Jueves, 25 de Abril 2024

#MeToo: el poder al desnudo

La denuncia pública es una plataforma poderosa para poner luz ahí donde la oscuridad permite abusos

Por: Enrique Toussaint

El movimiento Me Too nació en 2007, pero sólo se volvió viral en 2017. ESPECIAL

El movimiento Me Too nació en 2007, pero sólo se volvió viral en 2017. ESPECIAL

En 2013, Moisés Naím escribió un sugerente libro llamado: “El fin del poder”. El intelectual venezolano sostenía: “los poderosos tienen cada vez más limitaciones para ejercer el poder que sin duda poseen. El poder es cada vez más débil, más transitorio y más limitado”. En un mundo cada vez más conectado, es indudable que las redes de poder y opresión quedan más al desnudo. Es más difícil proteger a los poderosos de los escándalos. No es que el poder desaparezca, sino que es más resbaladizo, menos duradero y más visible. El movimiento Me Too a nivel global ha demostrado que el poder en espacios de prestigio -la academia, las artes, los espectáculos, los medios de comunicación, los partidos políticos o el periodismo- es capaz de cometer y proteger los abusos más abominables.

El movimiento Me Too nació en 2007, pero sólo se volvió viral en 2017. El origen involucró a la activista Tatiana Burke que en 2006 atendía a mujeres violentadas en los Estados Unidos. Según sostiene la activista, cuando trabajaba en un refugio, una joven de 13 años le platicó que era abusada sexualmente por su padrastro. A la mitad de la historia, Burke la interrumpió y la dirigió con alguien más. La joven nunca regresó al refugio. Burke lamentó no haber sido capaz de compartir con la chica que ella también fue abusada y decirle Me Too (yo también). Luego, en 2017, una publicación del The New York Times, en donde se señala al productor de cine Harvey Weinstein como acosador de actrices y modelos durante 30 años, desató un caudal impresionante de denuncias en todo el mundo. El movimiento se volvió masivo y aparecieron denuncias por acoso, hostigamiento o violaciones contra mujeres en 14 millones de tuits.

Detrás de las dolorosas denuncias por acoso, y las heridas abiertas que llevaban décadas sin poderse sanar, había un común denominador: el uso del poder como instrumento de abuso sexual y dominación. No sólo era una radiografía del perverso mundo del dinero, el patriarcado, la fama y el desenfreno, sino también de la protección institucional que existe hacia los poderosos. La complicidad del poder. El poder entendido como la capacidad de una persona o una institución para imponer su voluntad frente a la resistencia de un tercero. Me Too es el uso del escándalo como forma de exhibir las miserias del poder. Los abusos que han sido tolerados por décadas.

Y no sólo eso, es un contundente cuestionamiento de la sociedad, sus complicidades y sus indiferencias. ¿Por qué han pasado décadas para que una mujer encuentre la valentía de denunciar su caso en las redes sociales? ¿Por qué el movimiento Me Too sirve como un paraguas de solidaridad y hermanamiento que facilita dar ese paso?

Por dos sencillas razones. La primera, porque allá afuera hay una sociedad dispuesta a criminalizar a la víctima. Los testimonios de mujeres de Guadalajara, que hemos conocido estos días, son impresionantes. Luego de ser violadas, abusadas, acosadas, pidieron ayuda y fueron menospreciadas. Incluso en espacios que uno puede considerar como progresistas o con sensibilidad frente al acoso. Hombres que prefirieron sus relaciones políticas, sociales o con la élite, antes de proteger a una mujer que había sufrido. Y lo hacemos todos los días desde los medios de comunicación. “Aguas, no vaya a ser que la denuncia sea falsa”. ¿Y si la chava se está vengando? ¿Y si detrás de ellas hay intereses de determinado tipo? Aparte de cargar con el momento más doloroso de su vida, la víctima debe enfrentarse a una sociedad renuente a creer. Yo no me atrevería a denunciar. Preferiría buscar reconstruir mi vida sin añadir más flagelos.

Y, segundo, el viacrucis institucional para obtener reparación y justicia. Los testimonios de las mujeres que han denunciado son desgarradores. La víctima enfrenta no sólo la carga total de la prueba, sino también deben retar al machismo institucionalizado en las instituciones de procuración e impartición de justicia. Agentes del ministerio público que culpan a la víctima de su tragedia. Jueces que se ponen del lado del agresor. Revisemos los datos. Seis de cada 10 mujeres, en México, dicen haber sido víctimas de violencia de género y, sin embargo, de todas las investigaciones que se abren sólo un 3% terminan en sentencias. Y 25% de las mujeres señalan haber sido abusadas sexualmente antes de los 18 años, de acuerdo con la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas.

Y es que la democratización no ha traído consigo la apertura y transparencia de instituciones tan diversas como las empresas, los medios de comunicación, las iglesias, las universidades o los partidos políticos. Recordemos el eslogan del Washington Post: “la democracia muere en la oscuridad”. Si la democracia es el sistema que busca controlar y dispersar el poder, la opacidad es su antítesis. En los cuartos oscuros del poder, ahí donde nadie ve, los abusos son moneda corriente. En muchas de estas instituciones, el poder simbólico y la autoridad siguen condicionando las relaciones personales. El académico, el periodista de prestigio, el comunicador de influencia o el sacerdote tienen un poder moral que funciona para exigir concesiones sexuales que van en contra de la voluntad de la mujer. El poder se transforma, pero el simbolismo sigue siendo fundamental para entender relaciones de sumisión.

Sin embargo, el poder de la opinión pública y los escándalos es un mecanismo inigualable para desnudar esas relaciones de poder que se mantienen en la oscuridad. De acuerdo con el fantástico Kwame Anthony Appiah, las revoluciones morales en las sociedades conllevan una ola de indignación y escarnio social. Actitudes que, en algún momento, eran normales, de pronto, se vuelven inaceptables y condenables. Algo así está pasando con las denuncias sobre acoso, abusos y hostigamiento. Existe una acelerada concientización de mujeres y hombres en el mundo que entienden que usar el poder para demandar sexo o relaciones eróticas es condenable socialmente. Antes podíamos decir que venía en el paquete del poder. Dinero, poder y mujeres. Sin embargo, ahora buena parte de la sociedad entiende que es inaceptable que un político, un empresario, un músico, un artista o un periodista se comporte de esa manera. Por ello, Me Too es una revolución moral.

He sostenido en múltiples ocasiones que el feminismo es la revolución de lo cotidiano porque cuestiona todo: la sociedad, la política, la economía, los hábitos, las relaciones familiares, los valores. Pero, sobre todo, cuestiona el poder. El Me Too es la denuncia masiva de mujeres en todo el mundo que dan un paso al frente, son valientes, y hacen de su caso una personal, una experiencia para transformar la sociedad. Esperemos que las instituciones señaladas, sean partidos políticos, medios de comunicación o universidades, reflexionen y se transformen en espacios que combatan el acoso bajo todas sus formas. Las valientes mujeres de hoy están luchando por algo que las mujeres del mañana agradecerán.
 

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