Viernes, 17 de Octubre 2025
Cultura | Por Martín Almádez

Itinerario

Alcadía manoseada

Por: EL INFORMADOR

La imagen de un alcalde ciudadano resultó ser más decepcionante que la imagen de un alcalde político. Con la llegada de Alfonso Petersen Farah a la presidencia municipal de Guadalajara se permitió la especulación de que se podría gobernar desde la ciudadanía misma. Y es que su perfil presentaba a un hombre sin partido político (hasta días previos a su registro como candidato), a un luchador social, a un individuo comprometido con las causas de las mayorías y sobre todo, a un ciudadano consciente y prudente.

En el primer encuentro que formalizó –ya como alcalde electo– con diferentes grupos, ante la solicitud de un reportero para una entrevista, un asistente le sugirió que fuera la secretaria la encargada de agendarla; el alcalde respondió: la secretaria soy yo.

Se vislumbraba a un presidente municipal preocupado con sus compromisos y ocupado en cumplirlos. Nada más lejos de lo que fue su administración.

A Petersen –quién sabe hasta dónde con un alto grado de conciencia– la administración municipal le fue ajena. Le invadieron el terreno de la toma de decisiones y lo que es más lamentable, ignoró muchas de las decisiones que en su gobierno se tomaron.

La maquinaria de su partido o mejor dicho de su equipo partidista, que todo lo definía, pocas veces se tomó la molestia de informarle sobre lo que se haría o se hacía. Quizá el ejemplo más ilustrativo de esta realidad sea el manoseo preelectoral del que fue rehén la Dirección de Cultura.

Pero la sociedad es benévola, hasta donde puede serlo. De ahí que los tapatíos, al menos aquellos de los que podemos ser testigos de sus declaraciones vertidas en la prensa, opinaron en su momento, ante los continuos desaciertos del alcalde que confiaban en la buena voluntad del presidente municipal, pero no lo dejaban hacer las cosas. La bondad como justificación de la ineficacia.

Bien sabemos que ostentar el poder no es lo mismo que tenerlo. Y Petersen vino a refrescar esa verdad. Se empeñó –desde el primer día de su mandato– en la construcción de la Villa Panamericana.

Para ello derrumbó lo construido en una zona tradicional de la ciudad, como es la Alameda, o Parque Morelos. Extinguió más de un siglo de costumbres y hábitos sociales que eran ya distintivos de la idiosincrasia de los tapatíos.

Pese a la oposición de los ciudadanos, ignoró las razones que se le expusieron y borró –literalmente– todo un núcleo urbano de lo más significativo de Guadalajara. Su obtuso propósito (que también le fuera ajeno) se hizo a cambio de nada. No se construirá nada donde él se encargó de que quedara nada.

La enumeración de los desaciertos fundamentales es mayor, como su programa de una ciudad verde que nunca vimos; como el anunciado término del Teatro de la Ciudad (como lo han anunciado los últimos cuatro alcaldes) y del cual sólo quedó concretado esa especie de bunker donde el alcohol y la droga son las realidades indiscutibles de una política cultural basada en la apertura de bares con cara de galería, concesionados de forma más que cuestionable.

El paso de un alcalde que nunca lo fue, arrojó por consecuencia natural, y para bien de Guadalajara –con extensión a toda la zona conurbada– un cobro de factura en las urnas.

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