Sábado, 25 de Mayo 2024
Cultura | POR MARÍA PALOMAR

De lecturas varias

Desafortunadamente el idioma es para la mayor parte de la gente una herramienta primitiva, una especie de mazo o de chanclas de andar por la casa

Por: EL INFORMADOR

María Palomar.  /

María Palomar. /

Los que tienen la suerte de ser hablantes de una lengua universal y culta ni siquiera se dan cuenta de lo que esto significa. Desafortunadamente el idioma es para la mayor parte de la gente una herramienta primitiva, una especie de mazo o de chanclas de andar por la casa cuyo límite en materia de conceptos y de vocabulario es, en este país, el de Televisa (y en muchos otros no andan mejor). Pero a pocos se les ocurre reflexionar lo que significa: será porque no son croatas, o hablantes de swahili, o árabes, o guaraníes con ánimos de conocimiento y limitados por su hábitat lingüístico.

La mayor parte de las lenguas vivas del mundo, sujetas como todo lo está a los azares de la historia, quedaron fuera de la órbita de ciertos brincos decisivos en el conocimiento humano como han sido el Renacimiento y la Ilustración, la revolución industrial y la informática. Por más que sigamos tomando prestado de los griegos un montón de raíces para nombrar cosas nuevas (últimamente lo digital, lo analógico, lo cibernético, etc.), es casi inimaginable para los hablantes del español, francés, inglés, alemán, portugués, italiano (y pocos idiomas más) que los helenos, cuya lengua es a fin de cuentas la de Homero y la de Sócrates, tengan enormes problemas para discutir en ella a Heidegger o abordar incluso el lenguaje común en los periódicos de Occidente. Pero así es. El problema está en que su idioma se quedó durante siglos al margen de la historia occidental (en la que por suerte se montó Iberoamérica desde el siglo XVI) por lo menos desde la caída de Constantinopla.

Las modernas ciencias del lenguaje arrancan en el siglo XVIII. La Enciclopedia Francesa es su muestra más brillante de esa época, pero parecidos esfuerzos se dieron desde los tiempos del humanismo hasta los de las luces en los países de Europa occidental. La lexicografía es algo muy serio y que no se improvisa ni en décadas ni en siglos. El trabajo en el caso del español de la Real Academia, o el de la Academia Francesa, en materia de lexicografía y lexicología ha sido el requisito indispensable para permitirnos pensar y hacer ciencia y conocimiento desde hace tres siglos. Para el inglés, el primer diccionario fue el de Samuel Johnson, publicado en 1755, que siguió vigente como la autoridad absoluta hasta la aparición, en 1928, del Oxford English Dictionary (luego de 44 años de trabajo de un equipo de especialistas).

El OED publicó su segunda edición en 1989 (en 20 volúmenes), y la tercera no se prevé antes de diez años más. En ella han estado trabajando más de 80 lexicógrafos durante las últimas dos décadas. Probablemente no vea la luz como libro impreso: ésa es la novedad que acaban de publicar sus editores. Quizá sólo salga en versión digital. No importa: el trabajo intelectual va adelante y quienes lo requieran podrán adquirir el OED para consulta cibernética. Quienes sigan creyendo que el libro es algo que tiene cuerpo, peso, olor y carácter sin duda seguirán atesorando sus viejas ediciones.
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Germán Dehesa, in memoriam. Escribía como ya quisieran muchos soi-disant escritores. Su compañía cotidiana era casi siempre agradecible, muchas veces gozosa. Fue un hombre bueno y feliz. In paradisum deducant te Angeli...

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