Viernes, 10 de Octubre 2025
Suplementos | La templanza implica una práctica que requiere esfuerzo y dedicación constantes

Contra el pecado: templanza

El Catecismo abunda en el tema (2290) cuando afirma que “la virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas

Por: EL INFORMADOR

     Contra la gula, la templanza, virtud que el Catecismo de la Iglesia Católica (1809) define como “la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad”. Esto quiere decir que la templanza lleva a moderar todo lo agradable a los sentidos. El Catecismo abunda en el tema (2290) cuando afirma que “la virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez... ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia… se hacen gravemente culpables”. Y no solamente puede apreciarse esto a nivel doctrinal o de moral religiosa. Las campañas actuales contra conductores ebrios, la obesidad infantil y el tabaquismo, no son sino una respuesta de las autoridades civiles a problemas graves ocasionados por la simple falta de templanza en gran número de personas.
    Como virtud --esto es, como un hábito bueno--, la templanza implica una práctica que requiere esfuerzo y dedicación constantes. Y como para todas las virtudes, en su camino siempre hay algo apetecible que se interpone en la consecución de la meta; algo que invita a abandonar el trabajo, aunque a veces sólo sea la simple comodidad. Sin embargo, es un hecho comprobable que el abandono de la senda virtuosa conduce irremediablemente, a la frustración o fracaso, lo que a su vez recrudece el vicio --en este caso la gula-- y se termina amargado, triste y resentido con la vida. Así, la templanza permite la realización de algo valioso en sí mismo: permite que sea lo más elevado de la persona, la razón y la voluntad, lo que le gobierne. Así, esta virtud es liberadora puesto que cuando se sojuzga la voluntad, el hombre se esclaviza, dado que ya no es dueño de sus actos y se comporta irracionalmente.
     Podemos constatar fácilmente que buena parte del malhumor, intolerancia e impaciencia que muestran muchas personas en cualquier etapa de la vida, es consecuencia de su poca fuerza de voluntad, que los atrapa en sus vicios y carencias. La manifestación más clara es que reniegan y protestan contra todo y contra todos, lo cual se explica por un bajo nivel de autoestima. La templanza es el remedio contra estos males, pues, como lo sabe quien lo ha experimentado, el gozo y la alegría que se sienten cuando se vence un vicio y se alcanza una meta, son inenarrables. El señorío de sí mismo alegra la vida, al proporcionar esa dosis de seguridad en uno mismo, el control de la vida; y está unido a la inefable satisfacción del deber cumplido, la elevación de la autoestima y el aprecio de los demás. De aquí se concluye que es una virtud que contribuye grandemente a la felicidad, y que imaginarla como un conjunto de renuncias desagradables en nombre del deber es una pobre forma caricaturesca de considerarla, propia de adictos y viciosos ignorantes y confundidos.  
     La educación de la templanza no es cosa fácil. Es necesario fomentar la moderación junto con el espíritu de servicio, que no convierta al yo en el centro de la existencia. Por ejemplo, si una niña al crecer se ve guapa y atractiva, no se trata de negar lo evidente, pero sí de procurar que no esté todo el día mirándose o pavoneándose. Y será bueno que su madre, en vez de insistir en que está como para desfilar en la pasarela, le recuerde que no es un mérito propio y que hay cosas más valiosas en una mujer que sí deben conseguirse con esfuerzo.
      Por otro lado, hay que entender que una vida austera encaminada a exclusivamente a la autoafirmación no es ejemplo de templanza; la auténtica virtud orienta al hombre a su verdadero fin, a su desarrollo integral y a mejorar como persona. N. S. Jesucristo solamente quiere que seamos felices (Jn 15, 11) y nos da los medios para lograrlo. Así, la templanza nos conducirá directamente a la felicidad en esta vida y, como remate, san Pablo nos hace ver que su práctica nos otorgará la corona incorruptible de la vida eterna (Cfr. 1 Cor 9, 25). Que el Señor nos bendiga y nos guarde.


Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx

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