Domingo, 19 de Mayo 2024
Jalisco | Al revés volteado por Norberto Álvarez Romo

¿Ciudadanizar la urbe?

Cuando los aciertos se logran, las medallas no alcanzan para las autoridades en turno

Por: EL INFORMADOR

Se ha puesto de moda hablar de la importancia que tiene la participación de la sociedad en los asuntos del orden público. Esto se entiende a la luz de nuestra historia, que cuenta que los asuntos públicos eran considerados del ámbito de las autoridades políticas; restringiéndose la sociedad a lo privado.

Sin embargo, presumir de “innovación” la propuesta de ciudadanizar como método para resolver los problemas comunes, no es otra cosa que publicidad oportunista. Pues para resolver los problemas de ciudad no hay, y nunca ha habido, otro modo de hacerlo. Más aún que ahora las mismas autoridades políticas son puestas expresamente por la voluntad social. Cuando se trata de culpar por los males urbanos, todas las personas son ciudadanos culpables o responsables. Algunos proponen soluciones, otros disponen aparte y otros se vuelven cómplices mientras los demás se hacen omisos y de la vista gorda.

Cuando los aciertos se logran, las medallas no alcanzan para las autoridades en turno.

Hablar de ciudadanos sin la ciudad es hablar en abstracto. Hablar de ciudadanos reconociéndolos a partir de su ciudad nos lleva a admitir una realidad compuesta, además, por sus calles, banquetas, casas, parques, plazas, servicios y mobiliarios urbanos, fiestas, barrios, costumbres y tradiciones. En su origen, ser ciudadano era ser civil; civilizar era sacar del estado salvaje, de la barbarie. La urbanidad era la cortesía, el buen modo. El civismo fomentaba las virtudes necesarias para la sana convivencia en las ciudades.

No tiene sentido preguntar ¿quién llegó primero, el ciudadano o la ciudad?, pues la ciudad hace a y a su vez es hecha por los ciudadanos. Ambos son el resultado del otro.

Crecer no es lo mismo que desarrollarse; y aún menos madurar. Quienes confunden el uno con el otro están condenados a una vida carente de significado; a sobre valorar lo cuantitativo sobre la calidad. Proclives a la felicidad fantasiosa de lo material mientras que, en el fondo, su vida interior sea realmente miserable, estéril y hueca.

La urbanización desordenada de los millones de metros cuadrados de la mancha gris que hoy es nuestra ciudad, es el resultado del excesivo afán cuantitativo por aumentar en números y metros cuadrados los fraccionamientos que no hacen otra cosa que eso:
fraccionar y agrandar la segmentación territorial, sin importar el tipo de vida que resultase ni de la desvinculación de las condiciones naturales del lugar o de los servicios públicos necesarios para que prospere una vida comunitaria sana. La excesiva y cursi publicidad “calidavidesca” de los proyectos inmobiliarios es traidoramente delatadora de ello. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Dicen que entre más lo presumas, pues ya sabes...

Los hay todavía (muy pocos) los discretos que aún hacen bien las cosas, desde luego. Por casi ya 500 años aletargados, nuestra ciudad apenas acrecentaba lentamente ladrillo sobre ladrillo, casi siempre concienzudamente. Sin embargo, en menos de medio siglo se extendió como un cáncer que absorbió arrasadoramente todo a su paso.

El caso más notorio que ejemplifica lo que pasa alrededor de la ciudad es el incorregible vecino municipio de Tlajomulco: más que duplicó su población en menos de cinco años sin siquiera anticipar cómo se iba a mover tanta gente nueva ni dónde comprarían para comer, y con todos los servicios públicos básicos incompletos. Si antes no alcanzaba para los que ya estaban, ahora menos. Peor aún, muchas casas se inundaron antes de haber sido terminada su construcción, pues quedaron justo sobre donde escurren las aguas pluviales.

Cuando la urbanización rebasa a la urbanidad, se pierde el equilibrio entre lo que es público y lo que es privado. La manera de comportarse en público es espejo de la vida interior de los hogares, por lo que hay más correlación de la que se quiere creer entre la alcoba y la plaza. Como el propio Octavio Paz apuntaba: “Si nuestro mundo ha de recobrar la salud, la cura debe ser dual: la regeneración política incluye la resurrección del amor. Ambos, amor y política, dependen del renacimiento de la noción que ha sido el eje de nuestra civilización: la persona”.

A la dinámica entre le persona individual con los demás, agreguémosle el territorio natural y cultural donde ocurre; y ahora sí tenemos el inicio de una fórmula nueva para el desarrollo equilibrado y sustentable de la ciudad y los ciudadanos que todos queremos, anhelamos.

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