Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | Por: Pedro Fernández Somellera

De viajes y aventuras

Una confortable cueva, con todos los servicios

Por: EL INFORMADOR

En una oquedad del acantilado en pared de la barranca existían  buenas viviendas y cómodos  espacios habitacionales.P.FERNÁNDEZ  /

En una oquedad del acantilado en pared de la barranca existían buenas viviendas y cómodos espacios habitacionales.P.FERNÁNDEZ /

GUADALAJARA, JALISCO (26/SEP/2010).- Esta fue una de las cuevas de la Sierra Tarahumara que nos llamó más la atención, tanto por lo escarpado de la pared en donde se encuentra, como por la cantidad de instalaciones y artilugios -de aquellos tiempos- de que se valían quienes la habitaron.

Si bien es impresionante resaltar que, en esta cueva que cuelga a la mitad de un acantilado en medio de la nada entre barrancas inhóspitas y apartadas, habitaron desde tiempos inmemoriales los primeros pobladores de nuestro México, es aún más sorprendente destacar que en algunas de ellas continúan viviendo familias de rarámuris con sus arraigadas costumbres y su acervo cultural tan particular.

Entre los años 900 y mil de nuestra era, tuvieron su apogeo las culturas de los… ¿Quiénes podrían haber sido estas tribus semi-nómadas que habitaron en estas paredes? ¿Quiénes pudieron haber sido los que se dedicaron con insistencia a hacer esas magníficas construcciones de hasta dos y tres pisos al abrigo de las cavidades naturales de las altas paredes de piedra caliza? ¿Quiénes serían los que lograron dar abrigo y protección natural a sus familias en minúsculas cuevas situadas entre las barrancas y montañas? ¿Quiénes serían…?

De asombrar -dicho sea de paso- son los conocimientos que debieron tener para lograr construir  en las oquedades de aquellas paredes casi verticales, las primitivas y lógicas instalaciones con las que hábilmente manejaban, tanto las aguas de uso, como las aguas potables, y hasta -sorprendentemente- los drenajes de sus comunidades; igualmente es muy digno de tomarse en cuenta (y además copiarlo) la protección natural que lograron tener para guarecerse de los fríos y los calores inclementes que bien sabemos azotan la región.

Sin embargo, en esta cueva donde se estima que debieron de haber vivido por lo menos unas 30 gentes, un enorme granero que servía de almacén de granos que pareciera ser una enorme olla, y las puertas en forma de T que angustiaban la parte inferior de las entradas a las viviendas (de las que se desconoce su objetivo), amén de lo anterior, son sus características más notorias.

Es también muy digno de admirar, que estas culturas -que bien pudieron ser los anazasi, los mogollón, los hohokam o los mismos paquimé- que construyeron sus viviendas con barro apisonado y techos de ramas y paja, a base de formas rectangulares al abrigo de las cuevas, aún careciendo de estructuras verticales para soportarlas, hayan podido subsistir el curso de los siglos hasta nuestros días.

Para llegar desde Guadalajara a la Cueva de la Olla (que mucho vale la pena visitar) es bien fácil: Primero hay que salir rumbo a Lagos de Moreno; luego Aguascalientes, Zacatecas, Fresnillo, Durango, Torreón, Ceballos (pasando por la zona del silencio), Jiménez, Camargo, Delicias, y Chihuahua; y luego, un poco más al norte, hay que llegar hasta Casas Grandes y Paquimé.

De ahí hay que darle hacia el sur por una carreterita que va rumbo al pueblo de Madera; y en el kilómetro 10, vuelta a la derecha por una terracería que desaparece a los tres kilómetros para volverse un estrecho camino sumamente pedregoso que va bordeando los cerros entre paisajes primorosos para… después de 50 km. y tres horas de brincoteo incesante, llegar a un pequeño caserío que le dicen El Willy (pero que se llama Ignacio Zaragoza); ahí, alguien le dirá que ya falta poco para llegar a la cueva, y en realidad si es bien poco; una media hora más de un camino en donde se sortean casi a cero por hora grandes pedruscones y lodazales, hay que llegar a una casa blanca y quemada con una puerta de madera desvencijada que anuncia que… ¡ya falta poco!; y de hecho unos cuantos kilómetros más, entre los arroyitos pedregosos del fondo de la barranca, se llega a donde está Ramiro, que es el que cuida la cueva, quien con alegría y optimismo nos indica que ¡ya nomás falta un cachito andando para subir hasta la pared del acantilado donde está la famosa cueva!

La dichosa cueva es digna de conocerse y costea muchísimo hacer el viaje; aunque, eso sí… hay que ponerle mucha gasolina al coche y no hay que olvidar tomarse un tentempié antes de salir… por aquello de que no te entumas.
Pero eso sí: les aseguro que no hay nada de moscos en todo el camino.

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