Suplementos | Juan Palomar Diario de un espectador Nuevo elogio del Ipod. Contra la estupidez ambiental, contra la estridencia de la zafia necedad Por: EL INFORMADOR 28 de agosto de 2009 - 19:41 hs El jardín amanece. Delante de la luz cantan los pájaros. Llovió toda la madrugada. Los charcos reflejan las ramas últimas de la ceiba, paquidérmica, mansa, agradecida. Al día siguiente, sucede, exacto y diferente, lo mismo. La laguna levanta lívida los labios a la luz. Por el camino del Huasoyo baja un arroyo que algo dice al pasar. ** Nuevo elogio del Ipod. Contra la estupidez ambiental, contra la estridencia de la zafia necedad y la crasa desconsideración que todo lo invaden, contra el cafard legendario y voraz, contra la fealdad omnívora y locuaz. Un aparatito que cabe en la mano, unos audífonos razonables: y ya está. Nirvana instantáneo. Va un fragmento de Julio Cortázar, publicado hace no mucho en la que es quizá la mejor revista de literatura del país: Biblioteca de México. Se llama Para escuchar con audífonos: Cuando entro en mi audífono,/ cuando las manos lo calan en la cabeza con cuidado/ porque tengo una cabeza delicada/ y además y sobre todo los audífonos son delicados,/ es curioso que la impresión sea la contraria,/ soy yo el que entra en mi audífono, el que asoma la cabeza/ a una noche diferente, a una oscuridad otra./ Afuera nada parece haber cambiado, el salón con sus lámparas,/ Carol que lee un libro de Virginia Woolf en el sillón de enfrente,/ los cigarrillos, Flanelle, que juega con una pelota de papel,/ lo mismo, lo de ahí, lo nuestro, una noche más,// y ya nada es lo mismo, porque el silencio de afuera amortiguado/ por los aros de caucho que las manos ajustan/ cede a un silencio diferente,/ un silencio interior, el planetario diferente de la sangre,/ la caverna del cráneo, los oídos abriéndose a otra escucha,/ y apenas puesto el disco ese silencio como de viva espera,/ un terciopelo de silencio, un tacto de silencio, algo que tiene/ de flotación intergaláxica, de música de esferas, un silencio/ que es un jadeo silencio, un silencioso frote de grillos estelares,/ una concentración de espera (apenas dos, cuatro segundos), ya la aguja/ corre por el silencio previo y lo concentra/ en una felpa negra (a veces roja o verde), un silencio fosfeno/ hasta que estalla la primera nota o un acorde/ también adentro, de mi lado, la música en el centro del cráneo de cristal/ que vi en el Bristish Museum, que contenía el cosmos centelleante/ en lo más hondo de la transparencia, así/ la música no viene del audífono, es como si surgiera de mí mismo, soy mi oyente,/ espacio puro en que late el ritmo/ y urde la melodía su progresiva telaraña en pleno en plano centro de la/ gruta negra. ** Docto y sentencioso, hay quien dice que el artista ha de ganarse su pan como mejor pueda, sin esperar dádiva ni ayuda de nadie. Mil mecenas ilustres que han sido están allí para desmentirlo, junto con miríadas de obras que ahora son a joy forever (como diría Díaz Morales). El sentencioso y docto no cambiará de parecer. Nunca cambia: esa es su fortaleza y su condena. Pero lo cierto es que, de haber sido el alcalde de ese pueblo perdido, y de haber atendido a la súplica que se le extendía, su nombre hubiera quizá traspasado la espesa y anónima municipalidad que fue su sino. Alguien, por lo menos, citaría su nombre en un pie de página, agradecería en silencio su generosidad mientras leería, pasmado, unos cuantos versos más de un poeta irrepetible e insigne, escritos al calor de un gesto de sabiduría y lucidez. De una carta de Miguel Hernández al alcalde de Orihuela, fechada en junio de 1933, van unos fragmentos: Muy señor mío: Hace más de un año, siendo alcalde Lucas Parra se acordó asignarme una pensión –no recuerdo si era de diez o doce duros al mes- con el objeto de ayudarme a perfeccionar mis cualidades de poeta que soy. Y por motivos de verdad tristes, no llegó a mis manos más que un mes. Por entonces hacía no mucho que había dejado de ir de pastor, oficio en el que estaba trabajando neciamente desde mi mejor edad, y que había partido a Madrid con un poco de dinero de mi trabajo y mis padres, ya que es en Madrid donde sólo puede haber ambiente propicio a las cosas de cultura. Y aquí desde el estío pasado forjando poemas y buscando trabajo, un trabajo más digno que el de pastor que creo merecer en esta República de trabajadores, he pasado todo el tiempo desde entonces hasta ahora. Y mis padres son pobres. ¿Comprende Ud.? Y yo tengo derecho, como artista y trabajador, a pedir a Ud. o un trabajo hasta que halle ‘colocación’ mi poesía, o una pensión hasta que no halle trabajo. Confiado en que se tomarán para diligenciar cuanto antes una u otra cosa, y agradecido con anterioridad, se despide, y lo saluda con respeto. Miguel Hernández Giner. El poeta moriría, pobre, tuberculoso y preso, en 1942. ** En un muro del jardín, cerca del pozo de la casa, una escultura hay, basta en su hechura y sumaria en el oficio desplegado en su figuración. Medio cubierta de una enredadera, se pierde casi entre las sombras del rincón discreto. Nadie diría que alguna relevancia guarda. Pero, con una tarde o dos de darse cuenta, podría el observador reparar en cosa singular. Los pródigos pájaros, huéspedes insistentes de todo el vecindario, hacen de ese particular paraje el más visitado. Nada en particular tiene la ruda estatua que ofrecerles, y hace muchos años que una señora que ya no está dejó de poner zurrapas de pan en su mano extendida. Sin embargo, algo guarda la memoria del jardín, algo queda en la herencia que los pájaros peregrinos se transmiten por toda la comarca, a pesar de la impía mudanza que sufrió la piedra trabajada. O será la misteriosa emanación que, por insondables vías, conserva a través de los siglos una efigie determinada. El caso es que los pájaros insisten: revolotean, cubren de humilde gloria, bendicen y cantan, en este lugar preciso, a San Francisco de Asís. ** De una carta de Carlos Pellicer a José Gorostiza, el 25 de diciembre de 1927, hablando de Asís: "Esta es la poesía y lo demás son pendejadas." jpalomar@informador.com.mx Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También Samuel Kishi y su cine que cruza fronteras y generaciones Un museo vivo: Experiencias y arte en el Cabañas La gran estafa que nos hizo “americanos” El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones