Sábado, 14 de Junio 2025
Suplementos | Por: Eduardo castañeda

Casa de citas

Objetos extraviados en una mudanza

Por: EL INFORMADOR

“Yo soy el imbécil que creyó que ir a París no sería necesario. Ahora paso mi vida comprando baguets y queso y vino tinto y voy a todas las fiestas de bienvenida que organizan mis amigos, y he visto siete veces Casablanca.
—Siempre tendremos París —dice alguien, y yo asiento mansamente, asomándome por encima del hombro de una cuarentona que huele a Coco Chanel y está viendo fotografías de Pere Lachaise.
—Lo que no entiendo es por qué posan todos juntos en las fotos. Casi no se alcanza a ver los monumentos de las tumbas.
Una muchacha me toma de la mano y dice:
—¿Qué tienes, Ismael? Te están sudando las palmas.
Voy al baño, me seco el sudor con unos kleenex y me doy una larga, larga raya. Me veo al espejo y, quién sabe por qué, pienso en el albañil que vi ayer por la tarde: tenía el cabello crecido y los antebrazos cubiertos de cemento, paleaba kilos y más kilos de mezcla, la vista clavada en el piso; llevaba puesta una falda alrededor del estómago y de ella pendía un celular de los viejos —esos que más bien parecen ladrillos— completamente cubierto de polvo.
—Todo esto es pasajero —murmuro frente al espejo.
Luego trato de calcular cuántos boletos de avión he aspirado y fumado a lo largo de los últimos años.
Cuando vuelvo a la sala, la fiesta va en pleno apogeo. Veo a mi novia junto a un muchacho de cabello muy corto y gabardina de cuero. Él le explica por qué resulta tan fantástico el disco de Le peuple de l’herbe que recién adquirió en la FNAC de Champs Elyseés: una edición que de seguro tardará meses en llegar, si es que llega, a las tiendas de McAllen y Laredo. Mi novia le sonríe, entre tímida y fascinada. Le sonríe con esa primorosa dentadura que a veces lava con mi cepillo azul.
En algún momento, y sin que venga al caso, uno de los invitados dice;
—Lo más padre de estar en un lugar es que siempre hay algo de él que ignoras por completo.
Luego sigue tragando su sándwich de rosbif con mostaza dijon.

Objetos extraviados en una mudanza: un ejemplar en fotocopias de la La pesca de truchas en Norteamérica, una pelotita rellena de harina de esas que usan los ejecutivos para combatir el estrés, un telescopio de juguete con el tripié roto en cuatro partes, una camiseta de los Tigres con el número de Tomás Boy en la espalda, la contraseña de un concierto de King Crimson.
—Todas las cosas se parecen a su dueño.
Es lo que digo. O más bien trato de decirlo: tengo la boca amarga, los labios despellejados. El único sonido que sube por mi garganta es la resequedad de las consonantes duras. Estoy tendido en la cama. Miro las grietas y las manchas del techo. Repaso mentalmente letras de Radiohead y capítulos de cartoons viejos hechos por Hanna-Barbera.”
    
Julián Herbert. Cocaína (Manual de usuario). Almuzara. España. 2007. 102 págs.

Este volumen de cuentos fue merecedor del V Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola. El autor nació en Acapulco en 1971 y vive en Saltillo. Es un excelente poeta también. Es vocalista del grupo de rock Madrastras y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


Mira si yo te querré
“Montse va vestida con ropas de Layla. También le prestó una melfa azul, que le sirve para no llamar la atención. Los hombres se amontonan, rezan, charlan en voz baja. Las mujeres se quedan a un lado, en silencio. Brahim y la hermana de Layla se separan. Montse se coloca con las mujeres. Imita todo lo que ve. Se sienta en el suelo y hace visera con la mano para no perder detalle de lo que está ocurriendo allí. Enterrado entre la multitud, alguien recita el Corán ayudándose de un megáfono que lanza los versículos de la sura hacia el cielo intensamente azul de la hammada. Montse trata de no destacar entre las mujeres, pero las saharauis la miran con cierta curiosidad. Nadie, sin embargo, le pregunta nada. A pesar de que la ceremonia está ya comenzada, no paran de llegar vehículos.

Al cabo de media hora el megáfono queda en silencio y la gente empieza a hablar en voz alta. Montse aguarda para hacer lo mismo que la hermana de Layla. En ese instante, cuando está incorporándose, ve entre la multitud un rostros de mujer que la deja helada. Son apenas unos segundos, porque la mujer le da enseguida la espalda y camina entre la muchedumbre. A Montse le parece que es Aza. Ha sido una idea fugaz que pasa por su mente y le acelera el corazón. Va a llamarla, pero ahoga el grito en el último momento. No quiere ponerse en evidencia, ni parecer una histérica.
Vuelvo enseguida —le dice a la hermana de Layla, ayudándose de gestos, y echa a caminar deprisa.”

Luis Leante. Mira si yo te querré. Punto de Lectura. España. 2008. 314 págs.
Esta obra fue merecedora del Premio Alfaguara de Novela 2007.

Tapatío

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