* Berrinchitos

En los relativamente pocos años en que Alfredo Di Stéfano ejerció como director técnico, después de haber sido considerado El Mejor Futbolista del Mundo A. P. (Antes de Pelé), aprendió, para efectos del salario al que debía aspirar, una lección que posteriormente transmitía a sus amigos que incursionaban en esa faceta...

“Cuando decidas cuánto debes cobrar, pide cuatro veces más”, les decía; y agregaba: “Cobra cuatro sueldos, porque vas a tener que entrenar a jugadores, dirigentes, aficionados y periodistas”.

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Es posible que, en el caso del recién designado técnico de la Selección Mexicana, Chepo de la Torre, la Federación se ahorre al menos dos de esos salarios. El aún timonel del Toluca no se caracteriza precisamente por su facilidad para generar nexos con aficionados y periodistas. Aunque no es exactamente una copia al carbón de Ricardo La Volpe, en ese aspecto, y aunque él no incurrió en la hipocresía de pedir una oportunidad para demostrar que, si se lo proponía, también sabía conducirse como un señor, Chepo se ha distinguido, desde sus primeros pasos en el futbol de paga, por un carácter explosivo e irascible. Sus resultados con los Guadalajara y Toluca, en los pocos años que lleva en el oficio, demuestran que tiene liderazgo y don de mando con respecto a sus jugadores. Sus equipos muestran estilo, ductilidad y disciplina, y lo prueban con su rendimiento. En compensación, árbitros y aficionados tienen que soportarle desplantes, berrinches y rabietas, especialmente cuando estima que su equipo es víctima de un atropello...
Los periodistas, por su parte, tienen que resignarse, con más frecuencia de la deseable, a lo convencional, visceral y poco cerebral --valga el pleonasmo-- de sus declaraciones. (En ese aspecto, por lo demás, Chepo es hijo natural de un medio en que ni jugadores ni periodistas se distinguen por su educación).

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Un técnico nacional tiene que desquitar la paga buscando resultados cuando juega la Selección... y llenando espacios en los medios en el tiempo libre (que es el más).
En el caso de Chepo, queda claro que su continuidad en el cargo, una vez que lo asuma real y no sólo formalmente, dependerá, por sobre todas las cosas, de la medida en que su cosecha se aproxime a las metas que dirigentes y aficionados se planteen. Si dependiera de lo florido o conceptuoso de sus discursos, correría el riesgo de morirse de hambre.