Suplementos | Por: laura zohn Capicúa Y luego de la Navidad, que el entusiasmo quede Por: EL INFORMADOR 20 de diciembre de 2008 - 11:55 hs Ya casi se acaba 2008 y, como cada fin de año, quedan muchas cosas pendientes por hacer, como si el plazo se venciera y el año que viene fuera imposible realizarlas. Terminar un ciclo, cerrar puertas para abrir otras, pagar deudas, proponerse metas inalcanzables. Algo extraño pasa con los finales: es seguro que van a llegar y sin embargo tratamos de prolongar su arribo el mayor tiempo posible. Cuando llega el mes de diciembre, por el frío filoso que inicia y por la proliferación de foquitos en las calles, muchas ideas y proyectos aterrizan en mi cabeza: hornear pasteles de frutas, comprar mazapanes y turrones que sólo se adquieren en esta temporada, abastecer la cava para que no falte una gota de vino en las celebraciones, comer sin límite botanas y manjares suculentos, adornar el arbolito de Navidad hasta con el molcajete… Pero sobre todo, viene a la mente estar con la familia. Estar bien y de buenas. Estar juntos, los que estamos, los que somos. Y claro… resulta imposible no acordarse de los abuelos, las abuelas, algunos tíos y tías, y por supuesto, en mi caso, de mi papá. Y más en este año que el Mercado Libertad cumple 50 años de vida y van a celebrarlo con una placa conmemorativa en su honor. Salud de pie y con una copa de cognac por Alejandro Zohn y por todos los que se fueron demasiado pronto o inesperadamente. Aquí siguen, aquí seguirán. Estas fechas son curiosas en la ciudad, casi diría esperanzadoras. Parece como si se borraran los males o al menos se suavizaran un poco las desgracias. La gente por las calles mira de otro modo, sonríe un poco más, se emociona con cualquier detalle y por supuesto con las compras y las ofertas. Parece que no basta dar afecto, hay que demostrarlo con un regalo. Surge el deseo de compartir, lo que se tiene, lo que se puede… Brota más que nunca el ansia de brindar, de romper piñatas, pero también de olvidar, de perdonar, de pasar a lo que sigue y dejar las malas vibras enterradas allá, lejos, en un pasado sin retorno. Llegada la Navidad, habrá que reír y llorar, rezar, meditar y abrazarse largamente hasta que el calor ajeno se vuelva casi propio. ¿A quién nos acercamos en esta época? ¿Cuántos que no conocemos están viviendo lo mismo que nosotros? Si se trata de dar y recibir, de ayudar y coincidir, habrá que ver un poco más allá de nuestras narices y ponerse en el lugar de los demás, de algunos de los demás… ¿Que hará, por ejemplo, el sacerdote de la capilla del barrio, tan solicitado en estos tiempos de perdón y confesión, además de bendecir almas y conminar a hacer el bien y darse la mano? ¿Cenará buñuelos y tamales, acompañado de un ponche calientito? ¿Se dará tiempo de escaparse algún fin de semana al campo o a la montaña? ¿Qué deseos pedirá para el año próximo la secretaria vestida de gris que trabaja en un cubículo gris de una oficina aún más gris? ¿Una nueva minifalda, un mejor salario, un jefe que la deje trabajar en santa paz? ¿O simplemente que todo cambie de color cuando mire a través de la ventana? La afanadora que recorre, semana a semana, cada uno de los siete pisos del hotel, con el trapeador a cuestas, ¿no preferirá aventar el balde de agua sucia en las macetas, echarse un clavado al edredón de la cama king size y tomar posesión del control de la tele, mientras pide un club sandwich y una coca bien helada al room service? O tal vez opte por agarrar la escoba con firmeza y salir volando por el balcón, en el silencio brillante de la noche, y así emprender un viaje a un mundo mágico donde no hay polvo ni mugre ni sábanas arrugadas, sólo pétalos de rosa esparcidos sobre las nubes y un gran pomo de miel para endulzar la vida. El político, el diputado, el regidor y otros funcionarios… ¿Qué harán además de disfrutar de unas plácidas vacaciones en la playa, gracias a un aguinaldo excesivo y seguramente inmerecido? A los que sí compadezco, justo en la nochebuena, es a los encargados del Oxxo, del Seven Eleven y negocios similares, que laboran las 24 horas y les toca cuidar el changarro, solos y abandonados a merced de una luz neón fría y criminal, mientras los demás hacen sonar las copas de cristal y abren los anhelados obsequios junto al calor de la chimenea. ¿No maldecirán las borracheras que el resto de población agarra mientras ellos llenan las jarras de café, y surten de hielo y cerveza a los trasnochados? La lista continúa… El muchacho que avienta fuego por la boca con tragos de gasolina, descalzo, ojeroso, flaco pero correoso, sigue con su riesgosos espectáculo, de semáforo en semáforo. El malabarista de toronjas y naranjas, concentrado en cacharlas con precisión, mirando al cielo, tan entretenido que se olvida a veces de dejar tiempo antes de la luz verde para pedir propina. El payaso de los zancos, con su superioridad ficticia. Los mimos que fingen lavar el parabrisas y causan más lástima que risa. La señora con rebozo, esa que parece repetirse en casi todas las esquinas de la ciudad, con un bebé atado en la espalda, un niño en una mano y una caja de chicles en la otra, con la mirada ausente de alegría. ¿Ellos también gozan las fiestas decembrinas? Quizá les da exactamente igual la fecha, el día de hoy es igual de miserable que el anterior, las mejoras no habrán de llegar, quizá un poco más de pan o de monedas. Tal vez su único consuelo es que en esta época no suplican limosna, exigen su Navidad. Para muchas personas, es la temporada ideal para vender su mercancía: el señor de la carnicería ha puesto moño y listón a una gran cantidad de pavos y jamones para abastecer las mesas de los tapatíos. Lo mismo quienes venden desde esferas, angelitos y luces de bengala hasta monos de nieve y pinguinos con gorrito y pompón. A las vinaterías y a los bares les va de maravilla, con este pretexto de festejar que se nos da muy bien a los mexicanos. En fin, ya veremos qué pasa en enero, pasadas las posadas. Ojalá recibamos de regalo un par de bastones resistentes para soportar el esfuerzo de trepar la cuesta... Por lo pronto, tengo una petición: que el señor Santa Claus venga y reclame el derecho de autor de la imagen de sus renos, para que ya dejen de disfrazar a los automóviles de Rodolfos, con cuernos acolchonados y nariz colorada. Este tipo de moda urbana, como la de revestir con miles de foquitos las fachadas de las casas -retando al recibo de la energía eléctrica- o la de colocar venados y señores gordos y barbones inflables en las azoteas, es curiosa, es importada, es contagiosa, a veces divertida, a veces ridícula, pero definitivamente pasajera. La Navidad se va: el entusiasmo con suerte y se queda. laurazohn@gmail.com Temas Tapatío Lee También Museo JAPI: Color, juego y abstracción La vida en México comienza en el mar Las Chivas de Gabriel Milito se estrenan con empate ante Tapatío en duelo amistoso Portada: Yordanka Olvera, la chica de la taza Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones