Viernes, 19 de Abril 2024

Testigos de alegría y esperanza

El testimonio de la alegría cristiana es necesario, hoy más que nunca, en nuestra sociedad con crisis de valores

Por: Dinámica Pastoral UNIVA

Lo único que puede vencer la insatisfacción profunda del hombre actual es un testimonio personal y comunitario de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en la fe en Cristo. ESPECIAL

Lo único que puede vencer la insatisfacción profunda del hombre actual es un testimonio personal y comunitario de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en la fe en Cristo. ESPECIAL

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Is. 61, 1-2ª. 10-11. “Desbordo de gozo con el Señor”.

SEGUNDA LECTURA: 1Tes. 5, 16-24. “Estén siempre alegres y no apaguen su espíritu”.

EVANGELIO: Jn. 1, 6-8. 19-28. “En medio de ustedes hay uno que no conocen”.

Testigos de alegría y esperanza

Las encuestas actuales arrojan elevados porcentajes de desencanto y desilusión entre los jóvenes y adultos ante de nuestra sociedad ante las realidades que vivimos día a día: la gestión política y administrativa, la situación económica y cívica, carestía de vida, desempleo, violencia, terrorismo, inseguridad, discriminación social, ruptura familiar y conyugal, droga, alcoholismo, incluso hambre.

Todo este desencanto genera tristeza, depresión, malestar, pesadez, ansiedad y angustia; es decir, los polos opuestos a la alegría de vivir. El hombre moderno que ha centrado toda su felicidad egoísta en triunfar, tener y gastar, es víctima de su propio invento: la sociedad de bienestar y consumo.

Quizá los hombres, en el tiempo de San Juan Bautista, no eran tampoco más felices que nosotros.

Como entonces, hay también en nuestro mundo una sorda espera, una confusa expectativa que sólo necesita al testigo que le muestre el motivo y fundamento de una esperanza segura: Cristo Jesús. Él viene a “vendar los corazones desgarrados”. Él es el don del Espíritu, el carisma de la alegría en este adviento a breve distancia ya de la navidad. Saber que aguardamos la alegre esperanza, la aparición gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo es motivo de optimismo esperanzado para cada uno de nosotros y para la comunidad humana y cristiana en que vivimos. Por eso nos recomienda San Pablo en la segunda lectura de hoy: “estad siempre alegres y no dejen apagar las ascuas del Espíritu.

El testimonio de la alegría cristiana es necesario, hoy más que nunca, en nuestra sociedad con crisis de valores. Lo único que puede vencer la insatisfacción profunda del hombre actual es un testimonio personal y comunitario de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en la fe en Cristo liberador, vivo y presente entre los hombres que sufren por cualquier motivo. Porque ese testimonio no puede menos de impactar y suscitar la pregunta: ¿Qué secreta esperanza alegra la vida de esta persona o de este grupo de creyentes? El testimonio es siempre un interrogante para los demás, hasta el punto que la vida resultaría absurda si Dios no existe.

Gracias, Señor Jesús. Hoy tenemos motivos de alegría: Tú estás viniendo, ya legas, ya estás en medio de nosotros. Con el Bautista podemos decir: Mi alegría está colmada; es preciso que Cristo crezca y nosotros disminuyamos. Haznos testigos tuyos ante nuestros hermanos los hombres, para que no seas tú el desconocido de nuestro mundo. Amén.

Alégrense, viene el Señor

Es este domingo tercero de Adviento, el Domingo de la Alegría. La primera lectura de la misa es una página del profeta Isaías y exclama: “Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo con mi Dios”. En la segunda lectura, San Pablo les dice a los habitantes de Tesalónica: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión. Quédense con lo bueno”. Ahora que muchos arrugan lacara, preocupados, tristes, por los graves problemas de finanzas, de dinero, el mensaje de Adviento no es pesimismo, sino alegría. En latín hay una frase breve, optimista, imperiosa: sursum corda, que significa “arriba los corazones”. Dios, Padre bueno, hace salir el sol para todos, envía su lluvia para justos y pecadores y multiplica los panes para que a cada uno llegue el “pan nuestro de cada día”.

Ánimo, confianza en Dios. La Navidad ha de tener un noble motivo espiritual, y no las preocupaciones y angustias de la bolsa y la distribución y el empleo de los billetes de banco.

“Estén siempre alegres en el Señor”. No han entendido la verdadera santidad, los artistas, pintores y escultores que han plasmado en sus obras caras tristes, santos adustos hasta con un sello de fracaso. No ha sido así. Los santos son mensajeros de la alegría interna del fuego del amor. María, la Madre del Señor, va con alegría a visitar a su prima Isabel, que ya espera un hijo a pesar de sus muchos años. María responde al saludo de Isabel con una alegre alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”. Los signos de la santidad son el amor a Dios y al prójimo; ser limpios de corazón, siempre humildes, sin el afán de riqueza terrena ni de recibir honores; y, como resultado de todo, ser siempre alegres, porque nada puede empañar su gozo interior.

“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?” Si amar y ser amado es fuente inagotable de alegría, entonces para los santos y los verdaderos cristianos también en este siglo XXI el amor a Cristo y saberse amados por Cristo ha de ser causa de alegría.

San Pablo sufrió cinco veces los treinta y nueve azotes, por el odio de sus compatriotas; tres veces fue apaleado; tres veces naufragó y pasó una noche y un día abrazado a un madero para no ahogarse; cárceles, hambres, sed, desnudez, falsos amigos y un · largo peregrinar de treinta años hasta la cumbre del martirio. Y exclamaba: “¡Todo lo vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado!’’.

José Rosario Ramírez M.

Estén alegres, el Señor está cerca

Este tercer domingo de Adviento la palabra del Señor nos anima e invita a estar alegres en medio de este ambiente tan peculiar que vivimos. Después de nueve meses de encierro, de zozobra, de angustia y en muchos casos de dolor por la pérdida de un ser querido, una Buena Nueva se nos anuncia: se acerca la celebración del nacimiento del Mesías, el Salvador. La imposibilidad de asistir a los Sagrados Misterios en los templos desde hace tantos meses nos ha debilitado en nuestra vida espiritual, por más esfuerzos que hacemos por tener presente nuestra vida de fe. Muchas veces nos gana la tristeza, el desaliento, la desgana y los atractivos mundanos, aunque lícitos, pero nos adormecen y nos hacen perder la dimensión divina de nuestra vida de cristianos.

La palabra de los profetas nos recuerda que el Señor viene precisamente a curar los corazones quebrantados, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad de la mente para expresar nuestra fe y proclamar la verdad en medio de tantas mentiras que nos agobian por todas partes. No sabemos a quién creer. Todos nos quieren llevar a su verdad. Vivimos en un caos de información; somos juguete de los portavoces, de los medios de comunicación.

San Pablo nos pide que nos conservemos intachables en cuerpo y alma para estar listos para la llegada del Señor. La palabra de Dios nos invita a vivir alegres para no decaer en nuestras buenas obras. Se nos pide que evitemos el mal, que seamos justos, aunque veamos cómo ha aumentado la injusticia, la violencia, la ineptitud de los nos gobiernan para darnos seguridad. Se nos invita a ayudar al que sufre, al que no tiene. ¡Cuántos viven en gran necesidad porque han perdido el trabajo, o lo poco que tenían y necesitan! ¡Cuántos necesitan una palabra de aliento, una sonrisa, que nada cuesta! No la neguemos. Ayudemos a que todos estén alegres como nos pide el Señor para que nuestra alegría sea completa. Anunciemos con Juan el Bautista, una humanidad nueva, una vida más justa, más humana para lograr juntos una sociedad más sana.

Francisco Javier Martínez Rivera, SJ - ITESO

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