Jueves, 25 de Abril 2024
Cultura | Morir o matar

La historia de México manchada por la traición

Caudillos y líderes políticos de la Independencia y la Revolución Mexicana enarbolan banderas en un ambiente con olor a muerte

Por: EL INFORMADOR

La historia de México está llena de “villanías” políticas y sociales. En otras palabras, el país, como nación, se ha forjado a partir de traiciones, manchando de sangre el devenir nacional desde el México precolombino hasta el revolucionario.

Traiciones y actos violentos ha habido en los procesos históricos de cualquier país, llámese España, Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos o México.

“Todos los procesos históricos cargan consigo una buena dosis de violencia; en algunos casos, excesiva e inimaginable; en otros, apenas perceptible, pero innegable. Por encima de las causas y principios, de las ideologías o los proyectos de nación, de las proclamas incendiarias o los discursos patrióticos, la historia de México se escribió entre torrentes de sangre, derramada por miles de personas”, señala el abogado e historiador José Manuel Villalpando César, coautor del libro Muertes históricas, publicado por la editorial Planeta.

En dicha publicación, escrita junto al también historiador Alejandro Rosas, se da cuenta de las muertes a mansalva de cuatro personajes clave en la lucha de Independencia: Miguel Hidalgo y Costilla, protagonista del apartado titulado “El fusilamiento que nadie podrá olvidar”; José María Morelos y Pavón, presente en “Lo mataron como escarmiento”; Agustín de Iturbide, a quien se dedica el capítulo “La sangre del libertador”; y Manuel Mier y Terán, referido en las páginas del título “Suicidio funesto y enigmático”.

En cuanto al pasaje de la Revolución Mexicana, figuran Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Pino Suárez, Emiliano Zapata, Felipe Ángeles, Venustiano Carranza, Pancho Villa, Francisco R. Serrano y Álvaro Obregón.

Por su parte, Francisco Martín Moreno, autor de Las grandes traiciones de México, afirma que “la historia de nuestro país está llena de eso, de traiciones que hasta nuestros días sorprenden, sobre todo las cometidas por héroes nacionales y caudillos”.

En cualquier momento de la historia del país y sobre todo en la lucha por llegar al poder y mantenerse en él no ha importado el costo que se tenga que pagar, logrando alianzas inconfesables, corrupción y asesinatos.

“Indudablemente, los protagonistas de la historia de México aprendieron a morir, como en vida habían aprendido a matar. Ninguno de los grandes próceres se fue limpio a la tumba. Algunos como Miguel Hidalgo, Benito Juárez o Porfirio Díaz mataron por razones de Estado o a falta de Estado, por el ‘interés común’; a otros como Agustín de Iturbide, Pancho Villa o Álvaro Obregón no les tembló la mano para disponer personalmente de las vidas de sus enemigos. Quizá por eso su fin estaba escrito en letras de un refrán popular: “quien a hierro mata, a hierro muere”, apunta Alejandro Rosas.

Villalpando y Rosas, coinciden al señalar que “no deja de ser vergonzoso que, en una rápida mirada a la historia de nuestros procesos, los mismos caudillos y líderes políticos, tanto de la Independencia como de la Revolución, fueran parricidas: acabaron con ‘los padres de la patria’. En el primer caso, Iturbide y Guerrero terminaron sus días en el paredón; en el segundo, los principales jefes revolucionarios murieron en la más pura expresión del canibalismo revolucionario, devorándose entre ellos. Paradójicamente, en ambos casos, los movimientos que abanderaron y acaudillaron ya habían concluido”.

  • Siglo XIX, de fusilamientos

La muerte con honor

El 21 de marzo de 1811, en Acatita de Baján, Saltillo, fue capturado a traición el cura Miguel Hidalgo y Costilla luego de un largo y tortuoso camino que se prolongó por casi un mes bajo los inclementes rayos del Sol. Con hambre y sed, por fin llegó a su destino en Chihuahua, donde fue sometido a un largo proceso militar y a la degradación eclesiástica, ya que su condición de sacerdote le impedía ser fusilado.

El día de la detención, Hidalgo viajaba junto a Allende, Jiménez, Juan Ignacio Ramón y Manuel de Santa María, quienes fueron cayendo uno a uno a manos del teniente coronel Ignacio Elizondo, quien fue ordenado por las fuerzas realistas que fingiera pasarse al bando insurgente y de esta manera filtrar información precisa de sus movimientos, estrategias y objetivos al ganarse la confianza de los caudillos.

Al momento de caer emboscados, Hidalgo alcanzó a recriminarle a Elizondo: “¡Es usted un traidor!”.

Finalmente, degradado de su condición de clérigo, el 29 de julio de 1811 a Hidalgo le fue enterado de la sentencia. Al día siguiente, a las 7:00 horas fue llevado a un patio, donde lo esperaban los hombres que darían fin a su vida.

Fueron tres los intentos de fusilamiento, los que le destruyeron el vientre y fracasaron por quitarle la vida al Benemérito de la Patria, hasta que a bocajarro, en un intento más, dos hombres accionaron sus fusiles apuntados al corazón hasta arrancarle la vida.

Posteriormente le cortaron la cabeza y ésta fue exhibida en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, hasta que los cuervos y gusanos consumieron la carne. Entonces fue llevado el cráneo a la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, para finalmente conservarlo en el monumento a la Independencia.


  • Siglo XX, de asesinatos a mansalva

La muerte sin pudor


Confiado en la nobleza humana, Francisco I. Madero murió de dos tiros en la cabeza el 22 de febrero de 1913, mientras gobernaba al país tras el derrocamiento de Porfirio Díaz.

Al presidente Madero le alcanzó la vida para estar al frente del país de 1911 a 1913, cuando en febrero de ese año fue traicionado por el general Victoriano Huerta, quien se puso a sus órdenes para luego fingir sofocar a los militares que conspiraban en su contra.

De acuerdo al libro Cuando las balas y las traiciones acabaron con la democracia, de José Manuel Villalpando, el principal error de Madero fue su exceso de buena fe y su exagerada confianza en su gabinete, pensando que cada uno cumplía con su deber.

Tan es así, que en puestos clave, Madero mantuvo a colaboradores porfiristas, es decir, que en el periodo que el médico homeópata dirigió al país se seguía viviendo una especie de porfirismo.

Gustavo Madero, diputado y hermano del presidente sospechaba desde el principio de los intentos golpistas del general Victoriano Huerta. Más tarde, con pruebas en mano, Gustavo ponía al tanto a su hermano de la conspiración que se fraguaba en su contra. Sin embargo, Francisco le reprendió a Gustavo que se dejara llevar por la primera impresión y por sus impulsos.

Un olor a muerte se respiraba en la capital mexicana, donde el general Huerta, junto a Félix Díaz y Manuel Mondragón, buscaban apoderarse de Palacio Nacional.

Como prueba de ello, Gustavo desarma personalmente a Huerta en el interior de la sede del gobierno de Madero y lo lleva a su hermano. El general ante Francisco I. Madero jura lealtad a su gobierno, a lo que el presidente le responde, de acuerdo al libro Muertes históricas: “Señor general, tiene usted 24 horas para demostrarme su lealtad”. Horas más tarde del mismo 18 de febrero de 1913 se consuma la traición.
Francisco I. Madero y su vicepresidente Pino Suárez son aprehendidos en Palacio Nacional. Más tarde, el diputado Gustavo corre con la misma suerte, quien sufre humillaciones y vejaciones, hasta que lo asesinan.

Tras unos días de estar presos en la intendencia de Palacio Nacional, Francisco I. Madero y Pino Suárez son llevados en vehículos a la penitenciaria del Distrito Federal. Sabían que su final estaba irremediablemente cerca.

Francisco Cárdenas, tras 15 años de servicio en el Cuerpo de Rurales, solicita al gobierno huertista su incorporación al Ejército federal. Es entonces, de acuerdo a los historiadores Villalpando César y Rosas Robles, “el hombre indicado para dar muerte a Madero”.

En el trayecto a la penitenciaria de Lecumberri, Madero es obligado a descender del vehículo por Cárdenas. A mansalva y sin detenerse a mirarlo dispara en dos ocasiones en la parte posterior de su cabeza. Madero cae al piso bañado en sangre

En un intento de huida, José María Pino Suárez corre con la misma suerte a manos de los huertistas.

''Los mismos caudillos y líderes políticos de la Independecia y de la Revoluvión fueron prnicidas: acabaron con los padres de la patria'' José Manuel Villalpando, historiador

EL INFORMADOR/ OMAR CASTAÑEDA

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