Sábado, 18 de Octubre 2025
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Agendas en disputa

Lo más apasionante de la política, trata de unir lo que la economía y la sociedad separan

Por: EL INFORMADOR

La lucha política es una guerra de posiciones y movimientos. EL INFORMADOR / S. Mora

La lucha política es una guerra de posiciones y movimientos. EL INFORMADOR / S. Mora

GUADALAJARA JALISCO (20/MAR/2016).-Se suele ver a la política como el arte de construir acuerdos entre personas que piensan distinto. Esa destreza, desarrollada por el ser humano, tiene como principio que no nos matemos por entender la realidad de forma diferente. No es poca cosa, por siglos y siglos, disentir significó la guillotina, lapidación y hasta la muerte. Política y civilización van de la mano, como la muestra más palpable del reconocimiento del otro.

Eso es lo más apasionante de la política, trata de unir lo que la economía y la sociedad separan. Es el puente entre el disenso y el consenso, entre lo irreconciliable de una postura ideológica y lo renunciable que emerge como la naturaleza misma de coexistir con el otro. Ser político es, de entrada, legitimar al otro, entender que la política existe porque entendemos el mundo disímilmente. La política, y su manifestación más moderna en democracia, tiene dos caras: la cara del disenso y la cara del consenso. Es cierto, la política nunca debe pretender borrar las diferencias, pero sí encauzarlas a través de mecanismos no violentos, que nos permitan utilizar esas diferencias para construir una sociedad cohesionada, pero que nunca pierda su pluralidad.

La diferencia es también el aliciente para la competencia. Como bien lo definió Antonio Gramsci, aquel profundo conocedor de la ideología y de la política como manifestación de esta última, la lucha política es una guerra de posiciones y movimientos.

La política es competencia en sí misma. Es una pugna por convencer con argumentos a los ciudadanos. Un ajedrez de posturas e ideologías, en el cual los políticos se mueven asumiendo programas y comprometiendo su credibilidad.

Competir no será nunca erradicar al otro, eso es lo que hace de la política un juego competitivo en esencia; competir es entender que en una sociedad coexisten muchas formas de entender el mundo y que, por lo tanto, el político compite para conquistar la voluntad del ciudadano, no sólo su voto, sino un compromiso con un programa determinado sobre el funcionamiento de una sociedad. Por ello, en la política todo, o casi todo, se encuentra en permanente disputa: los conceptos, el terreno de juego, los marcos del debate, el prestigio, la credibilidad social y el imaginario.

La política es disputa, lo que no descarta la posibilidad del acuerdo. La democracia exige congruencia, pero también ceder.

La diferencia ha vuelto al escenario político jalisciense. La disputa dialéctica, y de propuestas, que han tenido el Gobierno del Estado y Movimiento Ciudadanos en los últimos días, no es una mala noticia. La competencia entre ambos lo que ha hecho es producir mejores bienes públicos: desde un debate con mayor información, hasta la obligación de que los distintos actores se posicionen sobre temas que antes esquivaban y la posibilidad de que al final tengamos mejores legislaciones, tanto a nivel estatal como en los municipios.

A diferencia de la estéril confrontación de inicios de administraciones, en donde se debatían las facultades y atribuciones de cada orden de Gobierno pensando única y exclusivamente en la coyuntura, en los últimos días lo que hemos visto es una pugna entre Casa Jalisco y el alfarismo por ver quien encabeza la solución a los distintos problemas que aquejan a la ciudadanía. Algunos comentaristas políticos ven con cierta amargura una disputa de este tipo, sin embargo no dimensionan las consecuencias positivas de una disputa de estas características.

Pongamos el tema de Uber y la regulación de los taxis como ejemplo.  Pocos debates legislativos recuerdo tan sofisticados y con tanta información, copando portadas de periódicos, deliberación en redes sociales y declaraciones en medios de comunicación. Todos nos hemos vuelto un poquito expertos en la materia.

En un mes, se puso sobre la mesa el modelo de concesiones, la transparencia de los dueños de los permisos, la incapacidad de las autoridades para regular, el impacto sobre la ciudad, el medio ambiente, los impuestos que se deben pagar y un sinnúmero de debates paralelos. Movimiento Ciudadano dejó en claro su postura sobre el tema, en compañía de los alcaldes; el gobernador recuperó su voz en la agenda pública y promovió una reforma al sistema de taxis tradicionales. La competencia entre Casa Jalisco y MC por la agenda tuvo como impacto positivo una regulación más moderna, abierta y liberal, que incluso la de la Ciudad de México. No rehuyamos de la confrontación, en política rinde frutos.

Y así es posible citar otros temas de la agenda política: la Ley de Participación Ciudadana o el debate sobre la despenalización de la mariguana. En el caso de la primera, existen hoy tres propuestas sobre la mesa para ampliar los canales de participación de los ciudadanos en la vida pública, y las diferencias entre las tres no son ni remotamente insalvables. Los foros han contribuido a confeccionar una ley que sea de avanzada y realista. El hecho de que un diputado independiente, como Pedro Kumamoto, ocupe un asiento, y que se haya comprometido a posicionar el tema de la participación ciudadana como su eje legislativo, también provoca que no exista la tentación de los partidos políticos al gatopardismo, a legislar para introducir mecanismos de participación, pero que a la hora de la verdad sean meros adornos. Es un extraordinario contrapeso a las tentaciones de la partidocracia.

Algunos dirán: sólo compiten para colgarse medallitas. Tal vez y tampoco creo que sea condenable. Los políticos pueden responder a múltiples incentivos, pero hay uno al que le guardan especial atención: los votos. Sí, detrás de la disputa por la agenda de la ciudad, y también del Estado, se encuentra la sombra de lo que serán los comicios de 2018. Es innegable que tanto Enrique Alfaro, que estará en la boleta como candidato a gobernador, como Aristóteles Sandoval, que querrá que su partido sea competitivo, tienen en la mira a ese elector indeciso, no partidista, que sospecha de las viejas formas de la política, pero que se siente llamado a participar en debates como el de la Ley Uber o medio ambiente, e incluso participación ciudadana. Ambos, de acuerdo a sus declaraciones, están pensando en ese elector, que es difícil de cuantificar, pero que de acuerdo a las tendencias que nos señalan las encuestas, puede ser decisivo en unos años.

Por lo tanto, debemos ya escapar de un argumento tan simple como “están buscando votos”, lo que tendríamos que juzgar es si lo hacen proponiendo soluciones sensatas a nuestros problemas o si, por el contrario, poniendo encima de la mesa puras ocurrencias.

Existe una consecuencia positiva adicional: construir gobiernos eficaces y que respondan a los intereses de la ciudadanía requiere innegablemente de oposición a la altura del momento que vivimos. En Jalisco no sabemos entender el papel de la oposición.

 Pensamos en el opositor, ya sea institucional o social, como un criticón sin argumentos, como alguien que pone piedras en el camino con la única motivación de descolocar a los gobiernos. Nunca nos detenemos a pensar en una máxima irrenunciable de la política: el poder necesita control, tanto al interior de las instituciones como afuera de ellas. De la misma forma en la que requerimos medios de comunicación libres que se atrevan a denunciar la corrupción, una sociedad civil autónoma que cuestione a los gobiernos y un sector académicos crítico y que proponga soluciones, también la democracia necesita de espacios políticos de disenso, de una oposición que no se deje cooptar.

Es innegable que Enrique Alfaro dominó la agenda pública de la ciudad en los últimos tres años. El Gobierno del Estado lucía reactivo y, en muchas veces, más que descolocado ante la forma en que MC plantaba los temas en la agenda pública. Eran dos ritmos distintos, el de MC con mayor flexibilidad y con menos responsabilidad de Gobierno-en ese momento.

El del PRI, un ritmo de otro tiempo, con poca capacidad para moldear la agenda pública a su favor. Sin embargo, la decisión de los ciudadanos en la pasada elección, los igualó en términos de responsabilidad. No son cogobierno, porque eso significaría habitar un mismo espacio administrativo, pero la ciudad exige que los temas estructurales se resuelvan atendiendo a la postura de ambos, lo que a PRI y MC los coloca en esta interesante coyuntura de disentir en muchas áreas, pero también con la obligación de cooperar más allá de los objetivos electorales.

Y, en paralelo a esto, el gobernador decidió cambiar una estrategia básicamente defensiva, de estar respondiendo a la oposición, a realmente posicionarse en temas de actualidad, como es la despenalización de la marihuana o las concesiones a los taxistas.

Disentir no es destruir. Una competencia política, basada en ideas y que obliga a los actores más relevantes a tomar posiciones, siempre será benéfico para la democracia. Nada ha hecho más daño a la clase política que su sumisión al marxismo, no de Karl sino de Groucho: estos son mis principios, pero si nos les gustan, tengo otros.

Ese contubernio entre partidos políticos para repartirse el pastel, que los obliga en muchas ocasiones a sacrificar sus principios, es lo que muchas personas aborrecen de la política. Uber, participación ciudadana, los Colomos, nos demuestran que la competencia política genera mejor información y mayor rendición de cuentas. El mejor antídoto para un sistema político en descrédito es el debate de ideas y la deliberación pública.

Tapatío

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