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Cultura | El poeta mexicano considera que al no estar autorizada sería más exitosa

''La poesía debería ser prohibida'': Lizalde

El ganador del Premio Alfonso Reyes 2011 considera que al no estar autorizada sería más exitosa

Por: EFE

Eduardo Lizalde es uno de los poetas vivos mexicanos más reconocidos. ARCHIVO  /

Eduardo Lizalde es uno de los poetas vivos mexicanos más reconocidos. ARCHIVO /

CIUDAD DE MÉXICO (15/JUL/2011).- El poeta mexicano Eduardo Lizalde, ganador del Premio Internacional Alfonso Reyes 2011, afirmó ayer que "la poesía debería ser prohibida para que tenga mayor éxito", debido a que "hay demasiados poetas en el mundo y en México también".

El escritor (Ciudad de México, 1929), que ayer celebró su cumpleaños 82 en su hogar y en compañía de su familia, señaló que "la poesía es una actividad un poco infortunada", que "no deja grandes cantidades de dinero, pero sí algunas honras en algún momento".

Una de ellas es el premio Alfonso Reyes que el jurado le otorgó de manera unánime por su "extraordinario poder verbal como uno de los exponentes más altos de la poesía en lengua española en el momento actual".

“La poesía produce cambios”

El autor de El tigre en la casa (1970) aseguró que no ha hecho nada especial desde que supo que ganó el galardón y ha seguido con su rutina normal.

"Es una honra recibir un premio que han recibido tantas importantes celebridades del mundo, y tantos colegas, amigos, maestros y personalidades extraordinarias, algunas desaparecidas que he tratado a lo largo de mi larga vida", dijo.

Lizalde se suma también a otros ganadores del prestigiado galardón, entre ellos los poetas Jorge Guillén, Octavio Paz y Rubén Bonifaz Nuño; narradores como Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier y Adolfo Bioy Casares, y humanistas e intelectuales como Harold Bloom y George Steiner, entre otros.

"Agradezco que mis libros hayan sido leídos. La poesía se lee poco en el mundo, pero los autores y poetas viejos tenemos algunos lectores por fortuna, y siempre celebramos los aplausos", manifestó.

"La poesía es, por lo visto, un arte de acceso menos fácil para los grandes lectores del mundo, pero a la larga, es curioso, la poesía produce efectos y cambios de mentalidad muy profundos", señaló el autor de poemarios como La mala hora (1956), Odesa y Cananea (1958).

En este sentido, recordó que los "más grandes poetas murieron casi inéditos", como fue el caso del mexicano Ramón Modesto López Velarde (1888-1921), quien falleció a los 33 años "cuando solo lo habían leído algunos cuantos especialistas, amigos, seleccionados y admiradores", pero que se ha convertido en el "máximo autor del mundo".

El autor de Cada cosa es Babel (1966), Caza mayor (1979), Memoria del tigre (1983) y Tabernarios y eróticos (1988) subrayó que está "activo" y que aunque tenga "avanzada edad" está saludable y piensa continuar así el tiempo que se lo permita la vida.

"He recorrido la historia de la literatura entera y he tratado a todos los grandes personajes de América Latina, México, España y otros países", aseveró Lizalde, que estudió filosofía y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y música en la Escuela Superior de Música.

El poeta escribe todavía y anunció que va a publicar "una cantidad de cosas" nuevas, porque los escritores "somos incorregibles e insistentes si estamos en condiciones de escribir".

Entre sus libros de poesía destacan El tigre en la casa (1970), con el cual obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia ese año, y "La zorra enferma" (1974) con el cual ganó el mismo año el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

Lizalde también ha obtenido el Premio Nacional de Literatura y Lingüística, en 1988; el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde, en 2002; el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe, en 2005, y el Premio San Luis al mérito literario, en 2009.

Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses...
    
Que tanto y tanto amor se pudra,
oh dioses; que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.

Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de
su lecho se desplome.

Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.

Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.

Que tanto y tanto amor, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelva tontos, monos sin sentido.

Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.

Es esto, dioses, poderosos amigos, perros, niños, animales domésticos, señores, lo que duele.

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