Sábado, 11 de Octubre 2025
México | Infantes de México superan sus retos

Estampas de niños sobresalientes

Mientras Marleth es insulinadependiente, el invidente ''Chuyito'' ganó en la Olimpiada del Conocimiento y Michel sorprende con la muleta

Por: SUN

La vida le ha enseñado a ser autosuficiente. Desde hace tres años Marleth se inyecta sola su insulina. EL UNIVERSAL  /

La vida le ha enseñado a ser autosuficiente. Desde hace tres años Marleth se inyecta sola su insulina. EL UNIVERSAL /

"Si me cuido sé que estaré bien"

LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR (30/ABR/2012).- 
“Desde los siete años tengo diabetes tipo uno. Soy insulinadependiente”, dice Marleth Sinaní, una niña sudcaliforniana que enfrenta con determinación su enfermedad, consiguiendo despejar desde pequeña sus temores y logrando autocontrol.

Con 14 años cumplidos el mes pasado, Marleth narra en la sala de su casa que le detectaron la enfermedad cuando estaba en segundo año de primaria y sus padres se alertaron por su disminución de peso, visión borrosa, palidez y labios resecos. Los estudios arrojaron niveles de azúcar en la sangre de hasta 500 miligramos por decilitro.

Tras confirmar su padecimiento, vino el reto de apartar miedos y resolver dudas además de cambios en su estilo de vida.

“La primera pregunta que le hice a mi mamá fue si me iba a morir. Después, si podría tener hijos, si me podía casar, qué iba a comer, por qué me tenían que inyectar, para qué servía la insulina y si había otros niños con lo mismo”.

Su mamá, Jazhel de Anda, dice que la situación fue difícil al principio, pero de un momento a otro la niña debió enfrentar el reto de una alimentación sana, excluir los dulces y llevar un control de todo lo que comía.

“Al inicio me pusieron un plan muy estricto. Primero era nada de azúcar y tenía que pesar cada cosa que comía y anotar cuantas calorías tenía, cómo me sentía y si se me subía el azúcar. Lo tenía que hacer yo y no mi mamá”.

A ello se sumó la necesidad de aplicarse su dosis diaria de insulina, lo que impactó en la convivencia con familiares y amigos. “Todos aprendieron a inyectar: mi mamá, una tía, mi abuela, otra tía y en cada casa donde me quedaba”, añade.

“Me sé autocontrolar, pero ahora me cuesta más trabajo por la escuela, por la alimentación ya no. Me estreso mucho, por los exámenes, las tareas. Sé, por ejemplo, que si me duermo tarde y no descanso bien, el azúcar la voy a traer alta. También cuando lloro o me pongo triste”, agrega Marleth, quien estudia el segundo año de secundaria.

Desde hace tres años Marleth se inyecta sola su insulina. Comprendió la importancia del autocontrol para llevar una vida normal. Es una estudiante dedicada, habla inglés, le apasionan las redes sociales y se dice segura de querer seguir estudiando y ser nutrióloga, además de viajar por todo el mundo.

Marleth dice que se siente tranquila porque sabe que puede vivir con ella si se cuida. “Sé que tengo que controlar mi humor, a veces me cuesta, pero mi vida sigue si me cuido”.

Demuestra su grandeza sin ver

MÉRIDA, YUCATÁN.-
Sin perder la picardía propia de un niño, pero con la madurez que le ha dado su presencia en los ruedos, misma que le generó una valentía para estar frente al toro, aun en medio de los riesgos que representa, Michel Lagravere Peniche, mejor conocido en la fiesta taurina como Michelito, ha comprobado que el miedo es una sombra que acompaña al torero en cada pase, en cada plaza.

“Cuando estuve en la Plaza México fue impresionante. Cuando estás ahí, te tiembla todo, te dan ganas de salir huyendo, pero basta con dar el primer muletazo para que regrese la confianza”, relata Michelito acerca de su última experiencia como torero, actividad que inició cuando apenas tenía seis años de edad.

Ahora de vacaciones en la playa, el novillero de 14 años (un niño joven, como algunos le dicen) aprovecha los días de descanso para disfrutar de la compañía de sus amigos, ya que es poco el tiempo libre que le queda entre las corridas de toros y sus estudios.

El joven torero ha causado polémica y controversia a nivel internacional, por aquello del derecho de los niños y los riesgos que implica torear a su corta edad.

Michelito explica que aprovecha al máximo los días libres y que enfoca su atención a estudiar Física, única materia que le queda pendiente en la secundaria donde cursa el segundo año.

Además de la adrenalina, asegura que cuando está frente a un novillo asume la responsabilidad de brindar un buen espectáculo. “Es una gran emoción; es lo que más me gusta hacer en la vida”.

Al principio de su carrera —dice— sus padres se opusieron a que se adentrara en esta temeraria profesión. Incluso su madre hasta hace poco tiempo no estaba convencida.

Ahora la situación ha cambiado. Ha dejado atrás su cuestionada afición infantil: “Soy feliz, ¿cómo no lo voy a ser si es lo que más gusta hacer? Ya se los he dicho”, comenta el menor sin dudarlo.

Además de los toros, a Michel le gusta tocar la guitarra, jugar futbol y pescar. Respecto a la profesión que combinaría con la de torero, dice que aún no ha decidido, pero sabe que tiene que estudiar una carrera: “La prioridad son los estudios; si hay buenas calificaciones, hay toros, como me han dicho mis padres”, comenta el niño.

“El niño torero” como se le conoció en sus inicios, paulatinamente se convierte en joven y su aspiración es seguir figurando en la fiesta brava.

Halla su felicidad en la fiesta taurina

ASIENTOS, AGUASCALIENTES.- Él no sabe de colores, sólo alcanza a distinguir “bultos”, como él le llama. Tiene 12 años y sus manos, su olfato y oído son sus herramientas frente a la vida ante la falta del sentido de la visión. Se llama José Luis Piña Luévano, vive en el rancho Tepetatillo, en el municipio Asientos, uno de los que registran mayor índice de pobreza en Aguascalientes.

Cuando tenía cinco meses, sus padres notaron algo raro en él. “Nosotros nos dimos cuenta de que no veía, él tuvo un hermano gemelo que falleció, no aguantó; él pesó apenas 900 gramos y nació a los siete meses de embarazo. Pero cuando “Chuyito”, así le dicen de cariño, empezó a crecer, algo nos quedó muy claro: que tenía muchas ganas de aprender; era muy inquieto, buscaba libros, le preguntaba a sus hermanos, siempre andaba preguntando”, cuenta Juana María Luévano, la madre.

Lo extraordinario de “Chuyito” no sólo reside en su capacidad de superar las barreras, sino en que a pesar de no poder ver, ha ganado reconocimientos como la Beca Bicentenario y ha sido triunfador en la Olimpiada del Conocimiento.

Pese a que comenzó a cursar su nivel preescolar hasta los siete años, por la reticencia de los maestros a recibirlo en sus salones, “Chuyito” entró a la escuela con una gran cantidad de conocimientos debido al apoyo de su familia, pero de una hermana en especial, Mayela, quien siempre lo ayudó.

Luego, en primer grado, tuvo una mala experiencia. “El maestro nunca me quiso tener, no me hacía caso, nunca se paraba a explicar; me decía que le daban ansias verme como movía los ojos, cuando le preguntaba qué escribir, me decía que escribiera lo que quisiera.

“Un día le pregunté: ‘¿bueno maestro, me tiene envidia o coraje? ¿Por qué no me trata igual que a todos?’, no me dijo nada, se quedó callado”, cuenta el menor en un tono desenfadado.

Recuerda que después le llegó la oportunidad de concursar por la Beca Bicentenario, auspiciada por un banco, y cuando la ganó no lo creía. “Competí y avancé, era en conocimientos. Cuando me dijeron que gané no me lo creí; yo nunca me había ganado nada”. Luego, resultó ser de los mejores en la Olimpiada del Conocimiento.

Ágil en la computadora con sistema Braille, Chuyito dice que quiere estudiar mecatrónica. “Demostraré que los niños con cualquier discapacidad podemos lograr grandes cosas, incluso más que los que presumen tenerlo todo”.

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