Suplementos | Las 'tienditas' no han desaparecido del todo, aunque algunos ni las conocen Abarrotes Las 'tienditas' no han desaparecido del todo, aunque algunos ni las conocen Por: EL INFORMADOR 10 de agosto de 2014 - 03:21 hs Hay productos que ni de chiste serán mejor en una tienda de conveniencia que en una de abarrotes, el birote por ejemplo. / GUADALAJARA, JALISCO (10/AGO/2014).- La primera tienda de abarrotes que recuerdo era atendida por doña Felícitas, una mujer descomunal, malencarada y muy honesta: una mañana fui a comprar una bolsa de pan, pagué con el billete que me había dado mi madre y me marché sin esperar el cambio. Doña Felícitas se precipitó detrás de mí y me persiguió hasta la puerta de mi casa, que estaba a unos 100 metros, es decir, a la vuelta de la esquina. Por razones que no vienen al caso (me dice un amigo psicólogo que muchos niños son naturalmente paranoicos y yo formaba parte de esa calaña), a mitad de la carrera decidí que su intención era asesinarme y no me detuve sino hasta meterme a la casa y esconderme bajo la mesa más recóndita. Doña Felícitas, que no era ninguna atleta, desde luego, llegó un minuto después que yo, llamó a la puerta y, luego de un par de monosílabos y dos o tres gruñidos, le entregó el cambio a mi madre. Y no volvió a mencionar el incidente en mi siguiente visita a su establecimiento (sin embargo, viví durante años con la nube de la sospecha y, al crecer, comencé a ir a una tienda más lejana, pero cuyos dueños no me corretearon jamás). Los tenderos solían ser personajes obligados en los barrios y las colonias de la ciudad (y hacer una división entre “barrios” y “colonias” es, me temo, una de las principales delaciones de que uno es un tapatío de clase media y de mediana edad). Algunos pasaban por benefactores de sus vecinos (los que fiaban) y otros por ganapanes y abusivos (los que reetiquetaban la mercancía a la primera señal de devaluación). En los anecdotarios de muchos de nuestros parientes y amigos, el tendero del barrio ocupaba un sitial privilegiado: alguno había facilitado la compra de estampitas para el álbum mundialista; otro había vendido el cigarro suelto o la cerveza anómala que uno, en teoría, no debería estar fumando o bebiendo en plena adolescencia; otro más daba papelitos por el importe de los envases y le terminaban colando alguna cifra remarcada cuando le regresaban, de golpe, medio centenar de caguamas y otro tanto de botellas de refresco de vidrio y sacándole 15 pesos más de lo pensado... Pero todo muta en la vida y eso se terminó, al menos como lo conocimos. Si bien los abarrotes barriales no han muerto del todo, hay enormes zonas de la ciudad en donde ni se les conoce ni se les espera. Buena parte de los “cotos” que han infestado las orillas urbanas están llenos de vecinos que se infartarían si alguien les pusiera una miscelánea en la puerta de al lado. Y en lugar de abarrotes, la posmodernidad nos depara el brote incontrolable de esas cadenas de “tiendas de conveniencia” que, seamos sinceros, no le convienen casi a nadie. Primero, porque en una “tienda de conveniencia” nomás le fían al que lleva pistola; segundo, porque su listado de proveedores favorece a las grandes compañías y el elenco de productos se recorta drásticamente (los reto a alimentarse con birote de “conveniencia”, a ver si consiguen despegárselo de las encías); tercero, porque las ganancias de la cadena terminan al otro lado del país, si bien nos va, salvo por los raquíticos “beneficios” que les caen a los franquiciatarios y sus empleados. Del mismo modo en que los supermercados arrasaron con el pequeño comercio local, con el resultado de que comemos mucho peor que hace 20 años (que le pregunten a Salud por la diabetes, la obesidad y los cánceres relacionados con el consumo de productos procesados), las tiendas “de conveniencia” están desmantelando la última línea de nuestro comercio a pequeña escala. Y a cambio de muy poco: locales luminosos, pago con tarjetas y empleados lánguidos que nos piden pagar “en la otra caja”. EL DATOHistoria de extinción Sobre la abundancia de las tiendas de conveniencia, conocidas también como “mini super”, y la forma en que éstas arrasan con las tradicionales tiendas de abarrotes, Édgar Velasco (co editor de la revista Magis del ITESO) tiene el cuento “La plaga”, incluido en el libro “Eutanasia” de la Colección instántanea de Paraíso Perdido. El ejemplar tiene un costo de 35 pesos. Temas Tapatío Antonio Ortuño Lee También Samuel Kishi y su cine que cruza fronteras y generaciones Un museo vivo: Experiencias y arte en el Cabañas La gran estafa que nos hizo “americanos” Chivas Femenil, a una victoria de asegurar su lugar en Liguilla Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones