Sábado, 11 de Octubre 2025
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Cuyutlán

Sobre una franja de tierra, entre el océano Pacífico y la laguna Cuyutlán, se asentó la sosegada población de igual nombre

Por: EL INFORMADOR

Del Museo de la Sal, caminamos a la plaza, donde saboreamos unas deliciosas tubas (agua de flor de coco, con fresa y almendra licuadas, y trozos de manzana y cacahuate), miramos una monumental cabeza de Benito Juárez, quien estuvo en el precolombino pueblo de Cuyutlán de Tepetitango, posteriormente nombrado Santiago Cuyutlán. En el gobierno de Francisco Santacruz, en 1911 la ex-hacienda Cuyutlán fue elevada a pueblo. Al finalizar el porfiriato, Viltold de Szyszlo escribió: “famosa por su playa de arena, atrae en los meses de abril y mayo un cierto número de bañistas de los estados limítrofes. Durante la temporada de secas, la localidad se puebla de obreros inmigrados que explotan las salinas”. En la década de los sesentas se separó de Manzanillo y se le adjudicó a Armería.

Una calle empedrada nos fue llevando al mar. Llegamos al Hotel María Victoria. Nuestro cuarto nos regaló una maravillosa terraza con una cautivadora vista al alegre malecón, a las coloridas sombrillas, a la fantástica playa y al sensacional océano, nos quedamos un buen rato en aquel increíble espacio, admirando el vibrante escenario de Cuyutlán. Por un camino de tablas nos acercamos a la fantástica playa de fina y compacta arena, suave y agradable al tacto. Nos refrescamos y chapoteamos con gran regocijo en las aguas blancas. Percibimos un oleaje tranquilo, la famosa ola verde estaba ausente, Gil Cabrera citó: “empieza a subir la marea, hay ola verde, admirar ese fenómeno de la ola verde, contemplar cómo esos túneles movibles se forman uno tras otro en sucesión, mar adentro se vienen levantando las torres más y más hasta adquirir su altura máxima (entre 12 y 15 metros), para luego caer sus crestas sobre la espuma blanca, produciendo el tumbo que despide miles de gotas al infinito, cuando hay luna nueva el mar empieza a agitarse”.
Luego de acariciar el agua marina y sentir su fuerza, jugamos con la arena haciendo fosas, canales, muros y torres. Un chapuzón más y nos fuimos a comer a “Mariscos el Excelente”, un restaurante anexo al malecón, sobre la playa y sombreado por grandes sombrillas verdes. Pedimos unos frescos cocos, unas ricas tostadas de ceviche y unos deliciosos cócteles de pulpo y otros de camarón, servidos en copas grandes, mejor conocidas como “chabelas” y por postre unas exóticas cocadas, unas blancas y otras amarillas. Después del festín, caminamos pausadamente por el malecón, donde se asoman hoteles, tiendas, restaurantes y una que otra casa. Data de 1937 y Caco Ceballos lo refirió: “oficialmente quedó marcada la zona federal y se construyó en aquel tiempo el hermoso Paseo de los Estados, llamado así porque escribí y conseguí que cada  estado  pagara una banca, la cual ostentaba su escudo en bella cerámica poblana”.

Más tarde regresamos a la playa, pasó un triciclo tocando unas campanillas, pregonando  nieve de garrafa, no dudamos en comprar unos barquillos con suculentas bolas de nieve. El sol fue matizando el cielo de preciosos celajes. Al oscurecer, las constelaciones se fueron manifestando y nuestro mirar fue sorprendido. Soñamos con el hechizante lugar de cocuyos, arrullados por el melódico oleaje de vida.        

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