Viernes, 10 de Octubre 2025
Entretenimiento | Reflexionemos: Jesús nos anuncia ese nuevo mundo

¿Mesías o taumaturgo?

La Iglesia ha venido floreciendo mucho la acción del Espíritu

Por: EL INFORMADOR

Dice el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con el poder del Espíritu Santo. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con Él” (Hech 10, 38). Con ello los testigos que vivieron con Jesús, como es el caso de Pedro, el elegido por Jesús para sobre él construir su Iglesia, dan fe de cómo en Él se cumplieron las profecías; como la del profeta Isaías, quien anunciaba: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros”(61, 1)
     
Al respecto de estas dos citas bíblicas, quisiéramos destacar algo que es fundamental para nuestra vida de fe, y que los evangelios nos lo dejan ver, a través de todas las narraciones de las curaciones y los milagros que Jesús realizó, y que es, justamente, que Él no era un taumaturgo (mago) ni un curandero. Jesús era nada menos que el Enviado del Padre, el “Profeta del Padre”, que tenía que cumplir una misión: Proclamar la Buena noticia, la Buena Nueva, el Evangelio, el Anuncio de la Salvación, de una salvación eterna.  
      
Aunque, al perdonar, sanar, liberar, resucitar, etc., Jesús restituía la felicidad al beneficiario y a sus seres queridos --felicidad que ciertamente podemos gozar ya en este mundo--, lo hacía con el fin de anunciar dicha salvación eterna y definitiva; todas sus acciones, además de una manifestación del amor divino, que se compadecía de la miseria humana, las realizaba con un fin sublime y trascendente: anunciar y dar a conocer la llegada del Reino de Dios.
   
Y ante tal anuncio y tales maravillas --que, por así decirlo, lo avalaban, lo soportaban, lo respaldaban--, y aunque Jesús jamás condicionó su actuar a favor de los enfermos, oprimidos, muertos, Él sí esperaba una respuesta, una correspondencia de aquel o aquellos a quienes se había manifestado y había bendecido con su acción divina.
 
Dicha correspondencia o respuesta se vería plasmada en la fe y la conversión, que en la práctica se concreta en transformarse en discípulo de Él, siguiéndolo y sirviéndolo; es decir, renunciando a nuestra autosuficiencia, a poner nuestra confianza en nosotros mismos, o en otros seres humanos, en nuestras capacidades, habilidades, posesiones, etc., o en las de otros, y confiar totalmente en Él y vivir como Él vivió, siendo, además, un portador de ese Anuncio, de ese mensaje de Salvación, con nuestras palabras y nuestro testimonio.

A raíz del Concilio Vaticano II, en la Iglesia ha venido floreciendo mucho la acción del Espíritu a través de manifestaciones a las que se les ha llamado “carismáticas”, porque se suscitan precisamente creyendo en la existencia de los carismas de los que también nos habla la Biblia, y poniéndolos en práctica, ya se ha hecho costumbre ponerlos al servicio del pueblo de Dios, particularmente el carisma conocido como de “sanación física, espiritual y emocional”, y cada vez más proliferan las reuniones de oración de sanación, llegando a ser concentraciones masivas.
     
Ello es un regalo de Dios. Sin embargo, de los que asisten y participan, muchos lo hacen no buscando al “Dios de los milagros”, sino exclusivamente a “los milagros de Dios”; y muchos de los que reciben alguna sanación, no profundizan en el sentido de la acción del Espíritu Santo y se quedan con el regalo, ignorando u olvidando al Señor que se los dio, y también el para qué se los dio, es decir, esa correspondencia de la que escribimos líneas atrás. Correspondencia que la suegra de Pedro tuvo de inmediato al ser sanada por Jesús, según nos lo recuerda el evangelio de hoy: “En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles”.

Reflexionemos: Jesús nos anuncia ese nuevo mundo, pleno de felicidad, pero al estilo de Dios y no como el ser humano lo quiere. Nuevo mundo que inicia aquí, pero que tiene su plenitud en la vida eterna, en la que ya no hay dolor, ni sufrimiento, ni penurias, etc.; y que, sin embargo, para alcanzarlo es preciso vivir todo eso con amor, a ejemplo de Jesús, quien, para que nosotros tuviéramos un lugar en la casa del Padre, lo aceptó todo por amor a su Padre y a nosotros.


Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx

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