Viernes, 13 de Junio 2025
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Arculfo y la Ruta Sagrada

Primera de dos partes

Por: EL INFORMADOR

Luego de que el Cristianismo dejó de ser perseguido por el Imperio Romano (siglo III), empezó a llamar la atención de muchos sabios y religiosos de varias partes del mundo. El emperador Constantino I había legalizado su práctica, y llegó a tener tanta fuerza en las personas que en el siglo VI, bajo el gobierno de Justiniano I, se convirtió en religión oficial del Imperio. Fue entonces que todo (“todo” en sentido estricto) lo concerniente a la vida de Jesús empezó a tener un valor impresionante, desde los detalles más pequeños hasta el momento, lugar, circunstancias y demás aspectos de su muerte.

Pues bien, mis estimados lectores, esto también fue motivo para emprender un sinfín de largos viajes por los lugares en los que el “maestro” (como le llamaban sus seguidores) puso un pie. Miles de significados podrían tener estos viajes que buscaron repetir la ruta del “ungido”, y no sería éste el espacio indicado para hablar de ello, pero sí podemos hablar de uno de esos viajeros que el único sentido que le encontró a su vida fue cuando descubrió que tenía que visitar todos los lugares posibles por los que Jesús había enseñado su doctrina.

Y era de entender que una vez oficializado el cristianismo y que sus seguidores dejaron de ser perseguidos, monjes de muchas partes se apresuraron a visitar lo que luego se llamó la Ruta Sagrada, en Tierra Santa, la cuna de la nueva religión. Uno de esos monjes fue el obispo francés Arculfo. Hacia finales del siglo VII, inició su viaje a Palestina, y según la descripción que nos ofrece Julio Verne, al llegar a Jerusalén describió la ciudad destacando la muralla que la rodeaba, además de explicar con detalle la geografía y topografía de la región. Visitó la iglesia en forma de rotonda la cual fue construida sobre el “Santo Sepulcro, la tumba de Jesucristo y la piedra que la cierra, la iglesia de Santa María, la construida en el calvario y la basílica de Constantino, edificada donde se encontró la Vera Cruz,” es decir, el madero en el que fue crucificado Jesús. El mismo Arculfo da noticia de lo asombroso e impactante que fue para él llegar hasta aquellos lugares santos. Todas estas iglesias que visitó de algún modo resumían gran parte de la vida de Jesús, entre sus muros se guardaba la historia del hombre que partió la cuenta del tiempo en dos.

El viajero fiel se dirigió entonces hacia el valle de Josafat, al lado este de la ciudad, donde está la iglesia con el sepulcro de la virgen y la tumba de Absalón, a lo que Arculfo llamó la “Torre de Josafat”. Subió luego al monte de los Olivos, uno de los lugares más importantes para el mundo cristiano; las Sagradas Escrituras dicen que este lugar era frecuentado por Jesús en sus oraciones, además de que fue allí donde lo arrestaron. Sin duda que es un espacio lleno de historias místicas, las cuales nuestro viajero trató de repetir: rezó en una de las grutas en las que se supone lo hizo el fundador del cristianismo.

Caminó entonces hacia el monte Sión, al sur de Jerusalén, y pasó por la gigantesca higuera donde según la tradición se ahorcó Judas Iscariote. Debió haber reconstruido en su memoria aquellas conmovedoras escenas; con cada paso que daba parecía acompañar a los personajes de aquellos dramáticos años fundacionales. En la cima de la Montaña Santa, los fieles habían levantado una enorme iglesia circular que aún estaba inconclusa. Dice Arculfo: “No se ha cubierto el interior de la iglesia… a fin de que este lugar sea un camino siempre abierto al cielo…” Explica también que cuando se construyó el templo, en la parte donde “descansaron los pies del señor” y dejó sus huellas marcadas sobre la tierra, al tratar de poner losas de mármol, de manera inexplicable éstas eran “arrojadas a la cara de los obreros”, de modo que todavía se conservaba el polvo, y aun cuando los fieles que visitaban el lugar se llevaban parte de “este polvo, y con él la huella”, ésta volvía a aparecer.

Arculfo no daba crédito a lo que sus ojos veían; parecía presenciar cada escena de la vida del “maestro”, y estaba resuelto a no regresar a su país hasta no haber recorrido los lugares más importantes y completar con ellos la Ruta Sagrada. Lo que aún le faltaba por recorrer lo comentaremos en nuestra próxima entrega.


Cristóbal Durán
ollin@hotmail.com

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