Martes, 14 de Octubre 2025
Suplementos | Por: Pedro Fernández Somellera

De viajes y aventuras

“En la Reserva de Chitwan en Nepal”

Por: EL INFORMADOR

Mis compañeros tharus, armados de sendos garrotes como defensa, en espera del cayuco que nos cruzaría el caudaloso río.P.SOMELLERA  /

Mis compañeros tharus, armados de sendos garrotes como defensa, en espera del cayuco que nos cruzaría el caudaloso río.P.SOMELLERA /

GUADALAJARA, JALISCO (15/AGO/2010).-  Ayer me sentí bendecido por la vida: mis nietos, habían venido  a pasar unos días con nosotros.

La mañana amaneció un poquito encapotada. El gruñido de la cafetera y su aroma, nos hacían apreciar los pequeños detalles que dan brillo y esplendor a la vida.

Seis platos de papaya con dos ciruelas hacían que nuestra mesa luciera diferente a los dos platos usuales que “La Doña” hace aparecer cada mañana acompañados por el titipuchal de pastillas que lo mayores engullimos  diariamente.

Los platos de huevo con chorizo y las tazas de chocolate molinillo, provocaron que abuelo recordara una de sus excursiones recientes a las selvas del Terai al norte de la India.

Las piyamas embolismadas y el regocijo de estar todos juntos, hicieron que la lengua del abuelo (yo) contara (las mentiras no se valen porque más tarde desilusionan) su  aventura.

Y entre nubes de imaginación y sorbos de chocolate, comenzó a suceder la historia…

“Una lluvia calmada me despertó muy temprano -les platicaba-. Shyam mi amigo tharu, había quedado de pasar por mí a las cinco de la mañana. La claridad del amanecer luchaba por que el río Trisuli apareciera entre la bruma.

La mañana era esplendorosa aunque entrada en aguas. Una claridad muy especial hacía que los verdes de la selva fueran de un verde diferente; de un verde oscuro y brillante que se estremecía -cristalino y repleto de luces- entre los tonos diferentes de la vegetación, que parecía desperezarse entre la brisa sutil, el agua fresca, y la claridad del amanecer.

Internarnos en la selva con el aguadal encima me llenaba de emoción. Me daba alboroto caminar entre aquellas enormes plantas compartiendo la humedad y los lodazales, viendo cómo los rayos de sol luchaban por su mañana. Me emocionaba el sentirme como una pequeña parte de aquel todo húmedo, envolvente y exuberante.

En el ansioso esperar a que Shyam llegara a mi cabaña, salí a recibirlo con una enorme sonrisa que escurría entre las gotas de mi sombrero.

-Sorry, we don`t go- (no vamos) me dijo con desaliento en rudimentario inglés.

-Why?- (¿por qué?) inquirí extrañado.

-Is raining- (está lloviendo) me contestó alzando los hombros

-And?-le dije -We are already wet, no?- afirmé entusiasta (ya estamos ensopados, ¿no?)

Peló unos ojos de plato diciéndome -You crazy?- (¿tu loco?)

-Yes-  le contesté con absoluto convencimiento.

Unos largos segundos viéndonos las caras entre las gotas del chaparrón, bastaron para convencerlo de mi locuaz expedición.

-I take umbrella, and friend; is very dangerous- (Llevo paraguas y amigo, porque mucho peligro) dijo-, y sin más aclaración se fue entre el lodazal a buscar un paraguas y un amigo que nos acompañara, porque “muy peligro” internarnos solos en la selva.

Se me hizo graciosa la idea de la sombrilla, puesto que estábamos ensopados aún antes de la aventura, pero bueno, sería para cosas de los espantos de la selva y del subconsciente.

No tardaron en llegar mis acompañantes armados de sendos garrotes y tres maltrechas umbrellas, que según ellos nos darían techo y cobijo. Así la emprendimos, chapoteando rumbo a la aldea donde vivía una parte de la familia de Shyan; unas buenas 8 horas de camino.

La caminata fue ciertamente impresionante, aunque en una ocasión, a no dudarlo, fue  peligrosa cuando, entre aquel tormentón, los rayos caían cerca de nosotros entre los árboles de Sal (Shorea robusta) con aterrador estruendo.

Fuera de las decenas de monos que hacían alboroto por nuestra visita, y las estrambóticas y bellas aves que de continuo aparecían entre los árboles, no tuvimos la suerte de encontrar algún animal mayor. Vimos, si, las enormes huellas frescas del tigre de Bengala (Panthera tigris, tigris) mas no al personaje que las había dejado.
La maleza, a veces agresiva, a veces misteriosa y a veces tierna nos rodeaba. Varios ríos fueron los que vadeamos, ya fuera a pié, como en los frágiles cayucos de los nativos.

Serían las tres de la tarde cuando llegamos a la aldea de Shyan. Nos ofrecieron un vaso de té caliente, con el que acompañamos nuestra frugal comida: un par de rebanadas de pan y unos huevos cocidos -apachurrados pero apetitosos- encontrados en el fondo de mi mochila.

Una hora más tarde, en cuanto dejó de llover, en el horizonte apareció casi fantasmagórica, la silueta de un enorme elefante que venía por nosotros… ¡me lo tenían cómo sorpresa!

Dos horas después de una agotadora caminata el lomos de aquel hermoso animal, nos entregó -más que molidos- en nuestras cabañas donde nos esperaba una cerveza, una comida calientita y un catre rechinón”.

Fin de la plática. Fin del chocolate. Y a ponerse listos, porque el abuelo los va a llevar a caminar al Bosque de La Primavera… un poquito parecida a las Selvas del Terai.

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