Suplementos | Juan Palomar Diario de un espectador Quedan los obligados tópicos de la bienpensantía que insisten en los lugares comunes de la Woostock Nation Por: EL INFORMADOR 21 de agosto de 2009 - 19:28 hs La noche tiene un latido. Es a veces la caída de las guayabas en la terraza lo que revela por un instante su ritmo; o, más contundentes, los impactos de los aguacates que el viejo árbol del jardín de afuera deja caer como sobre un tambor en lo más alto de la noche. Dádivas de las que se desprende distraídamente, como lo hace un viejo señor al paso de un menesteroso. Toda la tarde estuvo trabajando el jazmín su olor, como un derviche que repite cada vez con mayor refinamiento y tensión sus giros, hasta que, al abrir la puerta de la entrada, el intrincado trabajo de la enredadera golpea la cara como un ramalazo de felicidad. ** Del libro de las imágenes perdurables. Visconti. Dicen que el príncipe era extremadamente cuidadoso de los decorados y ambientaciones de sus películas. Ese celo por el detalle llegaba a la obsesión, al borde mismo del delirio. Su clásica película acerca de la vida mítica de otro príncipe –de Salina-, contada por un tercero –Tomasi di Lampedusa-, nos entregó el indeleble, magnífico, Gatopardo. Por esas transformaciones de la memoria, este espectador encontró alguna vez un recorte de un salón espléndido en el taller de un arquitecto. Un cuarto verde y umbrío como de palacio siciliano, un gran librero al fondo, cuadros de época en las paredes, mesas y sillones de cuero llenos de libros, una mesa de dibujo con algunos planos, una ventana al fondo, una luz como de plata, cortinas de gasa. Arriba, más altos que el candil que cuelga del techo, un detalle revela la escena: unos reflectores delatan el uso del cuarto como un set de cine. Es del Gatopardo, creyó este e entender, de la lacónica explicación del arquitecto. Al mismo tiempo, se sabía que ese mismo recorte –éste, que ahora descansa sobre la mesa- había sido visto en los meticulosos archivos de un señor que ya no está. Ahora, ese regalo, junto con todos los años que se acumulan, devuelven la perdurable huella de una grandeza discreta, de un estoico refinamiento, de un mismo temple, de un estilo inconfundible que dura a través de sobrios gestos, casi imperceptibles. ** Lugares revisitados: Massiel, 1968. Un correo de un antiguo compañero del colegio, Héctor Carrillo, incluye la liga electrónica a un fragmento de una película de la era del franquismo: en ella, la cantante española entona el clásico de Luis Eduardo Aute: Rosas en el mar. Dice Héctor: “Rosas en el Mar fue sumamente popular aquí en México precisamente en el 68, ahora que la escuché recientemente (tenia como 40 años que no la había vuelto a escuchar) inmediatamente me transportó a aquella época, viniendo a mi memoria un suceso inolvidable aparejado a la canción -los once que murieron en el “Izta” (Iztaccihuatl)- en aquella excursión del CAIC (Club Alpino del Instituto de Ciencias) también en el 68. Recuerdo aquella mañana de lunes, íbamos camino al Colegio Unión (tenía yo 12 años y estaba en 6° de primaria), mi mamá nos llevaba e iba en el camino comentando las noticias muy tristes de lo sucedido en el “Izta” en el fin de semana y en el radio justamente escuchamos la canción de Rosas en . . .” Luego se incluye la liga de youtube. Y aparece una escena pésimamente filmada de una película altamente olvidable, en donde Massiel ataca la canción con entusiasmo; de allí, a una doble interpretación de Rosas.. y Aleluya –también debida a Aute, pero ya en el 2007. Y, por supuesto, a La la la, la canción que ganó el festival Eurovisión de 1968, en el Royal Albert Hall, con una Massiel vestida por sus enemigos, cantando la tonada que Joan Manuel Serrat, su autor, no había querido cantar más que en catalán. Positively Memory Lane. ** Y Woodstock, por supuesto. Queda, por sobre todo, el cántico de la multitud pidiéndole, largamente, a la lluvia que se fuera. Quedan los obligados tópicos de la bienpensantía que insisten en los lugares comunes de la Woostock Nation, el lodazal primigenio, la protesta, y todo eso. Queda una como vibración que, por ignotos conductos, electrizó a toda una generación. Una cristalización de un cierto aire de los tiempos, una seña particular que de por vida quedó en el alma de quienes crecieron en los sesentas. La portada del disco muestra el paisaje después de la batalla: contra un fondo de gente tirada en el lodo, basura y follajes, una pareja se abraza envuelta en una como colchoneta chorreada. La mujer es güera y voltea cansadamente a la cámara, sin saber que cuarenta años después sería un icono de su época. Si se despliega el álbum triple, aparece el escenario de los tres días, con el medio millón de gentes atrás, bajo una luz rojiza y crepuscular. Otra cara muestra unos dorados círculos concéntricos, una muchacha que entra tímidamente en el agua, sostenida del brazo por su pareja: eso era, quizás: la inmersión en un mundo que empezaba, que no habría de regresar. Queda la interpretación de Crosby, Stills y Nash de su Suite Judy Blue Eyes (¿Cómo puedes atrapar a un gorrión?); y luego, el trío encuentra su mejor momento cuando se completa con el enorme Neil Young, de Sea of Madness y Wooden ships. Inmediatamente después, uno de los mejores himnos de la generación: The Who canta, de su ópera Tommy, We’re not gonna take it. Y sí, ya no íbamos a soportarlo. Al final, la neblina morada de Jimi Hendrix –ya con los días contados- dejaba otro de los legados que aún siguen resonando. (Era el verano del 69: el mismo que Bryan Adams dejó dicho en su memorable canción.) Era Chapala. Tuve mi primera guitarra de a deveras/ la compré de oportunidad/ toqué hasta que mis dedos sangraron/ era el verano del 69// Yo y algunos chavos de la escuela/ teníamos una banda y tocábamos duro/ Jimmy se fue y Jody se casó/ debí saber que nunca llegaríamos lejos// Oh cuando miro hacia atrás ahora/ ese verano parecía durar por siempre/ y si pudiera escoger/ siempre querría estar allí/ fueron los mejores años de mi vida// Parados en el zaguán de tu madre/ me dijiste que esperarías por siempre/ oh y cuando tomaste mi mano/ sabía que era ahora o nunca/ fueron los mejores años de mi vida// Entonces, en el verano del 69. jpalomar@informador.com.mx Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También Samuel Kishi y su cine que cruza fronteras y generaciones Un museo vivo: Experiencias y arte en el Cabañas La gran estafa que nos hizo “americanos” El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones