Lunes, 02 de Junio 2025
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Belice, sumérgete en sus maravillas

Tu próxima aventura comienza en este paraíso donde pasearás entre selvas, cuevas y arrecifes  

SUN.

Por la ventanilla del avión se divisa una selva extensa y frondosa. Philip S.W. Goldson International Airport se lee en un letrero. ¿Inglés en Centroamérica? Estamos en Belice. Cuando se habla de nuestros países “vecinos”, la primera referencia es Estados Unidos, luego Guatemala... pero, ¿qué hay de Belice? Esta nación pasa casi inadvertida, aunque es una verdadera joya del ecoturismo en el Caribe.

Al llegar, nos hablaron sobre una cueva con un río subterráneo que “conduce” a vestigios mayas (sí, bajo tierra), de arrecifes coralinos en medio del mar turquesa en donde se formó un enorme y profundo “ojo” natural e incluso de reservas marinas en las que se puede nadar con tiburones.

Muchos no se lo imaginan: Belice es un paraíso terrenal, y estamos a punto de explorarlo. Comencemos con el Gran Agujero Azul. El atractivo turístico más conocido de Belice es, sin duda, el asombroso Great Blue Hole. Hay dos maneras para contemplarlo: desde una avioneta o con equipo de buceo (y el certificado necesario). Elegimos la primera opción.

Partimos del Aeropuerto Philip S.W. Goldson, afuera de Ciudad de Belice, y abordamos una avioneta. En sólo 15 minutos llegamos a la isla de San Pedro, muy cerca de la frontera con México.

¿Tarareaste aquella rola ochentera al leer esto? Efectivamente, se dice que este es el lugar que inspiró la canción “La isla bonita” de la cantante Madonna.

Del aeródromo de San Pedro parten los vuelos panorámicos hacia el Gran Agujero Azul, el sumidero marino en el Caribe, de forma circular y 125 metros de profundidad.

Tras despegar, a unos 20 minutos de vuelo, el espectáculo comenzó en el atolón Lighthouse Reef, que es parte del Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM), el segundo más grande del mundo después de la Gran Barrera de Coral australiana. Entre aguas cristalinas y tonos azules y azules verdosos imposibles, aparecieron ante una mirada incrédula, incontables atolones.

Gran Agujero Azul. Es el atractivo turístico más conocido del país. ESPECIAL

Por fin, a lo lejos, distinguimos una mancha azul oscuro en el lienzo marino: una obra de arte creada por la naturaleza. Al principio era sólo un punto, pero al acercarnos, creció ante nuestros ojos. Era el Gran Agujero Azul, un círculo perfecto, rodeado por un anillo de coral. Es la mismísima cueva vertical que sorprendió al explorador Jacques Cousteau en 1971.

Declaró que este era uno de los mejores sitios para bucear en el mundo. Y, así, comenzó su fama turística.

Giramos alrededor del “ojo” a 150 metros de altura para captar distintas perspectivas: con el arrecife y luego con el mar abierto de fondo.

El sobrevuelo duró 20 minutos, hasta que el piloto emprendió el regreso a San Pedro, no sin antes mostrarnos un barco hundido sobre la franja de coral que divide el mar de las lagunas interiores.

Reserva Marina de Hol Chan. ESPECIAL

Entre corales y tiburones

Este sueño se cumplió, pero Belice guardaba más aventuras para estos mexicanos. Era hora de sumergirnos en sus aguas turquesas.
Desde San Pedro, partimos en lancha hacia la Reserva Marina de Hol Chan (“pequeño canal”, en maya), un área repleta de arrecifes, pastos marinos, manglares y vida silvestre.

Saber nadar es lo mejor, pero no es obligatorio: las embarcaciones te equipan con chalecos salvavidas, y el guía acompaña en todo momento.

No se te olvide esta instrucción: para proteger los arrecifes de coral, está prohibido utilizar protectores solares no biodegradables.

El recorrido se dividió en cuatro zonas: corales, pastos marinos, manglares y tiburones. Durante dos horas, admiramos la vida marina a centímetros de distancia: corales en forma de cerebro o cuernos de alce, barracudas, rayas águila semienterradas en la arena, tortugas verdes y un arcoíris de peces tropicales (ángel gris, loro, mariposa de aleta moteada, corocoro, morenas...).

La parte más emocionante fue en Shark Ray Alley, “el callejón de las rayas y tiburones”, hogar de rayas jaspeadas o látigo, y decenas de tiburones nodriza que, contrario a lo que muchos piensan, no son grandes (pueden alcanzar los tres metros de longitud) ni agresivos, y se alimentan de peces pequeños. El guía lanzó al mar trozos de carne. Los escualos cobrizos se acercaron, justo frente a nosotros, los fisgones. No podía creer lo cerca que estaba de un tiburón. Otra de las grandes sorpresas es que es posible nadar por unos minutos cerca de ellos, a una distancia de un metro y medio.

A pesar de no estar en su dieta, varios no nos atrevimos. Los nervios jugaron una mala pasada. Aquellos que sí lo hicieron comentaron que es una sensación emocionante, pues la inquietud está a tope y se pueden llegar a sentir los bigotes nasales de los tiburones, así como su piel dura y áspera.

Aventura. Vista de la cueva ATM. ESPECIAL

Bajemos al inframundo

Nuestra tercera aventura: explorar las entrañas de Belice en uno de los lugares más impresionantes que muchos hemos visitado: la cueva ATM, acrónimo de Actun Tunichil Muknal: la “cueva de la sepultura de piedra”, en maya.

Llegar a la Reserva Natural de la Montaña del Tapir es toda una experiencia: desde Ciudad de Belice son unas dos horas en auto; desde Belmopán o desde el Sleeping Giant Rainforest Lodge (nuestro alojamiento), es un trayecto de 40 minutos por carreteras rodeadas de selva, rústicos caminos que conectan ranchos y granjas de árboles de guanábana, naranjos, maíz y frijol.

Nos bajamos del vehículo e inmediatamente nos equiparon con chalecos salvavidas y cascos con lámparas incluidas. El guía nos lo advirtió: no se puede ingresar con teléfonos ni cámaras. Antes de reservar esta actividad debes saber que solo la realizan touroperadoras autorizadas.

Después de algunas instrucciones más, iniciamos una caminata que nos tomó alrededor de 40 minutos a través de la jungla. También cruzamos tres ríos de aguas cristalinas y frescas: un alivio ante el fuerte calor beliceño.

La cueva nos recibió con su enorme oquedad en la montaña que “escupía” agua. Para los mayas era el acceso al Xibalbá, el inframundo y, en este caso, a la morada de Chaac, el dios de la lluvia.

Para entrar a la caverna hay que sumergirse en una poza natural, algo turbia, a temperatura ambiente. Nadamos un par de metros al interior de la cueva hasta que pudimos mantenernos de pie. Avanzamos por caminos de piedras y tramos inundados (desde los tobillos hasta el cuello).

El inframundo nos mostró estalactitas y estalagmitas gigantes y columnas grandes y gordas con millones de años de antigüedad, paredes de piedra caliza blanca y manganeso e incluso cascadas petrificadas de carbonato de calcio brillantes.

En un punto, el guía nos pidió quitarnos el calzado y seguir con calcetines para proteger el sitio. Escalamos una roca de unos tres metros de altura hasta unas cuevitas superiores. Estaban repletas de vasijas, platos y ollas de más de 600 años: vestigios que los mayas dejaron de sus rituales y ofrendas a Chaac y, en menor medida, a Hun-Hunahpú (deidad de la fertilidad).

Los objetos están rotos. Los mayas creían que, al hacerlo, el alma se liberaba. Pero hay algo más impactante: esqueletos humanos cubiertos de minerales que les dan un tono amarillo brillante.

Misterioso y fascinante al mismo tiempo, pero siempre con una actitud de respeto. Por lo mismo, no faltan las historias sobrenaturales de esta cueva. ¿Qué tipo de seres custodian ese mundo?

El camino nos condujo a otra inmensa cámara llamada La Catedral, con formaciones rocosas de gran tamaño (algunas presumiblemente talladas por los mayas) y “surcos” en el piso esculpidos por el agua. Una vez en el fondo, hay que escalar un poco más para hallar otra cueva, la joya de la corona de ATM: la “Doncella de Cristal”.

Por mucho tiempo se dudó de su sexo, aunque en 2016 se confirmó que son los restos de una joven de entre 18 y 20 años, colocada en una extraña posición, como si estuviera danzando.

Su cráneo conserva un pequeño círculo sin minerales, que marca el nivel máximo del agua en temporada de lluvias.

Tras 10 minutos frente a la famosa doncella, emprendimos el regreso, culminando nuestra expedición al Xibalbá.

El lujoso Sleeping Giant Rainforest Lodge. ESPECIAL

HOSPEDAJE

Un refugio en la selva

Escondido en la selva beliceña, en una reserva natural llamada Tapir Mountain y en las faldas del cerro que le da nombre: nuestro alojamiento es el lujoso Sleeping Giant Rainforest Lodge, con glamping, cabañas, casitas y villas de arquitectura rústica contemporánea. El lodge está construido en madera y piedra, con vistas de impacto y con efecto calmante, desde las terrazas y decks, hacia la montaña, la neblina de las mañanas y la vegetación.

Algunas villas también cuentan con piscina privada para zambullirte en este mundo idílico, donde nada ni nadie te puede perturbar.

Como parte de nuestra experiencia, nos hospedamos en The Banks, una nueva sección de villas a un lado del río Sibun.

Están equipadas con cocina completa, sala de estar con televisión, un patio privado con alberca, camastros, regadera al aire libre y un gran baño con ducha tipo lluvia. La comodidad total.

Sleeping Giant tiene sus propios restaurantes: Grove House, una especie de casa de árbol, de cocina beliceña e internacional, y la pizzería Don Toñito’s. Las vistas son más que inspiradoras a través de sus ventanales o desde la terraza.

No hay nada alrededor, solo vegetación frondosa, el “gigante dormido” y el sonido de las aves y de los árboles. La propiedad que abarca más de cuatro mil hectáreas, así que se las han ingeniado para diseñar experiencias para los huéspedes, como picnics al borde de un acantilado, caminatas por la selva, a miradores o a través de puentes colgantes, además de paseos en kayak y a caballo, clases de cocina maya y recorridos en bicicleta. También organizan la excursión a Actun Tunichil Muknal.

Este hotel es un destino en sí mismo y un gran escape para compartir en pareja.