Martes, 19 de Marzo 2024
Suplementos | Decimoséptimo domingo del tiempo ordinario

Multiplicar los panes hoy

Pidámosle al Señor que nos ayude a multiplicar nuestro amor para que se produzca el milagro; que aprendamos a ofrecer, con humildad y sencillez, nuestros talentos

Por: Dinámica pastoral UNIVA

Jesús deja patente que Él mismo es el pan vivo bajado del cielo que da vida eterna al que lo recibe. WIKIMEDIA/«Milagro de los panes y los peces», de Giovanni Lanfranco

Jesús deja patente que Él mismo es el pan vivo bajado del cielo que da vida eterna al que lo recibe. WIKIMEDIA/«Milagro de los panes y los peces», de Giovanni Lanfranco

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

 2Re 4, 42-44.

«En aquellos días, llegó de Baal-Salisá un hombre que traía para el siervo de Dios, Eliseo, como primicias, veinte panes de cebada y grano tierno en espiga.

Entonces Eliseo dijo a su criado: “Dáselos a la gente para que coman”. Pero él le respondió: “¿Cómo voy a repartir estos panes entre cien hombres?”

Eliseo insistió: “Dáselos a la gente para que coman, porque esto dice el Señor: ‘Comerán todos y sobrará’ ”.

El criado repartió los panes a la gente; todos comieron y todavía sobró, como había dicho el Señor».

SEGUNDA LECTURA

Ef 4, 1-6.

«Hermanos: Yo, Pablo, prisionero por la causa del Señor, los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el Espíritu con el vínculo de la paz.

Porque no hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también una sola es la esperanza del llamamiento que ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos».

EVANGELIO

Jn 6, 1-15.

«En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?” Jesús le respondió: “Díganle a la gente que se siente”. En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil.

Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien”. Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.

Entonces la gente, al ver el signo que Jesús había hecho, decía: “Éste es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo”. Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo».

Multiplicar los panes hoy

El evangelio de este domingo nos invita a centrar nuestra reflexión en el milagro de la multiplicación de los panes por obra de Cristo, calificado por el evangelista San Juan como un signo: hecho extraordinario de Jesús, mensaje que se nos da de lo alto. Este maravilloso signo de abundancia de parte de Dios resulta sumamente revelador de la divinidad de Jesús, deja patente que Él mismo es el pan vivo bajado del cielo que da vida eterna al que lo recibe.

Cada misa que celebramos es una “multiplicación de los panes” para todos los fieles. Jesús se nos ofrece como ese pan de vida para saciar nuestra hambre, y también nos invita a colaborar en ser signo de liberación en medio de nuestra sociedad. Es urgente compartir más y mejor la fe y el amor, también hoy la gente tiene hambre, hambre de una palabra de aliento, hambre de dignidad y derechos humanos, hambre de paz y de justicia, hambre de solidaridad y realización personal.

Por ello la necesidad de vivir intensamente la Santa Misa, de tener una celebración auténtica de la fe en el misterio Pascual que nos urja a dar el paso definitivo hacia el compromiso permanente en nuestra vida. Multiplicar los panes hoy en día supone primero el gran milagro del amor. Por esto, nuestra fe y el amor han de pasar de la Eucaristía al campo de la vida diaria: en la calle, la oficina, las aulas, la familia, los amigos… Cada que nos acercamos a recibir al Señor, llenamos nuestros canastos de esos panes y peces que el prójimo tanto necesita, a veces puede ser una limosna, un saludo cordial, una sonrisa, o un momento de atenta escucha.

Esos panes son, sin duda, una representación de los talentos que Dios nos ha regalado. Sólo en la medida en que los demos a los demás, producen y rinden todo cuanto pueden. Si los guardamos para nosotros mismos, pueden no dar fruto. Hay que recordar que el milagro en cuestión comienza cuando aquel muchacho cedió al Maestro sus panes, para que diera de comer a toda una multitud.

Fe y amor deben encarnarse y operar en la política, la economía, el trabajo, la ciudadanía, para ser de verdad fe y amor en acción. Pidámosle al Señor que nos ayude a multiplicar nuestro amor para que se produzca el milagro. Que aprendamos a ofrecer, con humildad y sencillez, nuestros talentos, conscientes de que los hemos recibido para darlos a los demás.

El valor de compartir

La multiplicación de los panes que nos cuenta el evangelista Juan (6, 1-15) no es un acto de magia, sino un signo de Jesús cargado de significados que en una lectura aquí y ahora, respetando el allá y entonces, nos invita a actualizar que el dios dinero sigue siendo el instrumento ante el cual se hincan personas, sociedades y naciones.

El dios dinero, signo de capital, mercado y dominación es un elemento de un sistema que excluye, descarta y violenta; coloca a muchas personas y pueblos sin alcance de satisfacer las necesidades básicas: alimentación digna, salud, educación de calidad, techo, tierra y trabajo. Como dice Eduardo Galeano (2008), no podemos seguir comulgando en los altares de una cultura dominante que confunde valor con precio y convierte a las personas, pueblos y países en mercancía; no debemos hacerlo cuando sabemos que el dios dinero promueve la injusticia, la desigualdad y desplaza al Dios del templo de aquellos tiempos, al Dios de la Persona de Jesús, quien hoy nos invita a reconocer por sobre todas las cosas que lo más importante para Él es la Persona Humana: tú, yo, nosotros todos, sus hijos.

El Dios de Jesús es el Dios compasivo y solidario, así lo revela su Hijo que hace lo mismo que Él: amar a las demás personas (compasión) y dar de comer a una multitud con una pequeñísima cantidad de alimento (solidaridad). Compartir es lo fundante y fundamental para un seguidor de Jesús; lo que le toca, su ración individual, la reparte sin menoscabo, distanciado de egos, miedos y resistencias; cuando esto sucede se activa la solidaridad que deja como evidencia lo sobrante, la sobreabundancia.

Cantemos en Acción de Gracias (Eucaristía) el tema de Cecy Rivero, RSCJ: “Haznos ofrenda Señor hoy contigo de justicia y reconciliación pan partido siempre repartido en la mesa de la comunión. Haznos vida cariño y entrega que valientes podamos romper actitudes que matan la vida que nos llenan de miedo y nos quitan la fe” (Contrastes, 2002).  Compasión y solidaridad, virtudes necesarias para inaugurar un mejor futuro de Nuestra Casa Común.

Javier Escobedo, SJ - ITESO

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