Miércoles, 15 de Octubre 2025
Suplementos | por: Juan Palomar

Diario de un Espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (20/NOV/2010).-  La silla de palo espera el primer sol de la mañana que despunta. Ha durado allí, parece, desde siempre. Pero nomás verla, y todo el jardín toma posiciones ante su presencia discreta. El níspero avisa que una nueva floración, apretada y despaciosa, está en camino. Los tejocotes avientan su amarillo explosivo por encima del muro cada año más rojo. Desde la última ventana, la fronda del arrayán entrega la imagen exacta de lo que ha de durar. La silla da fe de los lentos prodigios. Y su gesto intemporal convoca al humilde pasmo, prepara a la consideración del trazado de las sombras sobre el muro paciente: y no menos intrincada que la trayectoria de los planetas es su designio. Los pájaros reconocen su talante tranquilo, llegan a la silla como a una rama amiga. Ella entonces pone más atención, apenas si se mueve. Con el día, el cielo se hace más alto y una distinta luz vuelve a cambiar el jardín. Como una brújula, mira la silla con fijeza hacia el norte, repara en el vuelo de los aviones plateados. Cae luego la tarde y el aire se adelgaza. Una sombra mansa va anegando la pérgola. Un giro de la silla, todo recomienza.

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Remando con su escoba portentosa se aleja ahora don Antonio. Atrás quedaron los jardines, las calles y las banquetas que de él supieron los cuidados. Hasta los 87 años llegaron parejos su empeño y su bravura indómita, su paciencia bondadosa. Tuvo, de los jardineros, la mano diestra y certera: progresan ahora los últimos helechos que sembró. La pila que insistía en llenar se asombra ahora de no encontrarlo y la enredadera duda en cómo subir sus guías. El barrio completo era su dominio. Era don Antonio (Regantonio, le decían los niños), por más de medio siglo, su máximo habitante. No le escapaba el menor movimiento de árboles y gentes, conocía como sólo él las casas y los jardines, las banquetas y sus mínimos relieves. Sabía los tonos exactos de cada estación. Surcaba las madrugadas embozado en el ritmo preciso de la escoba constante; y cuando así era necesario ajustaba los popotes con una secuencia de golpes sobre el pavimento de la que poseía el sencillo secreto. A través de los años fue posible entender la radical sabiduría que siempre lo acompañó. Pueda don Antonio ejercer ahora su oficio bienaventurado en los jardines del cielo.

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Jean d’Ormesson, el célebre escritor y académico francés, publicó hace algunos meses, desde la altura de sus 85 años, un libro singular cuyo título podría traducirse así: Es una cosa extraña finalmente este mundo. Larga meditación sobre la filosofía y la física, sobre la religión y el misterio y el vértigo del mundo. Tiene pasajes luminosos: “Lo que está bien con Dios, es que la familiaridad con él no está reservada a aquellos que saben. Se puede no saber nada y creer en Dios. Es un caso bastante frecuente. Se puede saberlo todo, o casi todo, y no creer en Dios. Es una actitud casi igual de extendida. Se puede también no saber nada y creer que Dios es una tontería. Y aún se puede saber todo lo que es posible saber y forzar la inocencia hasta creer todavía en Dios. “Todo es inmenso, escribe Péguy con una sombra de provocación, exceptuando el saber.” Y agrega: “Nuestros conocimientos no son nada comparados con la realidad conocible, y más aún, quizá, comparados con la realidad no conocible.” El mundo es inagotable y Dios no es de este mundo. Si existe, es en otra parte. Y también en el corazón de estos hombres que necesitan otra cosa que este mundo al que pertenecen.”
Y, más adelante:
“Yo no sé si Dios existe pero, desde siempre, lo espero con fuerza. Porque sería necesario que exista cuando menos en otra parte alguna cosa que se pareciera de una manera más cercana que entre nosotros a una justicia y a una verdad que no cesamos de buscar, que debemos perseguir y que no alcanzaremos jamás.
De cuando en cuando, lo confieso, la duda supera a la esperanza. Y de cuando en cuando, la esperanza supera a la duda. Este cruel estado de incertidumbre, está fluctuatio animi para hablar como Spinoza, no durará por siempre. Gracias a Dios, moriré.”

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Conferencia de Jorge Esquinca en la joseluisa. Habla el poeta de la filosofía y la poesía. Del conocimiento al que se accede por el trabajo vertiginoso de los poetas. Cita a Rimbaud: y todo se ilumina.
¿Qué?
La eternidad.

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Comida de la generación. Quién, a la sombra de los Colomos, pasará la lista. Quién sabrá de algún compañero, perdido ahora en la cuenta de los años. Quién se acordará del gesto exacto que el maestro de Química hacía al resolver la fórmula. Quién mantiene todavía, como un compás antiguo, la furia de entonces. Quién encontrará en el tequila luminoso la señal necesaria para seguir. Quién en su oleaje ya encontró el extravío. Quién está de regreso, y guarda su sed como una granada siempre por estallar. Quién cantará las canciones que entonces tenían la respuesta. Quién dirá las palabras que nos regresen a entonces, quién dirá las palabras que nos regresen aquí. Quién se demorará en la penúltima confidencia. Quién será la última vez que estará aquí a comer. Quién es el que llega y nadie lo reconoce. Quién es el que se va mientras la banda ataca otra vez esa tonada.

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Plan de vuelo. Llega el tiempo, y la estación es propicia. Su estatura medirá otros cielos, y la ciudad despide al muchacho con las luces de la noche que acaba.  

Tapatío

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