Martes, 18 de Febrero 2025
Suplementos | Por: Pedro Fernández Somellera

De viajes y aventuras

Los encantos de Tulúm

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO(30/MAY/2010).-  Para empezar a hablar de Tulúm, tenemos que recapacitar que tan solo al oír el nombre, algo de música pareciera ya sonar… Tulúm…

Tulúm es un nombre que suena. Que suena a amanecer. Que suena al primer saludo de las tierras mexicanas al sol de cada día.

Zamá  (amanecer) se llamaba en la antigüedad. Zamá-Tulúm, tierras selváticas, soleadas y calurosas, llenas de recuerdos mayas que se desperezan -calizas y blancas- entre las azules y cristalinas aguas caribeñas.

Tulúm, la ciudad que primero vio a los colorados, barbudos y ambiciosos extranjeros, que llegaron espada en mano y amparados por la cruz, a destrozar sus dioses, sus costumbres y su libertad… Tulúm, es la espléndida ciudad maya, que desde la península de Yucatán se asoma primero al amanecer de nuestras tierras.

Su suelo plano, calizo y relativamente joven (se formó hace unos dos millones de años cuando la península emergió del mar) que al carecer de ríos superficiales, el agua aflora en huecos y cavernas (cenotes), maravilla de la naturaleza y fuente de vida considerada sagrada desde siempre por los mayas.

Por su posición estratégica, Tulúm fue puerto esencial para los mayas, tanto en el comercio costero, como en el intercambio con los pueblos del centro; de quienes recibió y asimiló tanto costumbres como arquitectura.

El Castillo, uno de los edificios principales y una de las construcciones más antiguas, se presenta altivo sobre los farallones frente al Caribe azul. La vista de los imponentes edificios de la gran ciudad, debieron haber causado admiración a los barbados hombres que llegaron de allende el mar.

Imaginémonos por un momento que somos unos mayas viviendo en Tulúm en un amanecer cualquiera del año 1518. En eso, al voltear a ver el horizonte, divisamos a lo lejos unas extrañas telas que cuelgan hinchadas de palos que flotan en el mar. Por extrañas que parezcan, las vemos acercándose inexorablemente hacia la nosotros. Y que haciendo aguda nuestra vista, bajo ellas aparecen unos hombres parecidos a los tuyos pero diferentes. Sin embargo no desembarcan, y tan sólo se alejan en extrañas figuras perdiéndose en el mar. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Qué hacen ahí? ¿Serán amigos o enemigos? ¿Por qué tan diferentes y tan de repente? ¿Será bueno consultar a nuestros dioses? ¿O a quien sabe del mar de más allá de los arrecifes de coral? La duda y la incertidumbre cala más que la realidad palpable.

 Ahora bien, supongamos que somos navegantes y exploradores que venimos a descubrir tierras ignotas tras meses de navegar a lo desconocido. Ya desembarcamos en una isla (Cozumel) en donde vimos a lo lejos humanos que se ocultaban ante nuestra vista; y ahora, navegando a la orilla de la costa, una gran ciudad con imponentes edificios y torres aparece ente nuestros ojos. No desembarcamos y solamente nos alejamos de ella. Nos preguntamos ¿Qué es eso? ¿Quiénes la habitan? ¿Serán peligrosos? ¿Tendrán riquezas? La avaricia nos consume… y la duda queda.

 Entre tantas dudas, Tulúm era aquella gran ciudad maya que después de su apogeo, de sus periodos de bonanza y sus vicisitudes inherentes, y que habiendo pasado por las acontecimientos de la conquista, había caído en el olvido

Por allá por los años de 1840, un par de exploradores (Stephens, americano, y Catherwood excelente dibujante inglés) fueron quienes re-encontraron estas maravillosas edificaciones abandonadas en la selva. (Los dibujos de Catherwood, son documentos casi obligatorios para quien quiera darse una idea de lo que fue aquella elegante y poderosa ciudad del reino maya).

En fin, eso fue lo que sucedió en aquellos años. Ahora… una bien cuidada carretera que une de Norte a Sur a Quintana Roo, nos lleva tanto al sitio arqueológico a la izquierda, como hacia la derecha a una serie de hotelitos al borde de una larguísima playa de arena blanca frente al mar azul, que cambia sus tonos al pasar de las nubes despreocupadas.

Dos moteles -uno al lado del otro- nos cautivaron: el “Shambalá”, con sus misteriosos aires de la India, elegante y etéreo, con la atención personal de Roberto, su dueño. Y el discreto, esotérico y elemental “Uno”, bajo la supervisión del desechurado Nuno, sutil personaje -igualmente propietario- que cargando todo el tiempo en una especie de hamaca-morral a su niñita recién nacida, entre los caminos de arena que van de cuarto a cuarto, supervisa cada detalle del lugar.

Delicia es ir a Tulúm y… delicia es hospedarse en cualquiera de los dos lugares -radicalmente diferentes donde placenteramente se pueden disfrutar los encantos del destino.

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