Miércoles, 15 de Octubre 2025
Suplementos | Por Pedro fernández Somellera

De viajes y aventuras

Chefchaouen, un cautivador oasis vestido de azul

Por: EL INFORMADOR

Envueltos en sus chilabas y al resguardo de los azules muros, el mundo gira en torno al tablero de damas. P. FERNÁNDEZ  /

Envueltos en sus chilabas y al resguardo de los azules muros, el mundo gira en torno al tablero de damas. P. FERNÁNDEZ /

GUADALAJARA, JALISCO (17/ABR/2011).-   Nuestro viaje al África regresó de súbito, cuando de un rincón del cajón de la cómoda de la entrada, debajo de un montón de las fotos más diversas, aparecieron –como si hubiera puesto una película– las imágenes de las paredes encaladas en azul del lejano Chefchaouen, en el shahel africano al norte de Marruecos.

 Sus viejas casas parecían estar tejidas despreocupadamente entre los intríngulis de callejones y veredas que, como por arte de magia y después de vueltas y revueltas, llegaban a la medina, en donde –como si fuera  una máquina del tiempo– se tenía la impresión de que todo sucedía los años atrás que uno quisiera imaginar.
Chefchaouen fue nuestro primer contacto con África. El shock cultural que nos provocó, fue por así decirlo, de padre y señor mío y… francamente no lo esperábamos.

Si bien, en días anteriores habíamos estado en lugares que habían sido parte del famoso Al Andalúz español, donde por tantos siglos prevaleció la cultura y el dominio árabe, y el haber sentido y vivido en carne propia su vital carácter que hasta la fecha prevalece en el sur de España, y más recalcitrante en lugares como Algeciras y Tarifa que están más cercanos al continente africano, al ser trasladados con todo y nuestro camión-casa en un destartalado ferry por el estrecho de Gibraltar hasta el puerto de Ceuta donde, a las primeras de cambio, una punta de mozalbetes trataron de asaltarnos rompiendo los vidrios de nuestra casa rodante –por fortuna, excepto los cristales rotos sin mayores consecuencias– el descontrol que estábamos viviendo parecía decirnos ¡Bienvenidos al África!

Sin averiguación alguna salimos destapados de Ceuta –posesión aún española– para adentrarnos en el desierto del Sahara en donde, aunque estábamos seguros de que muchos sobresaltos nos esperaban escondidos entre las arenas, dábamos por cierto que mayores son los peligros que se corren en lugares habitados por los agresivos animales humanos.

La primera población que encontramos, ya metida un poco en el desierto, y a donde sin remedio tuvimos que llegar fue Chefchaouen, en donde sin demora, un par de tipos envueltos en sus chilabas (vestimenta típica) se nos acercaron por las ventanas ofreciéndonos con voz soplona, misteriosa y queda… hachís.  
Hachís, hachís, hachís… nos jadeaban por todos lados mientras, abriéndose sus chilabas nos mostraban, casi con codicia, sendas charolas con trozos amasados de la famosa pasta color café. 

Después de este primer y desconcertante encuentro –por desconocimiento de usos y costumbres regionales– las callejuelas al atardecer nos parecieron tenebrosas. Los personajes envueltos en sus chilabas se nos figuraban monjes dementes. Los azules de las calles y viviendas, hacían parecer fantasmagórico el lugar a donde habíamos llegado. Una pequeña plaza en la medina, frente al cuartel de policía, nos dio una cierta tranquilidad para estacionarnos ahí y pernoctar bajo un parpadeante farol opaco, retacado de insectos y mariposillas de la luz.

A la media hora de estar ahí, tres fuertes toquidos en la puerta de nuestro camión nos pusieron el corazón en la garganta. El capitán valiente (yo) salió tembloroso a responder. Para nuestra sorpresa, era el amable jefe de policía que nos decía que podíamos permanecer ahí con toda tranquilidad. Con grandes gestos, y una mezcla de árabe, francés y alemán nos repetía excitado ¡Que éramos más que bienvenidos! ¡Fiiiuuu…! El Chefshauen misterioso –después de aquel shock cultural al que pronto nos habituamos– nos recibía con los brazos abiertos. Estábamos en otro mundo llamado África en donde las cosas sencillamente son diferentes a lo que estamos acostumbrados.

Gozo grande fue en los días siguientes, salir a caminar por todas esas callejuelas como de cuento de hadas entre la gente, que envueltos en sus chilabas nos saludaban a diestra y siniestra después de tocarse el corazón con su mano diciéndonos salám m`aleicom, al que por cortesía devolvíamos con otro m`aleicom salám, que  quiere decir algo así como la paz de Alá sea contigo… a lo que sin demora contestábamos… que Alá también a ti te bendiga; cosa que nos gustó mucho, sobre todo, el hecho de que se tocaran el corazón mientras lo decían.

Voces extrañas, sonidos desconocidos, olores diferentes, platillos de tajín (tashín) rebosantes de verduras mezcladas con cous-cous servidos en exóticos platillos; ojos pintados con kohl, y rostros bereberes de bellas facciones, formaban el conjunto misterioso y arrebatador de una de las ciudades más extraordinarias que hemos conocido

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