Jueves, 09 de Octubre 2025
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Casa Grande Grande Hotel

Grata sorpresa fue al llegar, encontrarnos frente a una gran plaza jardinada

Por: EL INFORMADOR

Fastuosa belleza. Detalle de la casona antigua respetuosamente restaurada. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

Fastuosa belleza. Detalle de la casona antigua respetuosamente restaurada. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

GUADALAJARA, JALISCO (11/SEP/2016).- Morelia… ¡es siempre sorprendente!

En esta ocasión… dado que algunos de los recuerdos de la infancia sobre esta ciudad de “Mechoacán”   llena de edificios viejos que -excepto la fuente de las tarascas a medio vestir- muy poco llamaron la atención de mis mocedades, decidimos ir a visitarla.

Por internet vi un hotel “de no mal ver”, que ofrecía sus servicios en una vieja casona de aquellas que tenía memoria. Inicialmente pensamos que sería muy ruidoso por estar en la plaza principal pero decidimos correr el riesgo y reservamos una habitación.

Grata sorpresa fue al llegar, encontrarnos frente a una gran plaza jardinada que lucía un elegante kiosco. Una admirable catedral de cantera rosa presidiendo el conjunto. Los sobrios y bien cuidados edificios coloniales hablaban de aquellos tiempos. La gente paseaba con tranquilidad y parsimonia. Los globeros pintaban el aire con sus volátiles colores. Un viejo, girando la palanca de su antiquísimo cilindro llenaba el ambiente de notas antiguas. Unas guitarras lejanas hacían detenerse los relojes a la hora que cada quien quería. ¡Bienvenidos a Morelia! Sentimos que todo esto nos decía.

Un espacio de estacionamiento al lado de la plaza parecía haber sido reservado para nosotros. Cruzamos la calle asombrados por el ambiente alegre y provinciano que nos rodeaba cuando, distraídos y embobados llegamos hasta un elegante zaguán de los de antes, en donde un par de amables guardias nos dijeron que ¡Precisamente ahí era el Hotel Casa Grande!

Entre enormes macetones con naranjos olorosos, cruzamos el patio para llegar al escritorio de la recepción en donde, arrancherados y mirando para todos lados contemplábamos… ya fuera la elegante escalera, o la labrada herrería estupendamente restaurada, los frescos muy bien conservados o simplemente a Mayra, la amable recepcionista que con la sonrisa a flor de piel nos daba la bienvenida, comentándonos además, que la habitación que nos tenía asignada era la más bella y predilecta. ¡Guaaau! ¡Creo que acertamos!, dijimos los dos al mismo tiempo.

-Nos tomará unos minutos terminar de arreglar su cuarto -siguió diciendo pero mientras tanto… pasen a nuestra cafetería y pastelería Panolli en los salones de la entrada, o en el portal del frente, en donde les será servido un bocadillo como cortesía- nos dijo alegremente Mayra.

-Bueno, bueno, bueno… dejémonos querer- volteamos a vernos con una sonrisa de entre azoro y alegría.

Al cabo de una media hora, llegaron por nosotros para decirnos que el cuarto ya estaba listo, las mochilas acomodadas, y la camioneta guardada en el garaje.(¿?)

La entrada a nuestro cuarto (el número XII, escrito así en romano) se encontraba al abrigo de una doble arcada en donde las pinturas “al temple” (tierras de color mezcladas con clara de huevo) que lograban el efecto óptico del “trampojo” (las figuras parecieran estar en relieve, siendo pintadas sobre un muro plano) habían sido cuidadosamente rescatadas.

Una puerta doble, encristalada y con visillo, nos conducía al pequeño y discreto recibidor que llevaba a los generosos espacios de la recámara, en donde, un par de camas rebosantes de blancos edredones níveos miraban a los balcones que, con su doble puerta de cristal evitaban el posible alboroto de la plaza. El baño, adaptado a las comodidades actuales, tenía el sentimiento de cualquiera de los hoteles de vanguardia; lo mismo que las sofisticadas instalaciones pertinentes de la habitación.

Esto fue lo que gratamente encontramos en la casona antigua convertida en hotel en donde, sin pensarlo, tuvimos la suerte de disfrutar en la señorial Morelia de antiquísimos recuerdos (sobre todo la fuente de las tarascas ‘shhh’). Un hotel pequeño, de muy buen gusto, y sin las estridencias que otros (a quienes evitamos) suelen presumir.

Los deliciosos chilaquiles con frijoles refritos que nos ofrecieron para desayunar en el pequeño restaurante del segundo piso desde donde divisábamos la plaza señorial y pueblerina, realmente fueron un contento.

Otra dicha fue la visita a la bien puesta Casa de las Artesanías, en donde cualquiera esperaría encontrar chucherías y baratijas de mal gusto, encontramos (no exagero) artesanías increíblemente bellas y de la calidad de cualquier exposición internacional… Felicidades.

Después de esta grata sorpresa, llegamos a gozar en los portales del mismo hotel -con la esmerada atención y calidad de los Panolli, la  distinguida (y exquisita) panadería y restaurante- de una “sopa tarasca” típica de la región que estaba francamente deliciosa…

De que se da la suerte… se da la suerte…

Y en la Casa Grande de Morelia ¡Vaya que se nos dio la suerte!

Con gusto la comparto y lo confirmo… ¡Morelia es… simplemente sorprendente!

vya@informador.com.mx

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