Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | El evangelista y apóstol Juan presenta una escena de la vida de Cristo

Agua que salta hasta la vida eterna

“Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”.

Por: EL INFORMADOR

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     En este tercer domingo de cuaresma el evangelista y apóstol Juan presenta una escena de la vida de Cristo, con el signo de esa inquietud, ese anhelo, esa búsqueda amorosa del Señor -- buen pastor-- por la oveja perdida.

     Es un diálogo de mayor extensión iniciado por el Maestro, que se sentó fatigado en el brocal del pozo de Sicor, en Samaria, mientras los apóstoles han partido al pueblo a buscar algo para comer.

     Allí estaba en paciente espera, tal vez protegido por la sombra de un árbol, cuando llegó una mujer samaritana con su cántaro, a sacar agua.

     Estos acontecimientos, si bien se les podría llamar fortuitos, no lo son, porque en los planes de Dios, siempre incomprensibles para la mente humana, todo está dispuesto con sabiduría y amor.

     Ese encuentro, donde la mujer sólo llevaba su pensamiento de volver a casa con su cántaro lleno de agua, para ella fue la mayor alegría de su vida porque se encontró con el Hijo de Dios, a quien ella no había conocido, y desde ese momento y para adelante, otra fue su vida con la alegría de tres regalos: camino, verdad y vida.

     Todo empezó con una extraña petición:

“Mujer, dame de beber”


     “¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”, repuso ella.

     Desde tiempos de Manasés se había abierto una grieta entre los judíos y los samaritanos, y hasta no disimulado desdén de los judíos hacia sus vecinos, con ese orgullo de sentirse superiores. Justificada era, por lo tanto, la extrañeza en la mujer.

     Tres revelaciones se sucedieron en esta breve frase: “Si conocieras el don de Dios”. Don es sinónimo de regalo. Aquella mjujer ignora el misterio de Dios hecho hombre, porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó, le regaló a su Hijo único. Cristo es el regalo, el don del Padre.

Además: “Tú le pedirías a Él”. Porque la presencia de Cristo entonces, después y ahora, es para dar y para servir. Si el creyente se acerca ahora a Cristo es para pedirle, y Él da, y vuelve a dar, aunque los suyos son cortos para responder.

“Él te daría agua viva”

     Aquella mujer, sin duda asombrada, no podía entender que hubiera otra agua distinta de la del pozo, y además, agua viva. El Señor así elevaba ya el tema a nivel trascendente, espiritual.

Aunque el agua material, como lo entendía aquella mujer, es sin duda muy importante; Cristo ya le revela cómo si son distintos el pan que alimenta el cuerpo y el pan vivo que alimenta el alma, también hay agua “viva” para darle vida al alma.

     Dios habla por boca del profeta Jeremías: “Dos pecados ha cometido mi pueblo: dejarme a mí, fuente de aguas vivas, y cavarse cisternas agrietadas incapaces de retener las aguas” (Jer 2, 13).

     Aguas corrompidas donde muchos beben, son todos esos mensajes a través de la televisión o el internet para darle gusto a las personas desordenadas. Muchos han entrado por senderos del mal, porque bebieron de esas fuentes.

     La samaritana todavía no acaba de entender a Cristo y le dice: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar el agua y el pozo es profundo. ¿Cómo vas a darme esa agua viva? Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?”.

    El agua del pozo de Jacob es para el cuerpo, es parte muy importante para beberla hoy, mañana y cada día;  por eso ella tendrá que ir con su cántaro para llevarla a su hogar.

     El Señor le aclara, insiste en hacerle entender la necesidad de la otra agua, muy distinta.

     “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré se convertirá, dentro de él, en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

     Maravillosa revelación: encontrar la verdad y el amor.

     Encontrar a Cristo es alcanzar la vida eterna. En los veinte siglos de cristianismo hay incontables historias de hombres y mujeres antes sedientos, por años sedientos, y al encontrar a Cristo, fuente inagotable de agua viva, encontraron el gozo, saciaron su sed.

     San Agustín, en su libro “Las Confesiones”, manifiesta su angustioso camino de años. Cómo su delirio era desentrañar el misterio de la vida; cómo siempre iba, como sigue el gambusino en las entrañas de la tierra, el ansiado metal. Agustín buscaba la verdad y el amor, hasta un día que todo lo encontró y dijo: “Nos hiciste para ti, oh Señor, y nuestro corazón latirá inquieto hasta que descanse en ti”.

“Señor, dame de esa agua...
     ... para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”.


     El Señor le dijo: “Llama a tu marido”. Ella le contestó: “No tengo marido”, y el Señor agregó: “Has dicho la verdad, has tenido cinco y el de ahora no es tu marido”.

     La oveja descarriada ha sido encontrada por el Buen Pastor.

     Sea la súplica de esa mujer samaritana, la misma desde el corazón de todos los creyentes.

     Cristo da el agua viva con su presencia en los sacramentos, singularmente en la Santa Eucaristía; además con su palabra y en todos momentos, cuando con fe y amor el cristiano se esfuerza en asimilar las enseñanzas del Maestro. Allí está el manantial.

     Mas la mujer ya olvidó el cántaro, ya olvidó el pozo; ahora ha elevado su pensamiento a muy alto nivel, y sigue así el diálogo porque ya ha descubierto que está ante un gran profeta.

     “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La conversación va ahora hacia otro tema.

     Esta es la respuesta a la pregunta de la mujer: si el culto deberá ser en el templo de Jerusalén, o en el monte como decían los samaritanos.

     La sabiduría de Dios así se manifiesta. El culto de exterioridades, a veces reducido a meras ceremonias mecánicas, no es grato a Dios.

     “En espíritu y en verdad”. La verdadera religión, el verdadero culto, ha de surgir desde dentro de lo interno. Es crecer cada día con el conocimiento de la propia religión, vivir en comunicación con Dios y en armonía con los prójimos, y ser siempre discípulos y misioneros. Siempre alma abierta a las divinas enseñanzas, y con el compromiso bautismal de llevar a los demás el gozo de haber encontrado a Cristo.

“Soy yo, el que habla contigo”

     Reflexiona la samaritana y ahora dice: “Ya sé que va a venir el Mesías --es decir Cristo--. Cuando Él venga, nos dará razón de todo”. Y entonces el Señor se manifestó. El acento mesiánico queda claro para ella.

     La mujer dejó el cántaro y se fue a su pueblo a anunciar al Mesías. Pide que vengan, que vean, que oigan, que todos tengan experiencia de Cristo.

José R. Ramírez Mercado    
 

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