Domingo, 15 de Junio 2025
Suplementos | Por: alfredo sánchez

De memoria

Arturo Cipriano, de los que ya no hay

Por: EL INFORMADOR

A principios de la década de los ochenta me sorprendí al oír un disco que no se parecía a nada de lo que hubiera yo escuchado antes en México. Era una combinación de ingredientes que venían del jazz, el folclor, la canción de protesta y donde participaba un montón de músicos que cambiaban de canción a canción. El disco era el segundo en la vida de un grupo capitalino que respondía al nombre de La Nopalera. Se llamaba Crece la Audiencia y su principal animador era un músico barbón y de greñas rizadas nacido en San Luis Potosí y que desde entonces firmaba con sus dos nombres de pila: Arturo Cipriano. El disco -irregular, hay que reconocerlo- tenía el mérito de una búsqueda inédita, de un abigarrado intento por poner en la misma cazuela todo lo que este músico y sus compañeros de viaje habían oído a lo largo de sus aún cortas vidas. Eran mezcla y fusión puras. En La Nopalera encontrábamos nombres como Cecilia Toussaint, Maru Enríquez, Marcial Alejandro, Gerardo Bátiz, Javier Izquierdo y René Lemus, junto a colaboradores como Marco Antonio Morel, el grupo Sacbé o la Camerata Punta del Este. La mezcla de instrumentos también llamaba la atención: piano eléctrico, guitarras acústicas, percusión afrocubana, flauta transversal, violines y cellos, batería, en fin, combinaciones inusuales en la música de entonces, cuando se gestaba bajo la influencia innegable de la Nueva Trova Cubana, lo que entonces se conoció como “Canto Nuevo”.

Luego de seguir un tiempo la carrera de Cipriano (otros discos, su participación con Roberto Morales en el grupo Alacrán del Cántaro), por cosas del destino me lo topé un día en Guadalajara. Era 1988, se celebraba en el Teatro Experimental un festival ecologista donde yo participé con mi grupo de entonces, El Personal. De pronto nos avisaron que habían llegado dos músicos que querían “palomear”. Uno era el guitarrista oaxaqueño Gil Gutiérrez y el otro el mismísimo Cipriano que soplaba el saxofón y la flauta. Tocaron a dúo, ante la extrañeza del público, una serie de improvisaciones virtuosas de carácter jazzístico -aún recuerdo que una de ellas fue sobre el tema Round Midnight de Thelonious Monk-. Me gustó reconocerlo fugazmente y constatar su pinta medio hippie, medio nómada y apreciar sus dotes de improvisador. Poco tiempo después me enteré de que había decidido quedarse a vivir en Tlaquepaque, aunque en realidad eso de “vivir en…” no se aplica mucho a este personaje. Suele tener un domicilio como centro de operaciones, pero su espíritu es inquieto y siempre se ha movido de aquí para allá, ha viajado por toda América, ha tocado en todo tipo de lugares y, lo más importante, con una tribu numerosísima de colaboradores alrededor de México y el mundo. Desde hace algunos años dirige su propio grupo, El Mitote, junto con su compañera la cantante Isabel Tercero, con quien viaja a distintos lugares del país y toca con músicos con los que se pone de acuerdo mediante un telefonazo o el envío de partituras: “Voy para allá, toco tal día, prepárate estas rolas…”. Sigue tocando jazz con influencias folclóricas de acuerdo con su propio instinto, sin seguir patrones establecidos ni modas momentáneas. África y Brasil aparecen con frecuencia en sus canciones, lo mismo que Venezuela, Colombia y Oaxaca. Toca el sax, la flauta, la armónica, la guitarra y hasta se anima a cantar y a escribir versos punzantes y divertidos. Hace también música para niños. Ha grabado varios discos con El Mitote que suelen ser difíciles de producir por la cantidad de invitados que participan, pero que siempre nos hacen sonreír por las ideas y las ocurrencias que se asoman aquí y allá. El más reciente, editado con el auxilio de su viejo cómplice de andanzas musicales, el baterista y productor Daniel Kitroser, acaba de aparecer en el sello tapatío de Andrés Haro, Discos Imposibles, y desde el título hace que la sonrisa vuelva a aparecer en el rostro: Funklórico. El eclecticismo Ciprianesco a tope. Un músico que se toma en serio pero que no abandona el humor. Un músico que nos trae, ahora desde Cuernavaca, un sonido comprometido con la música misma y con su propio espíritu rebelde. Ciprianodonte, como a veces firma, es un auténtico espécimen antediluviano, de los que ya no hay, o de los que existen unos pocos diseminados por el mundo. Aunque su nombre real sea Arturo Cirpriano Izquierdo.

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