Suplementos | Por: alredo sánchez De memoria Viñetas para Julio Por: EL INFORMADOR 30 de enero de 2009 - 17:54 hs Inicio contando una anécdota personal –nunca mejor aplicado el término- que me tuvo helado durante días. En diciembre conocí a Moramay, una fotógrafa que estaba de visita en Guadalajara. Me convidó a participar de su proyecto fotográfico: retratos de músicos en cementerios. Me mostró algunos ejemplos: Jaime López, Francisco Barrios “el mastuerzo” y varios más. Quedamos de vernos el domingo siguiente, por la mañana, en el panteón de Mezquitán y a la cita también acudieron José Fors y Armando Chong, a quienes Moramay convenció de su ocurrencia. Nos tomó varias fotos en distintos lugares del cementerio y, una vez cumplida la misión, decidimos partir por la salida de la calle José María Vigil. Al caminar hacia allá vimos unos pequeños nichos que nos llamaron la atención y nos acercamos a ellos. La fotógrafa nos pidió que posáramos ahí para hacer una última imagen. Después José, Armando y yo volteamos hacia los nichos y nos encontramos con la inscripción en uno de ellos: “Julio Haro, Julio 5 de 1955 - Enero 4 de 1992”. No lo podíamos creer, era como si Julio hubiera conducido nuestros pasos hasta ahí, como si nos hubiera dicho –y me imagino hasta la inflexión de su voz- “Aquí estoy, muchachos”. Julio nació en San Luis Río Colorado, Sonora, pero desarrolló en Guadalajara, de manera un tanto anárquica, sus múltiples talentos artísticos. Escribía obras de teatro, hacía dibujos con tinta china acerca de objetos y escenas cotidianas, realizó memorables programas de radio, escribía hilarantes textos –entre otros las célebres aventuras de Gay Lusac, el terror de los bugas proclives en la recordada revista Galimatías- y fundó el grupo musical El Personal para el que escribió algunas de las mejores letras de las que se tenga memoria en la música nacional –La Tapatía, No me hallo, Niño déjese ahí, Nosotros somos los Marranos, Dale de comer al conejito, entre otras joyas-. Todo ello marcado por un irreverente sentido del humor totalmente antisolemne. Confieso que, aunque fui amigo de Julio, no sabía dónde estaban sus restos. O tal vez algún día lo supe y lo olvidé. Recuerdo haber ido con mi hermano Carlos a su velorio luego del intento fallido de visitarlo en su cama de hospital aquel 4 de enero de 1992. Cuando llegamos a preguntar por él nos informaron que acababa de morir. Y aunque fuimos al velorio ya no seguimos a su familia hacia el cementerio. Tenía Sida, como se le decía entonces de manera muy simple a esa terrible enfermedad, y su salud se deterioraba cada vez más. Sin embargo, Julio no perdía el sentido del humor. En 1996, el suplemento Armario del diario El Occidental estuvo dedicado a Julio Haro y ahí dos de sus mejores amigas, Diana Solórzano y Meche Cárdenas, relataban una anécdota que lo pinta de cuerpo entero: “…tenía cinco meses en cama a causa de la enfermedad, sin salir para nada. Nos pidió que lo sacáramos y cuando estábamos a punto de salir, echó un grito: ¡Yo sin maquillaje! ¡No puedo salir así, sin maquillaje!...” Recordar hoy a Julio Haro, a 16 años de su muerte es, ni modo, una traición. Ya en su canción Rumba sin rumbo dejaba una especie de última voluntad que ni yo ni otros hemos podido cumplir: la de olvidarnos de él y evitar los homenajes y las apologías: …Cuando yo me muera, yo no quiero un homenaje Y que no se diga nada más de mí Y que nadie diga que ¡Ay qué bueno fui! ¡Lo que quiero es que se olviden de mí...! Aunque sospecho que en el fondo Julio estaría complacido de que nos acordáramos de él. Temas Tapatío Lee También Museo JAPI: Color, juego y abstracción La vida en México comienza en el mar Las Chivas de Gabriel Milito se estrenan con empate ante Tapatío en duelo amistoso Portada: Yordanka Olvera, la chica de la taza Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones