Jueves, 25 de Abril 2024

El templo del sol atrapa la esencia indígena

En esas paredes de piedra, indígenas se turnan con relatos de su pasado

Por: Susana Madera / EFE

El Templo del Sol es una gran edificación de piedra a los pies del volcán Pululahua, a tres mil metros de altura sobre el nivel del mar. ESPECIAL

El Templo del Sol es una gran edificación de piedra a los pies del volcán Pululahua, a tres mil metros de altura sobre el nivel del mar. ESPECIAL

El Templo del Sol, una gran edificación de piedra a los pies del volcán Pululahua, atrapa entre sus paredes fragmentos de la historia indígena, plasmada en cuadros, esculturas y esencias aromáticas para recordar el pasado, comprender el presente y proyectar la identidad cultural al futuro.

El templo-museo con inmensas paredes que terminan en un zigzag típico de castillo de la Edad Media, se levanta a pocos kilómetros del turístico monumento de la Mitad del Mundo, que corona la línea imaginaria que divide al planeta en los hemisferios Norte y Sur, postal de locales y extranjeros con un pie a cada lado.

En esas paredes de piedra, que acunan en su interior historia de los antepasados ecuatorianos, indígenas se turnan con relatos de su pasado, hablan de la colonización, destacan la importancia de la naturaleza y subrayan los tres principios básicos de sus ancestros: no mentir, no robar, no ser ocioso.

“Es muy importante tener este conocimiento de cuál es nuestra identidad cultural, saber quiénes son nuestros ancestros para saber quiénes somos ahora y hacia dónde caminamos”, dice Munay Sisa Ortega con collares rojos y su traje típico en el que destacan impecables flores de un rojo intenso bordadas en una blusa blanca.

Su padre, Cristóbal Ortega Maila cuenta que el templo es la concreción de un “sueño”, que financió con recursos propios en un lugar “sagrado”, en el centro del mundo, donde la energía fluye, y donde exhibe sus pinturas y esculturas para mantener “viva” la historia indígena.

De estatura pequeña, rostro de facciones duras y una larga cabellera negra, Cristóbal Ortega recibe en el Templo -a tres mil metros de altitud- a chamanes que honran a la naturaleza en ceremonias en la que puede participar el público, aunque también la pueden ver desde los inmensos graderíos de piedra alrededor.

Sobre esas imponentes gradas ya se aprecian esculturas de rostros de humanos y de animales que integrarán el Templo de la Luna, ahora en gestación.

El Templo del Sol, que representa a los grandes santuarios indígenas, acoge además en sus tres pisos, conocimientos de los antepasados para calmar males del cuerpo con elementos de la naturaleza.

En una gran sala tenue y a desnivel, expertos indígenas explican las propiedades del jade y el cuarzo usados por sus ancestros y, tras pedir al visitante cerrar los ojos y extender las manos, una danza de aromas, concentrados en esencias extraídas de distintas hierbas, crean un ambiente de tranquilidad.

La “banda sonora” sale de instrumentos de la propia naturaleza y sobresale el llamado “palo de lluvia”: un palo hueco con semillas en su interior que al moverlo de arriba abajo emula el sonido del agua al caer.

De pronto, el corazón da un vuelco al escuchar a un puma, pero vuelve a su sitio al ver a Nina, otra de las hijas de Cristóbal, soplar en una figura de cerámica de la que sale ese sonido, que moldeado con el movimiento de sus manos, imita el rugido del animal.

La zona era antes hogar de pumas, recuerda Nina al señalar que incluso la población cercana Pomasqui, se llamó originalmente “Pumasqui”.

Reverencia al Astro rey

En el museo, de unos 500 metros cuadrados de construcción, Ortega, de 52 años y descendiente de la cultura Kitu Kara, hace una reverencia al Sol, para lo cual ha dejado una abertura que permite el ingreso de los rayos del Astro rey, que caen de forma perpendicular dos veces al año: 21 de marzo y 23 de septiembre.

El resto del año, los rayos que se filtran a la cámara solar, iluminan una estrella de ocho puntas dibujada en el piso, como la que usaban los ancestros para marcar fechas de siembra y cosecha.

Dentro del templo, esculturas hechas en roca recuerdan a indígenas guerreros que se resistieron a la invasión española, mientras pinturas, en las que sobresale el amarillo y el rojo, narran apartes de la cosmovisión andina.

Pero Ortega Maila no sólo pinta sobre la cultura indígena. Su indignación por la injusticia, las guerras, las desigualdades, el daño al medioambiente, la ha plasmado en obras de colecciones como “En peligro de extinción”, que exhibe también en el Templo del Sol.

“Si no hubiera sido pintor, estaría en un manicomio porque siento locura de ver la desesperanza y desilusión de la gente. En mi pintura están sus siluetas para enseñar al mundo lo que no quiere ver”, subraya el artista.

 

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