Domingo, 12 de Octubre 2025
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Diario de un Espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (30/OCT/2010).- Las tardes de octubre entregan, en un largo solo sostenido, el perfecto equilibrio entre la luz, la temperatura y el liviano peso del aire. La espalda dorada de Aranzazú, como la de una muchacha puesta al sol, ilumina la calle con un reflejo que llega de muy lejos. La cerveza oscura, el tequila claro, las voces de los amigos repasando el viejo ritual de estar juntos, las risas que celebran el instante de tregua, el tiempo que pasa. La tarde, como un equilibrista, sostiene entonces su altura frente al jardín concurrido y sereno.

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El jardinero paciente examina el tallo de una planta aquejada por la enfermedad. Con sumo cuidado y la ayuda de un cuchillo desmenuza las fibras vegetales. Lentamente, con la minucia de un científico, identifica unos diminutos gusanos blancos apenas visibles: menea la cabeza, comprende entonces el daño de sus plantas, lo muestra pesaroso y estoico. Algún remedio habrá para que los lirios –prenda y signo de su santo patrono– recuperen su alegría y su fuerza silenciosa. No en balde, a través de los meses y los años, ha ido sembrando esos tenues resplandores de un exacto verde a la vera de prados y árboles: callada y eficaz compañía en el hilo de los días. Como él mismo.

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De citas robadas: Ignacio Díaz Morales, hombre de ortodoxias y lirismos, solía decir algo que una vez había dicho Picasso: Si hay algo que robar, lo robo. En la continuada y azarosa navegación por libros y textos diversos, a la que se agrega el turbulento caudal cibernético, el pasajero encuentra con alguna frecuencia fragmentos y pasajes que marcan con su destello la travesía. Es así que aparecen, a veces como aves solitarias, otras en parvadas variopintas, esas precisas series de palabras que desencadenan el asombro, la reflexión, la comprensión y el gozo.
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Cintio Vitier: La memoria, más que recordar, conoce. Y entonces, por el efecto de estas seis palabras, los millares de páginas de Marcel Proust leídas a través de los años confirman –repentina y luminosamente– una de sus más hondas claves. Y de ahí a la íntima y de alguna manera reconfortante certeza: libros y papeles, postales desbalagadas y músicas, arquitecturas levantadas, mantenidas, abandonadas; viejos muebles y retratos desteñidos, recuerdos evanescentes o indelebles:  todo el instantáneo equipaje que lleva al presente, que apunta su filo al futuro.

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George Santayana: El aire libre es una forma de arquitectura.

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John Berger escribe sobre Monet:
Monet confesó alguna vez que quería pintar no las cosas en sí mismas sino el aire que las tocaba. El aire envolvente. Hubo en el arte de Europa otro pintor que se puso un reto semejante: Vermeer.
Los métodos de pintar no podían haber sido más diferentes, pero su sueño como pintores tal vez fue uno semejante: capturar en la tela eso en lo que estaban inmersos sus sujetos; delinear de algún modo el aire transparente que envolvía o abrazaba a sus sujetos.

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De un regalo. Mariana Frenk-Westheim:
Decir es exagerar. Nombrar las cosas es inventarlas.
Recordar no es rumiar el pasado. Es un acto creativo; unir lo que fue con lo que es.
La gran felicidad está hecha de pequeñas renuncias.
La apariencia es parte de la esencia.
Nuestro destino nos deja algunas –pocas- libertades, entre ellas la de imprimirle un estilo. Nuestro estilo.

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De Kierkegaard: En un teatro se declaró un incendio en los bastidores. Salió el payaso a dar la noticia al público. Pero éste, creyendo que se trataba de un chiste, aplaudió. Repitió el payaso la noticia y el público le aplaudió más aún. Así pienso que perecerá el mundo: bajo el júbilo general de cabezas alegres que creerán que se trata de un chiste.

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Antonio Alatorre y Alí Chumacero. Hablar de la pérdida de estos dos personajes centrales en la cultura contemporánea mexicana, y particularmente del Occidente del país, es el mínimo homenaje a su memoria. Mejor será seguir frecuentando sus páginas ceñidas y con frecuencia deslumbrantes, mantener la memoria de dos figuras que con difícil sencillez y honrado rigor intelectual y artístico mostraron una posible, y deseable, manera de estar en el mundo, de pensarlo y decirlo.

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Mínimas y eficaces salidas del laberinto: apagar el radio, cancelar la televisión. Encender la mirada, aguzar el oído, entrar en un jardín.
Una calle de barrio, una diagonal atravesada en la cuadrícula insistente, por el rumbo de Santa Teresita. Un grupo de vecinos que decidió cambiar el asfalto y el ruido del tráfico, a lo largo de dos cuadras, por la pródiga tierra descubierta bajo las capas de chapopote y usura, por la presencia de los árboles y la visita tranquila de pájaros y niños en sus juegos. Desde hace veinte años, esas gentes atinadas y sabias salen de sus casas a un jardín compartido y generoso, humilde y sin embargo agraciado por los lujos de los rosales y las plantas medicinales, por los frutos de los árboles, por la renovada frescura que entrega, cada mañana, el jardín amanecido. Ejemplar y sencilla muestra de cómo es posible pensar otra ciudad. El radical ejercicio de la diagonal Manuel Cambre puede ser aprendido, y repetido, en tantas calles de esta trasegada, clara, ciudad.

Tapatío

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