Viernes, 26 de Abril 2024

La popularidad de López Obrador

¿Por qué las encuestas registran una aceptación sin precedente en los primeros 80 días del ejecutivo federal?

Por: Enrique Toussaint

La popularidad de López Obrador

La popularidad de López Obrador

Hay unanimidad en las encuestas: López Obrador tiene hoy más aceptación popular que en diciembre. El desabasto de gasolina, la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Texcoco, el cambio en la operación de las estancias infantiles, la confrontación con el Poder Judicial por los salarios o el lento flujo de los programas sociales, no ha desgastado la imagen del Presidente. Si se compara a López Obrador con el inicio de las administraciones de Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto, es indudable que el político de Morena es quien comienza con el mayor bono democrático. ¿Qué está detrás de este respaldo? ¿Cómo explicar la luna de miel entre el líder máximo de Morena y la ciudadanía?

Dicen por ahí que las encuestas son como los bikinis: muestran mucho, pero esconden lo importante. La alta aceptación no quiere decir que el elector promedio comulgue con todo lo que hace el Presidente. Tampoco significa que el respaldo sea inquebrantable o que exista una adhesión ciega a los postulados del Presidente. Empero, lo que sí podría simbolizar es que los mexicanos están premiando las intenciones. Luego de un sexenio, como el de Peña Nieto, que se acabó en 20 meses y con un presidente impotente, todo indica que las encuestas están reflejando un estado de ánimo frente al renovado activismo de la Presidencia. Me explico.

López Obrador ha logrado, en cinco meses de transición y dos meses de Gobierno, sacudir profundamente el tablero político y social. Y la sacudida está directamente relacionada con su diagnóstico de país: la corrupción está por doquier. Detrás del huachicoleo, corrupción. Detrás de las estancias infantiles, corrupción. Detrás de los apoyos del Gobierno, corrupción. Detrás de las quejas de los gobernadores, corrupción. Detrás de las campañas de los medios de comunicación tradicionales, corrupción. Detrás de la resistencia del Poder Judicial a subordinarse a la agenda de austeridad, corrupción. Detrás de las quejas de los empresarios por la cancelación del NAIM, corrupción.

López Obrador ha hecho de la corrupción un metarrelato que busca explicar todo lo que nos sucede como país. Dicho marco de pensamiento embona a la perfección con el sentido común del mexicano promedio que considera que la corrupción es la perversión que está en la base de todos nuestros males nacionales. Y no sólo eso: sino que su discurso sobre la corrupción es transversal. Habla de valores perdidos (argumentos que gustan a la derecha) y condiciones sociales de pobreza y exclusión (argumentos que gustan a la izquierda), para explicar los altos niveles de corrupción y violencia.

Ese relato le ha permitido a López Obrador seguirse construyendo como la kryptonita del sistema, pero desde la Presidencia misma. En esta lógica plebiscitaria que baña su narrativa, el Jefe del Ejecutivo coloca a la oposición permanentemente en la defensa de las posiciones sistémicas. En un momento de desprestigio profundo de las instituciones que fueron cimientos de la transición (INE, SCJN, INAI, órganos reguladores, el tripartidismo, la comentocracia), López Obrador gana el plebiscito y cohesiona, aún más, a su base de simpatizantes. Mientras la oposición no salga de ese marco de discusión, será difícil que la opinión pública los visualice como alternativas al proyecto presidencial. Siempre lo hemos sabido: lo mejor que tiene López Obrador, lo que más embona con una mayoría de mexicanos, es su diagnóstico de país y su estrategia de comunicación.

El simbolismo y la restitución del prestigio presidencial también se encuentran en la explicación de la alta aprobación del Ejecutivo. México tiene una cultura política hiper-presidencialista. Luego de algunos sexenios en donde la figura presidencial sufrió desgaste, la intención de López Obrador es revitalizarla. Dotarla de un sentido histórico y atarla a la transformación. El Presidente vuelve a ser el centro del sistema político (ya no son los gobernadores o los partidos políticos). Todo nace y muere en su narrativa. La opinión pública está premiando ese esfuerzo de restablecimiento de una institución fundamental para el sistema político mexicano, pero que estaba señalada por presuntos casos de corrupción tan graves como la Casa Blanca.

De la misma forma, López Obrador ha sido muy hábil para evitar que las posibles flechas lanzadas contra su Gobierno queden en raspones a su equipo y no afecten su imagen personal. Por ejemplo, la corrupción. El Presidente siempre ha hecho una diferencia muy clara entre lo que él simboliza y lo que puede afectar a su equipo de trabajo. Los departamentos no reportados por Javier Jiménez Espriú y Olga Sánchez Cordero, ¿afectan la imagen de transparencia presidencial? Uno podría pensar que sí, pero la realidad es que mientras no exista un caso que toque directamente a López Obrador, es difícil que la opinión pública lo involucre. La economía tendrá una ligera desaceleración, pero nada que suponga un golpe al Presidente. Frente a estos dos escenarios en donde parece que la imagen del Presidente no corre peligro, la inseguridad sí podría golpear la aceptación del mandatario. Por ello, la implementación de proyectos como la Guardia Nacional que buscan generar resultados en corto plazo.

En ese mismo sentido, las conferencias matinales le han permitido al Presidente monopolizar el debate público e imponer agenda. La vida de un tema es de 24 a 48 horas. Los escándalos no duran más que un instante y cada mañana es una vuelta más a la página. La oposición todavía no entiende esta nueva lógica y las reacciones de sus máximos dirigentes lucen tardías y poco certeras. Eso le permite al Presidente construir una especie de monólogo, en donde él abre el debate y lo cierra. Él propone, corrige y convoca. Esta dinámica no puede ser mantenida durante todo el sexenio, pero en 80 días ha sido efectiva. En la base del discurso lopezobradorista asoma la idea de que estamos frente a un cambio de régimen. Un momento en donde todo está en disputa y no existe tema vedado. La potencia de la narrativa del Presidente está directamente relacionada con la credibilidad de los cimientos del cambio de régimen: el fin de los privilegios, el combate a la corrupción, el debilitamiento del neoliberalismo, la recuperación del poder presidencial, la cercanía con el pueblo. No existe popularidad infranqueable ni luna de miel eterna. López Obrador está utilizando su capital político para sacudir el tablero político y la opinión pública está premiando su activismo cotidiano.

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