia, entre las pausas de sombras,  arquerías y soles bravíos de los patios que conducen a otras salas, donde el que pasa vuelve a sumergirse, bajo la luz cuidadosamente tamizada, en el estremecedor país de Orozco. Un país que no lo deja a uno en paz, que emerge a cada rato con la proverbial furia del pintor, con su pasmoso dominio del oficio, y mucho más allá, con la transfiguración de esas herramientas en una feroz pintura a quemarropa, a bocajarro, a cortar el aliento. Revisión de lo antes muchas veces visto, pero ahora junto y articulado en un discurso que le da nuevas resonancias; y encuentro con piezas nunca antes vistas, deslumbramientos, revelaciones, atisbos a una poderosa obra unitaria y múltiple a la que gobernó siempre la intransigencia ética, la libertad sin trabas, el poderío de un ojo infalible, la certeza de una mano tajante y dueña de una sabiduría muy antigua y a cada vez nueva. La paráfrasis repetida entre los icónicos, consabidos, murales y sus estudios y dibujos preparatorios deja al espectador cavilando largamente acerca del increíble rigor que sustenta sus composiciones, la delicadeza que gobierna sus tan enérgicos trazos. Este desmontaje de imágenes largamente barajadas en la lotería del muralismo nacional permite asomarse a las capas anteriores de obras que en los muros se ofrecen en su monumentalismo hierático y que ahora dan cuenta de una cercana intimidad, de una reflexión originalísima e irrepetible. Nadie, así, para la furia y el sarcasmo, la vertiginosa hondura; nadie tampoco para la encarnizada compasión, el humor reticente, la pura pintura esencial y justa. Orozco, el inagotable, deja agotado, extrañamente gozoso, a quien cruza este recorrido arduo y apasionante.

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Homeless in Gaza. Se recarga contra la barda blanca y forma un difuso contorno del color exacto de todas las calles. Parece emitir una vibración inversa y honda. Por ese magro conjunto de señales: un hombre viejo y estragado, sus vestiduras de luto y jirones rabiosos, las desventradas bolsas de fortuna en que guarda todas sus posesiones terrenas (I’ve got some real estate here in my back, dirían S & G); por esa reducción radical de lo que es ser un habitante del mundo, por esa marca inconfundible en la mirada en lumbre, por ese no pedir cuartel ni reclamar otra cosa que la fugaz estancia sobre el suelo donde brevemente descansa, por esa indomable brújula que siempre apunta a otra parte. Por todo eso y más cosas que se ignoran se puede reconocer al príncipe de las ciudades, al imbatible, al que camina sobre llamas, la sal de la tierra. Dura por días el abismal fulgor de su paso contra la barda blanca de la casa.

Tapatío

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