Pórtico

Luis René Navarro

Mucho contribuyó a esto la publicación, en las décadas de los años 30 y 40 del siglo próximo pasado, de la revista Bandera de Provincias, en la que incluían sus trabajos los más destacados escritores locales de esa época, entre ellos Agustín Yáñez y José Cornejo Franco, con bastante éxito, y con la consiguiente rabieta del capitalino Salvador Novo.

Pero lo que vino a afianzar, definitivamente, esta fama, fue la celebración desde el mes de mayo de 1968, durante ya 40 años, de la Feria Municipal del Libro y la Cultura, gracias al dinamismo de Salvador Cárdenas Navarro, que con un fuerte respaldo del Ayuntamiento tapatío, reunió en ese evento a todos los libreros de Guadalajara y a varias universidades, sin ningún costo para ellos y con la única obligación de ofertar no sólo los éxitos del momento, sino ediciones baratas, al alcance de todos los bolsillos.

Así que desde entonces, durante dos semanas de mayo, con el amplio respaldo de la Sección Especializada de Librerías de la Cámara Nacional de Comercio de Guadalajara, nuestra ciudad se convierte en la capital nacional de los buenos libros, que se exponen y venden en los corredores interiores y exteriores del Palacio Municipal, con un stand especial para los libros de autores jaliscienses, y por las noches en el Salón de Cabildos se presentaba diariamente una conferencia sobre los libros y su gran trascendencia en nuestras vidas.

Para los libros, la época moderna actual ha sido bastante dura por la competencia gigantesca de textos, imágenes y juegos, en las pantallas de los televisores y de las computadoras, a través de Internet, que cada vez invaden más hogares de la Zona Metropolitana.

Antes esta proliferación, en los años pasados se nos inculcaba , por padres y maestros, un amor muy especial hacia los libros, los que se ponían en nuestras manos, con un contenido acorde a los años que teníamos.

De esa manera y con ese cariño disfrutamos mucho con los libros, especialmente aquellos de grandes historias y aventuras.

Sin embargo, lo más importante de esas lecturas fue que todos esos libros nos enseñaron a escribir bien, a tener buena ortografía, porque de tanto ver las palabras aprendimos muy bien cómo se escribían, lo que en la época actual, por desgracia no sucede.

En nuestros días, se da el caso de que no son pocos los profesionistas que tienen una ortografía pésima.

Igualmente, los libros despertaron en muchos de nosotros las ganas de escribir, y varios, como es mi caso, convirtieron a las letras y la escritura en su profesión, dando rienda suelta a esa creatividad interior que todos tenemos.

A este gusto por leer y escribir contribuyó también la costumbre escolar de esos años, en que los maestros nos ponían a hacer composiciones escritas de algún paseo, de un pueblo o de una conmemoración cívica.

Los maestros y las dependencias que los agrupan deben volver sus ojos a esos años pasados, para que en todos los planteles de primaria y secundaria, en la clase de español se incluya, obligatoriamente, la lectura y análisis de un libro cada año.

De esa manera se volverá a tener un cariño especial hacia los libros, que redituará en nuestra formación y, sobre todo, nos enseñará a escribir sin faltas de ortografía, aparte de que nos aportarán conocimientos, que mucho nos servirán en nuestras vidas.

Es indispensable que los libros vuelvan a tener un lugar preferente en nuestras casas, para enseñarles a nuestros hijos y nietos, que los libros no son sólo un montón de letras y palabras, sino de ideas, conceptos y principios necesarios para tener una mejor existencia, tanto familiarmente como en la sociedad donde nos desenvolvemos.

A todos los niños debemos inculcarles y fomentarles esa pasión fascinante por los libros, y los libreros deben fomentar la venta de ediciones baratas, para que nada obstaculice el hábito de la buena lectura.