* Cuestión de puertas

Se trata de dos decisiones hermanadas por el mismo común denominador: el sentido de responsabilidad.

Por una parte, la respuesta de la Federación Mexicana de Futbol a las reiterativas reticencias de los clubes Sao Paulo de Brasil y Nacional de Montevideo para cumplir con sus compromisos de la Copa Libertadores, en calidad de visitantes, ante Guadalajara y San Luis, respectivamente: la determinación de cortar por lo sano --literalmente-- y retirarse del certamen.

Por la otra, la enmienda del gobierno de Jalisco al anuncio de que esta semana se reabrirían --con ciertas restricciones-- de todos los estadios mexicanos, luego de la contingencia sanitaria que obligó a cerrarlos para los partidos de la semana anterior: el Atlas-Pachuca programado para esta noche en el Estadio Jalisco, se jugará... a puerta cerrada.

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En el primer caso, la negativa de los dirigentes de Sao Paulo y Nacional para que sus equipos cumplieran sus compromisos, so pretexto del riesgo de contagio, a pesar de que ningún organismo internacional --incluida la Organización Mundial de la Salud-- ha establecido cortapisas para los viajes desde y hacia México, ni incorporado en los protocolos correspondientes ninguna recomendación que pudiera tildarse de alarmista, obligaba a buscarle una salida más o menos digna al conflicto...

Empecinarse en que paulistas y charrúas honraran la obligación de jugar en México --y no en Colombia o en Chile, como sugerían en primera instancia-- sus partidos como visitantes, implicaba el grave riesgo de echarse encima a la Confederación Sudamericana de Futbol (Conmebol) en pleno. Y, honestamente, después de todo lo que costó vencer inercias y doblegar resistencias para abrir, finalmente, las puertas del torneo más prestigioso del continente para los equipos mexicanos, exigir el cumplimiento puntual de los compromisos a Sao Paulo y Nacional, podría interpretarse, desde su perspectiva, como un gesto de arrogancia... e implicaría el grave riesgo de que los equipos del Cono Sur se confabularan para cerrarnos las susodichas puertas en las narices.

(Hay que reconocerlo: no es propiamente una “cuestión de dignidad”, como desde aquí se ha dicho. Es algo mucho más deleznable: una cuestión del más puro pragmatismo).

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En cuanto al otro asunto, por más que pueda considerarse que la precaución del gobierno del Estado resulta excesiva, cuando la salud --y la vida, por lo tanto-- va en juego, siempre será preferible pecar por exceso de cuidados que por defecto.