Suplementos | Por: Pedro Fernández Somellera De viajes y aventuras A media noche entre el fuego y las olas del mar Por: EL INFORMADOR 6 de diciembre de 2009 - 07:23 hs Lo que les voy a contar no es una novela, ni una cosa que sucedió allá por los años de… no. Esto es totalmente verídico y acaba de suceder en una fecha tan reciente como el día 1º de julio de éste año. La prensa no mencionó nada al respecto. Lo que sigue fue narrado de viva voz por uno de los náufragos, que me pidió permanecer en el anonimato.Trataré de resumir su relato lo más fielmente posible.En Las Islas Marías -todos sabemos- que existe un penal en donde las únicas rejas son las olas del mar; y dado que los presos son de baja peligrosidad y con deseos de lograr su rehabilitación, pueden incluso vivir con sus familias. Sabemos también que para llegar ahí, hay que pedir permiso a Secretaría de Gobernación; embarcarse en Mazatlán y hacer una travesía de 12 largas horas, amén de las cinco que se pierden en trámites y revisiones antes de abordar el barco de la Armada de México. “El día primero del pasado julio, o sea hace cuatro meses, -me platicaba mi amigo- zarpamos con destino a las Islas Marías, 89 civiles y 34 tripulantes en el buque ‘Maya’, llevando diesel, gasolina, herramientas, materiales de construcción, correos y alimentos. Varios familiares de los internos, y algunos prestadores de servicios éramos los pasajeros, para quienes no había, no digamos camarotes, tan siquiera sillas disponibles. El piso de la cubierta era la cama y el cielo el techo. En aquel acurrucamiento precario y tratando de separar las pesadillas somnolientas de la cruda realidad, a las 4 y media de la mañana unos gritos destemplados de los marineros nos pusieron los pelos de punta… “! Se quema el barco! ¡Se quema el barco!... decían las voces despavoridas. Los reflectores iluminaban al denso humo gris y aplastante que ahogaba a los que viajábamos en popa. Creía - incrédulo- que aquella pesadilla que me asaltaba mientras cabeceaba se estaba haciendo realidad. La angustia que sentía se materializó al ver las llamas brotando de la enorme proa que trabajosamente se elevaba entre las olas. ! Pónganse los salvavidas ¡… gritaban imperiosos los marinos! ¡Mujeres, niños y quien no sepa nadar vayan a popa para evacuar el buque, vociferaban ¡ Mi terror fue, que al llegar al lugar que nos indicaban… ¡Estaba retacado con decenas de tambos del combustible que pensé que pronto estaría a punto de explotar. ¡ Nos ordenaban saltar ¡… pero la superficie del mar se veía negra, lejana y tenebrosa; y si el miedo me asaltaba a mi, no era difícil entender la que sentirían las madres con sus hijos en los brazos. Saltar tres metros a una negrura desconocida, y saber que había gentes más desprotegidas que yo, me hicieron caer en la realidad de la pesadilla que estábamos viviendo. Armándome de valor… salté a la balsa y ayudé a algunos a subir por la escala, que en lugar de ayudarte te precipitaba al fondo de la embarcación que, con el sobrepeso recibido se desfondó y comenzó a hundirse en un nuevo naufragio. La muerte se veía cada vez más cerca. La vida pasada desfilaba con rapidez. El mundo desaparecía y las negras aguas eran la única realidad. Una realidad que se materializaba en un barril blanco en la distancia a donde tendríamos que llegar para encontrar la nueva balsa.Así lo hicimos, y por fortuna todos llegamos. Desde nuestro precario asilo, ensopados y tiritando, contemplamos a la embarcación envuelta en llamas en la oscura inmensidad del mar.Es justo aclarar que las balsas -excepto la que se hundió- estaban bien equipadas, al igual que la tripulación, que se esmeraba tener a salvo a todos, y con todas las balsas juntas. Amaneció; y el sol caló a nuestras espaldas achicharrándolas -me platicaba-. El mar, que ahora parecía de plata, acentuaba la sensación de soledad. El silencio aplastante endurecía los bordes del bote salvavidas. Un sonido agudo e intenso y desolador atronaba en nuestros oídos.La tensión callada, se disipó con el lejano e iluso sonido de algún motor lejano. Una ‘interceptora’ (lancha rápida) apareció de súbito, luego otra y otra, con paramédicos y toda su parafernalia. Los ánimos volvieron y las caras cambiaron a pesar de un par de aletas de tiburón que se acercaron a investigar la situación. “La tripulación fue a ver que se podía hacer con el barco incendiado; y a nosotros nos depositaron - casi sanos y salvos- a eso de las 7 de la noche en la Isla Madre, en donde se nos hizo valuación médica en las clínicas del lugar. El barco, desconozco que fin tuvo; pero ninguna vida se perdió.Un buque de la Armada Mexicana se incendio a medio mar, el pasado 1º de julio, yendo rumbo a Las Islas Marías y curiosamente nadie supo de lo sucedido. La fragilidad de la vida y la cercanía de la muerte -decía mi amigo- me han dejado profundas huellas. He llorado bastante al recordar y platicar de aquel suceso que no tenía programado. La vida tiene su propio ritmo, y hay que fluir con ella -me decía-“ Así fue como me lo platicó. No sé más. deviajesyaventuras@informador.com.mx Temas Pasaporte De viajes y aventuras Lee También Agencias de viaje en Jalisco ofrecen descuentos para adultos mayores con Inapam Un viaje por el tiempo en Cuitzeo, Michoacán Abrazo otoñal en la Riviera Nayarit Pasaporte: la vocación de contar el mundo Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones