Miércoles, 19 de Febrero 2025
Suplementos | Por: Pedro Fernández Somellera

De viajes y aventuras

Cobá y los monos araña de Punta Laguna

Por: EL INFORMADOR

Esta monita araña visiblemente embarazada, corta frutas al caer la tarde. ESPECIAL  /

Esta monita araña visiblemente embarazada, corta frutas al caer la tarde. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (06/JUN/2010).-  Cobá, situada entre lagos y rejolladas (depresiones donde se junta el agua) en medio de la península de Yucatán, es la ciudad más grande construida por los mayas durante el periodo clásico (entre el 200 y el 900 después de Cristo). Con sus 40 mil habitantes, llegó a ser la ciudad principal en la región peninsular.

Es curioso que el parecido de sus edificios y estelas con los Tikál, en Guatemala (a cientos de kilómetros de distancia), es más estrecho que el que se tiene con Tulúm y Chichén Itzá, mucho más cercanas. Algunos arqueólogos opinan que habiendo sido anterior a ellas, por medio de alianzas matrimoniales -que según dicen constan en las estelas- establecieron contacto más estrecho con Tikál, asimilando algo de su arte, sus costumbres y su arquitectura.

Cob-há, “agua zarca” (o turbia) en maya, es un enorme sitio que tiene cientos de vestigios -aún por descubrir- entre los impresionantes conjuntos que actualmente saltan a la vista mientras se recorren los senderos y veredas que los enlazan. De hecho, un intrincado sistema de caminos cimentados con piedra y mortero llamados Sac-Bé (caminos blancos), eran unas estupendas estructuras -algunas de casi 200 kilómetros de longitud- que unían tanto los edificios del sitio, como ciudades distantes. Ejemplo de esto es el Sac-Be que unía Cobá con la lejana Yaxunná a un poco más de 100 kilómetros.

Dentro del gran conjunto, los grupos Cobá, Maxantoc, Chumuc Mul, Nohoch Mul, Uxulbenuc y Xaibé, están repartidos entre una gran extensión de la calurosa selva, que para visitarla hay que ir previstos de un buen sombrero, ánimo dispuesto y toda el agua que se les ocurra. Una buena caminata para recorrer el sitio va ser necesaria, a menos que renten una bicicleta o contraten un richshaw como en la India (bici-taxi mexicano) que le de duro a los pedales mientras ustedes se abanican la caló. Un buen repelente de mosquitos y protector solar serán más que indispensables.

Ahora, que si acaso llegaran a tocar la savia del árbol de Chechén (Metopium browneii) altamente urticante, no se preocupen, el antídoto mismo está en el árbol de Chaka (Bursera simaruba Linnaeus) que siempre aparece no muy lejos de este y es inconfundible; es muy alto, tiene muchas hojitas y su corteza lisa y roja se desprende en capas, no lo olviden. Debo confesar que el modo de aplicación nunca lo dijeron, pero creo que a la hora de las urgencias encontrarán el árbol y hasta el modo de untarlo.

Al seguir caminando, escondiéndonos del aplastante Sol entre la maleza, tuvimos a bien considerar que aunque el edificio de las iglesias con su gran altura resultaba majestuoso, lo que más nos impresionó fue tanto el juego de pelota, como el delicado Xaibé de esquinas redondeadas y magníficas proporciones.
Como altamente recomendada es la visita al sitio arqueológico, igualmente aconsejable es completar el día de excursión con una caminata al atardecer por las estrechas veredas de la selva, cubiertas de Chicozapotes (Manilkara zapota) entre decenas de Monos Araña (Ateles Geofroyi) en compañía de Macedonio Canul Tun, maya de cepa pura, con sus explicaciones en el más puro “maya-ñol”, mientras se recorren sus dominios en la reserva de O Toch Ma’ax Yetel Koch.

Desde hace muchos años, un par de familias cuyos ancestros ya sangraban los zapotes para vender su savia como chicle de mascar al señor Thomas Adams (avalado por D. Antonio López de Santa Ana), se establecieron al borde de la hermosa laguna donde abundan estos árboles.

Hoy en día, al darse cuenta del valor natural del entorno, sus descendientes decidieron cuidar Punta Laguna -a tan sólo siete kilómetros de Cobá-, defender los árboles del chicle y proteger el titipuchal de monos que diariamente los visitan a eso de las cinco de la tarde.

Esta vez, como era época de crianza, tuvimos la suerte de fotografiar a una bella hembra orgullosamente embarazada y a una mamá saltando libremente por las copas de los árboles con su bebé fuertemente pepenado de su lomo.

La lluvia de frutitas espinosas que los monos con precisión arrojaban a nuestras cabezas, nunca supimos si eran los desechos de su abundante merienda o una invitación a respetar su privacía.

Maravillas de la naturaleza que gracias a la visión y perseverancia de estas personas aún podemos disfrutar.

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