Jueves, 18 de Abril 2024

Cuidar, cuidarnos

La actual situación de pandemia que el mundo vive nos remite nuevamente, y necesariamente, a experimentar nuestra fragilidad humana, pero al mismo tiempo nos presenta una enorme oportunidad para cuidarnos personal y comunitariamente

Por: El Informador

Es momento de dejar que Jesús, nos ponga ese barro en los ojos que nos permita ver y vivir con paz y hermandad la actual situación. ESPECIAL

Es momento de dejar que Jesús, nos ponga ese barro en los ojos que nos permita ver y vivir con paz y hermandad la actual situación. ESPECIAL

PRIMERA LECTURA: 1 Sam. 16, 1b. 6-7. 10-13ª. “David es ungido como rey de Israel”.
EVANGELIO: Jn. 9, 1-41. “Fue, se lavó y volvió con vista”.
SEGUNDA LECTURA: Ef. 5, 8-14. “Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.

Aunque en diversas etapas de la historia muchas civilizaciones han sentido que tienen ciertas seguridades en su caminar, también ha habido momentos históricos en que no únicamente una sino muchas sociedades han experimentado zozobra e incertidumbre, como pasó, por ejemplo, en el siglo XIV con la peste negra en Eurasia, o durante las grandes epidemias de viruela y cocoliztli que se padecieron en México durante el siglo XVI. 

La actual situación de pandemia que el mundo vive nos remite nuevamente, y necesariamente, a experimentar nuestra fragilidad humana, pero al mismo tiempo nos presenta una enorme oportunidad para cuidarnos personal y comunitariamente. En estos días muchas pláticas sobre la pandemia reflejan inseguridad, preocupación e incluso desamparo. Queremos que alguien de repente nos comunique que surgió algún atisbo de solución al problema (un medicamento eficaz o una vacuna en tiempo record). Muchos tenemos esperanza, y ésa nunca hay que perderla, en Dios, pero también hay que tener esperanza en nosotros, pues en nosotros está saber querernos y cuidarnos como humanidad, con fraternidad y solidaridad: no olivemos que para el Señor la vida de todas las personas es igual de valiosa, por lo que en la actual situación, y como cristianos, es indispensable no hacerle el juego a la terrible cultura del egoísmo y del descarte de la que nos previene el papa Francisco. 

Por tanto, es momento de dejar que Jesús –como hace con el ciego de nacimiento del Evangelio de hoy- nos ponga ese barro en los ojos que nos permita ver y vivir con paz y hermandad la actual situación, para entonces saber cuidar y cuidarnos con cariño y una sana preocupación por la salud propia y la de los demás. Eso es lo que más puede fortalecer nuestra esperanza, darnos paz interior y, como ha pasado en otros momentos de la historia, ayudar en la probable ruta que nos conduzca a una anhelada solución del problema. Que el pasaje del ciego de nacimiento al que Jesús le devuelve la vista nos ayude a serenar nuestro espíritu, a animar nuestro corazón y a activar nuestra experiencia de cuidado y fraternidad. 

Arturo Reynoso, SJ - ITESO

El ciego de nacimiento

En este cuarto domingo de Cuaresma el evangelista San Juan, testigo ocular y por tanto cercano a los hechos, narra con riqueza de detalles cómo Cristo, siempre compadecido de los afligidos, de los débiles, de los desposeídos, le dio la vista a un ciego de nacimiento.

En los cuatro evangelios abundan los testimonios de los muchos milagros que el Señor hizo para que creyeran que Él era el esperado, el Mesías, el ungido del Señor. Pero en este milagro hay motivos y circunstancias con enseñanza profunda. Primero: Allí en la ciudad de David, en Jerusalén, en los días de fiesta, “una vez que sus hermanos (los apóstoles) subieron, subió él también. Mediada ya la fiesta, subió Jesús al templo y enseñaba” (Juan 7, 10 - 14). “Decían, pues, algunos de los de Jerusalén: ¿No es éste a quien buscan para matarle? Y habla libremente y no le dicen nada” (Juan 7,21). Segundo. El ciego es muy conocido, pues desde tiempo atrás pedía limosna, sentado a las puertas del templo.

Tercero. De muchas maneras, el Señor obró prodigios, milagros: A veces con una sola palabra; otras veces, con sólo tocarle el manto quedaban sanos; y hasta con una sola señal calmó los vientos y aplacó las olas embravecidas.

Como preámbulo se suscita entre el Maestro y sus discípulos, un tema de profundo significación sobre pecado y castigo. Maestro, ¿quién pecó para que este naciera ciego: él o sus padres? Una tradición muy antigua, con abundantes referencias en el Antiguo Testamento, relaciona al pecado la inmediata aparición de alguna desgracia, alguna calamidad. La respuesta de Cristo a los apóstoles constituye una prueba inequívoca: “Ni él pecó, ni sus padres”. “Así nació, para que en él se manifestaran las obras de Dios”. Ese ciego estaba destinado a ser un testigo del amor de Dios. Por eso este milagro tiene signos y etapas. Ante los ojos de todos , hizo un rito, un signo nunca antes empleado: con su propia saliva y un poco de la tierra suelta del atrio, “hizo lodo y se lo puso en los ojos al ciego”.

José Rosario Ramírez M.

Se lavó y volvió con vista

Con la gracia de Dios, comenzamos ahora la cuarta semana del tiempo cuaresmal. Cada vez nos acercamos más a celebrar el misterio de nuestra redención. Por lo tanto, les animo a no desfallecer en nuestra actitud orante y vigilante para celebrar con gozo a Jesús, nuestra nueva Pascua.

El IV Domingo de Cuaresma nos invita a contemplar el relato del ciego de nacimiento. La ceguera biológica, si bien es una incapacidad para ver, mirar o contemplar, no es una incapacidad para vivir, sentir o pensar. Integrada positivamente en el marco de la propia existencia, la ceguera podría ayudar a desarrollar los otros sentidos, a través de los cuales se podrían tender puentes hacia la vida y hacia las personas. Al mismo tiempo, se puede decir que una incapacidad visual no impide desarrollar el sentido moral, el juicio crítico o la búsqueda de Dios.
Sólo Jesús reconoce en el ciego una persona. Sólo Jesús ve en el ciego a alguien en quien se pueden manifestar “las obras de Dios” (cf. Jn. 9, 3b). A través de la humanidad de su mirada, Jesús revela la mirada de un Dios que “ve el corazón”.

Esa mirada de Cristo, es la invitación que Dios nos hace para ofrecer en nuestra vida. Atravesamos, casi mundialmente, por un momento muy difícil y doloroso, vivimos nuestra propia tentación cuaresmal. Por motivos de esta pandemia desatada por el COVID-19, las autoridades sanitarias de nuestro estado, han implementado medidas de salud para prevenir el contagio y la propagación de este virus. Esto ha provocado la interrupción de actividades ordinarias en las escuelas, empresas, iglesias, entre otras. Se nos invita a permanecer en casa para evitar cualquier riesgo.

Durante estos días, llamados vulgarmente “de cuarentena”, podemos afirmar que Cristo ha ungido nuestros ojos. Sí, ha ungido nuestros ojos para que podamos ver y valorar el rol tan importante que tienen nuestros padres, ahora nos preocupamos por ellos al ser parte, tal vez, del grupo más vulnerable al virus. Hoy, más que nunca, agradecemos todo lo que ellos han hecho o dejado de hacer por el bien de nosotros. Mantenemos comunicación constante con nuestros familiares preocupados por su salud y bienestar. Dimensionamos el enorme regalo que Dios nos ha hecho en el amigo, quién no extraña una charla y un buen café con ellos.

La palabra de Dios en este domingo ha venido a ser para nosotros una amorosa invitación para revalorar todo lo que tenemos en la vida, para dar gracias por la salud y tener presentes en nuestra oración a todos los enfermos; para valorar nuestros bienes como una verdadera bendición de parte de Dios; para ser agradecidos por el empleo que se nos ofrece y ser más solidarios con quienes no lo tienen; para disfrutar intensamente cada momento de nuestra vida, cada risa, cada abrazo, cada amigo, cada paso; para no cansarnos de manifestar a nuestros seres queridos el verdadero amor que les tenemos no por una crisis sino por todo lo bello y bueno que de ellos hemos recibido.

Gracias Señor, porque incluso en los momentos difíciles de nuestra vida, Te manifiestas. Ayúdanos a ver con tus ojos misericordiosos, a valorar al prójimo con el mismo amor que Tú tienes. Quita Señor, las escamas de nuestros ojos, originadas por el egoísmo, la rutina, el estrés. Haz que confiemos en Tu infinita misericordia. Amén.
 

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