Sábado, 11 de Octubre 2025
Suplementos | Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición de la misericordia divina

Amor, misericordia y justicia

La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido

Por: EL INFORMADOR

La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, al que hacen referencia frecuentemente las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 1807).

La misericordia es el atributo de Dios que derrama su compasión a aquellos en que pasan alguna necesidad. Es un don de Dios para los que Él quiere, la cual debemos aceptar humildemente puesto que no puede ser ganada. Así lo afirma la carta de San Pablo a los Romanos al decir que: “las decisiones divinas no dependen del comportamiento del hombre, sino de Dios que llama(…) ¿Diremos por eso que Dios es injusto? ¡De ninguna manera! Porque Él dijo a Moisés: Seré misericordioso con el que yo quiera, y me compadeceré del que quiera compadecerme. Porque todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios. (Rom 9, 11b-12; 14-16.)

Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición de la misericordia divina. No sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, Él mismo la encarna y personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia.

Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor llamado en el lenguaje de la Sagrada Escritura: Misericordia; amor que se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la «condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre. (Cf. Dives in misericordia)

 Así pues, Cristo revela a Dios que es Padre, que es “amor”, que es “rico en misericordia”. Su misión fundamental fue hacer presente al Padre en cuanto amor. (Cf. Idem)

La idea de justicia que debe servir para ponerla en práctica en la convivencia de los hombres, de los grupos y de las sociedades humanas, en la práctica sufre muchas deformaciones. La experiencia demuestra que fuerzas negativas, como son el rencor, el odio e incluso la crueldad han tomado la delantera a la justicia. Sin embargo las palabras de Jesús son eternas y siempre actuales, y nos advierten que: “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”. (Mt 5, 20)

La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor, plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones. (Cf. Dives in misericordia)

Las palabras del sermón de la montaña: «Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia», al hacer ver las posibilidades del «corazón humano» en su punto de partida (ser misericordiosos), ¿no revelan quizá, dentro de la misma perspectiva, el misterio profundo de Dios: la inescrutable unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la que el amor, conteniendo la justicia, abre el camino a la misericordia, que a su vez revela la perfección de la justicia? (cf. Dives in misericordia).

El pasaje evangélico de hoy nos narra una parábola en la que se hacen presentes el amor, la misericordia y la justicia divinas. Lo vemos cuando el dueño de la Viña, o sea, Dios, le dice a aquel que reclama airadamente su decisión de pagarles a todos por igual: ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”(Mt 20, 15).

Y aunque la llamada principal de la parábola es a la conversión y a la santidad, destacan los atributos de Dios ante la respuesta de los hombres y la condición que atraviesan. Todos hemos sido llamados a la primera hora, pero unos han respondido a distintas horas. Muchos siguieron sin querer oír la llamada. A algunos Dios les tuvo que sacudir fuerte, por ejemplo a Zaqueo, a Pablo, a tantos grandes pecadores más.

Con humildad, reflexionemos acerca de cómo está nuestra fe y démonos cuenta de sí realmente, aceptando el amor, la justicia y la misericordia de Dios, confiamos plenamente en Él, en sus decisiones, que siempre son plenas de sabiduría y de liberalidad, y buscan siempre nuestro bien.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx

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