A propósito

Digamos, para poner los puntos sobre las correspondientes íes, que España, hoy por hoy, se encuentra, futbolísticamente hablando, en la cresta de la ola. Los demás tendrán que soportar, por un rato, ciertas insolencias de algunos “perros inflados”, como llamaba Cervantes, en sus “Novelas Ejemplares”, a algunos ciudadanos circunstancialmente “venidos a más”.

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Aunque ya se ha hablado mucho sobre el tema, vale la pena subrayar algunas claves de la conquista española --por demás legítima, dicho sea de paso-- de la más reciente Eurocopa...

Se trata, de entrada, de un premio a la perseverancia. A despecho de la maldición que los actuales seleccionados españoles han oído desde la cuna e incluso desde el vientre de su madre, en el sentido de que ellos, en materia de futbol, están negados para las grandes empresas, ya demostraron, con hechos objetivos, que muy bien pueden ser mejores que los italianos, los rusos, los alemanes...: los predestinados para esas conquistas, según los tópicos vigentes hasta hace unos días.

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Se trata, también, de una recompensa a la porfía de Luis Aragonés. Se suponía que los entrenadores nacionales, en España, imbuían a sus jugadores de una fiereza ciega --de ahí lo de “La Furia”--, como de toros de lidia, pero no de la inteligencia y la picardía de los matadores..., y, sobre todo, de las ideas colectivas para funcionar en la cancha como un conjunto. Antiguos jugadores españoles reparaban en la diferencia entre los de su época y los actuales reyes del mundo del futbol: “Estos muchachos son toque, alegría y espectáculo”, señalan, para contrastar la fuerza bruta, el sufrimiento y la grosería --futbolísticamente hablando, subrayémoslo-- que proyectaban sus antecesores. El diario “La Repúbblica”, en Italia, lejos de resollar por la herida, elogia a “estos chicos irresistibles que bromean con el balón”. Vaya: hasta los rusos, normalmente tan parcos, se disculpan (“Sport-Express”) por haber llamado “enemigos”, en una de sus notas, a “los simpáticos españoles”.

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España, hoy, está, con toda justicia, en los cuernos de la luna. Sin embargo, con todo y su tendencia --de la que los mexicanos somos legítimos herederos-- a exagerar la nota, convendrá recordar que en esto, como en todo, nada es para siempre... y que más vale no escupir cuando se está en lo alto de la Rueda de la Fortuna, para no pagar las consecuencias cuando se esté abajo.