Sábado, 20 de Abril 2024
México | Análisis

¿Qué espero de López Obrador?

Las expectativas son tenazas que pueden agotar la credibilidad de un Gobierno

Por: Enrique Toussaint

SUN / Y. Xolalpa

SUN / Y. Xolalpa

Andrés Manuel López Obrador es el presidente electo que más expectativa ha causado en la historia moderna de México. Los datos demoscópicos no mienten: 20 puntos por encima de Enrique Peña Nieto y dos dígitos superior a Felipe Calderón. Sólo Vicente Fox desencadenó tal optimismo -y sabemos cómo acabó esa historia-. López Obrador llega a la Presidencia con un bono de legitimidad nunca antes visto en nuestra joven democracia. ¿Es el preludio de la decepción? ¿Es posible que tan amplio bono luego se transforme en amargura?

Sin duda. Las expectativas siempre son camisas de fuerza que deben ser gestionadas hábilmente por los políticos. Por ejemplo, de acuerdo al 62% de los mexicanos, el país mejorará en el plazo de un año. Dos de cada tres ciudadanos consideran que la seguridad mejorará durante el sexenio de López Obrador y 67% asume que la economía será mejor bajo el liderazgo del tabasqueño. Y el grueso de las encuestados -27.3%- cree que los cambios se verán en un plazo -casi récord- de seis meses a un año. Todos esos números se desprenden de una encuesta de Consulta Mitofsky.

Hay cuatro retos que tenemos como país que pueden ser abordados con eficacia por la actual administración

Ahora, ¿qué puede cumplir López Obrador a corto plazo y qué debe ser reservado para una política de más largo aliento? ¿Qué desafíos del presente mexicano pueden ser encaminados con la simple presencia de López Obrador y cuáles, por el contrario, exigen modificaciones estructurales de dos o tres sexenios más?

Hay cuatro retos que tenemos como país que pueden ser abordados con eficacia por la actual administración. Desafíos, algunos de corto y otros de largo plazo, que suponen atajar problemas que son un lastre para el México contemporáneo. Analicemos cada uno de ellos.

Una economía más justa. México es la dieciseisava economía más grande del mundo. Es decir, sólo existen 15 países en todo el orbe con mayor riqueza que nuestro país. Sin embargo, somos la economía número 63 en Producto Interno Bruto Per Cápita. Estamos por debajo de Gabón o Libia en este indicador. ¿Qué significa? Que México es un país rico, pero con una pésima distribución de los ingresos nacionales.

Es un problema de una estructura fiscal que favorece a unos pocos y un gasto que no logra distribuir adecuadamente la riqueza. México necesita crecer a tasas más aceleradas -mucho más que el 2% de los últimos 20 años- pero también debe tocar los impuestos -para que paguen los que más tienen- y los salarios. López Obrador prometió una política social agresiva, una apuesta por la educación pública y la universalización de un sistema sanitario de calidad. Asimismo, habló en campaña de llevar el salario mínimo al doble en un plazo de seis años. México no resiste seis años más de una política neoliberal que concentra la riqueza en muy pocas manos y deja a las mayorías sin oportunidades. La desigualdad no se resuelve en un sexenio, pero sí espero que López Obrador dé los pasos necesarios para que en México exista un auténtico estado del bienestar que garantice educación de calidad, asistencia sanitaria y políticas eficaces de reducción de pobreza.

Una política de combate a la violencia certera, pero sin sacrificar libertades y la protección de los derechos humanos. A corto plazo, el presidente electo, con su mayoría, debe derogar la Ley de Seguridad Interior. Explorar todos los caminos para pacificar al país -entre ellos, la legalización de las drogas- y no caer en tentaciones autoritarias. El Ejército debe seguir en las calles porque no tenemos policías capacitadas para atender puntos rojos de la geografía nacional, pero siempre y cuando entendamos que su labor en las calles tiene que ser transitoria. La mejor forma de proteger al Ejército Mexicano y garantizar la observancia a los derechos humanos es poner una fecha puntual para que los militares regresen a los cuarteles. Seguridad, sí, pero siempre defendiendo las libertades ganadas y sin ignorar el compromiso de la democracia con los derechos humanos.

Este es, tal vez, el punto más disonante con respecto a las declaraciones de López Obrador: un combate a la corrupción institucional y no enteramente voluntarista. La voluntad política es fundamental, no lo niego. Es condición necesaria, pero no suficiente. Qué bueno que el Presidente electo diga que él combatirá la corrupción, pero sin instituciones es imposible que demos pasos ambiciosos en materia de reducción de impunidad. El presupuesto es la ley más importante que impulsa un Gobierno. Es el gasto público de un año, en donde se delinean prioridades y apuestas públicas. ¿Veremos respaldo a la Fiscalía Anticorrupción? ¿Veremos la transformación de la Fiscalía en un verdadero ministerio público con autonomía? No hay un solo país en el mundo que haya combatido eficazmente la corrupción sin construir tejidos institucionales sólidos a prueba de los vaivenes partidistas. Voluntad, sí, pero sólo como el primer paso para confeccionar las instituciones del futuro.

Y, cuarto: no reproducir la vieja política que daña al país e impide la consolidación de una democracia de calidad. Me parece que al interior de Morena coexisten dos pulsiones que, en muchas ocasiones, chocan entre sí. Por un lado, ese nacionalismo revolucionario que añora las viejas formas y no reniega del ancien régime. Que sospecha de todo lo liberal que tiene la democracia y que no dudaría en utilizar las estructuras estatales para reproducir la hegemonía de Morena. Y existe, también, una corriente profundamente renovadora, que entiende la representación, y que no comparte las viejas formas del PRI. Durante el peñanietismo, vimos regresiones inaceptables en libertades y derechos. En materia de democratización, Morena debe definirse: o abrazar el canon que sospecha del pluralismo y las libertades, o romper con las inercias más nocivas -clientelismo, faccionalismo, corporativismo.

López Obrador decidió arrancar con medidas de austeridad que le permiten ganar legitimidad. Es una agenda transversal, que no divide a la sociedad mexicana. Sin embargo, López Obrador no puede olvidarse que su victoria electoral se debe, en gran medida, a que una amplia mayoría de mexicanos no aprueba el rumbo del país: ni la desigualdad exacerbada; ni la guerra contra el narcotráfico que sólo deja muerte, dolor y derroche; ni un combate a la corrupción totalmente manipulado por el Presidente, y menos las tendencias autoritarias que demostró el PRI a su regreso. No sé cuántos años sean necesarios para tener un país que rompa con estas dinámicas nocivas, pero López Obrador tiene, hoy, el capital político para tomar decisiones.

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