Jueves, 25 de Abril 2024

Familiares de pacientes “viven” hasta 10 años en los hospitales

Acompañar y atender a sus parientes enfermos se ha vuelto lo más importante de su vida

Por: Yunuén Mora , Andrés Gallegos

Es común ver en los hospitales a los familiares de los enfermos, que padecen su propio calvario para no separarse de sus seres queridos. EL INFORMADOR/G. Gallo

Es común ver en los hospitales a los familiares de los enfermos, que padecen su propio calvario para no separarse de sus seres queridos. EL INFORMADOR/G. Gallo

En los hospitales de la metrópoli hay personas que, debido a los padecimientos de sus familiares, “viven” en estos espacios.

Por ejemplo, desde hace 10 años y medio, cuando a su hija recién nacida le diagnosticaron insuficiencia renal, José Martín Sánchez se volvió un “habitante” del Hospital Civil Viejo.

José se mantiene optimista a pesar de que el organismo de Kenia rechazó el riñón que recibió como donación en octubre de 2018. Sin embargo, los médicos le indicaron que pronto mejorará su salud y podrá regresar a Ameca, en donde está su casa.

“Se le complicó todo: le bajaron sus defensas, sus plaquetas, le pusieron sangre, pero ahorita me siento más tranquilo, Kenia ya come y ya la podemos sacar a la calle”.

Al igual que José, Martha Cisneros llegó al “Fray Antonio Alcalde” y se instaló en la sala “Juan Valdez” para cuidar a su hija, afectada por un accidente en Tomatlán.

Ella cuenta que sólo se mueve para ir al comedor. Si no hay voluntarios que le den alimentos, sale del nosocomio a buscarlos y a darse una ducha para volver rápidamente a un lado de la camilla.

En el mismo sentido, Raúl Vargas ha pasado en los centros hospitalarios siete de los 13 meses que su hija, internada por una infección, tiene de nacida.

Y Katia espera desde hace cinco meses a que su hijo salga de terapia intensiva. Vestida con gorra azul, bata y guantes, duerme al lado de su cuna, sobre la que cuelga un globo con forma de uno que le dejaron para festejar su primer cumpleaños.

En el primer caso referido, José destaca que lo ha beneficiado la nueva área de descanso que estrenó el Civil en septiembre de 2018, y que hasta la fecha ha ofrecido seis mil 387 servicios a dos mil 200 usuarios.

Desde el hospital, apoyan a familiares en la adversidad

En el Hospital Civil Viejo y otros nosocomios de la ciudad hay pacientes que pueden pasar hasta años en estos espacios.

Para sus familiares, quienes esperan, duermen y viven en estos lugares, la experiencia no es sencilla, pues algunos han tenido que dejar su vida atrás.

Hay quienes hasta la comparan con una cárcel, por no poder salir de ahí. Duermen en el piso, en sillas, en el pasto y en donde se puede, pero nunca por mucho tiempo, ya que el movimiento de doctores y enfermeras es constante. Sin embargo, también lo es el cuidado de sus seres queridos.

Además, aunque hay un sitio de descanso, con camas y regaderas, el tiempo máximo para estar ahí son cuatro horas. Esta área se hizo especialmente para quienes son originarios de municipios lejanos a la metrópoli.

Hospital Ayala. Familiares se adaptan para poder descansar mientras quien convalece se recupera. EL INFORMADOR/G. Gallo

VOCES

“Desde que mi bebé nació estamos aquí”

A pesar de que María y Óscar no duermen en el Hospital Civil, como otras personas, la situación para ellos no es muy distinta y la falta de descanso es constante. Su bebé nació con gastrosquisis, una enfermedad que provoca el nacimiento con los intestinos fuera del estómago.

“No nos quedamos aquí porque no es necesario, pero a veces nos marcan en la madrugada cuando hay emergencias o cuando se acaba algún medicamento”, platica María tomando de la mano a su otra hija: Ingrid, de ocho años, quien ha faltado a la escuela porque nadie puede recogerla.

Óscar, de 33 años, comparte que tuvo que dejar su trabajo los primeros meses, mientras le hacían 13 cirugías a su hijo y volvió porque se acabaron los ahorros. Ahora sólo esperan a que esté fuerte para la última intervención y poder llevarlo a casa.

María, 22 años. Espera a su hijo desde hace cuatro meses

Hacen guardias de 24 horas

Lilia Anabel es una bebé que ingresó al hospital por primera vez a los tres meses y medio de nacida, por una infección. Desde entonces, entre hospitalizaciones por periodos, ha vivido por lo menos siete de sus 13 meses en las camillas del piso 10 del Hospital Civil. Raúl se turna con su esposa para quedarse y poder, también, ir a trabajar en su taller de artesanías en Tonalá.

Hacen rondas de 24 horas, pero no descansan nunca. Cuando están con Lilia tienen que estar alertas todo el tiempo “porque si nos descuidamos y se le pasa una flema, se puede ahogar. Tenemos que estar al pendiente. Es pesado”, explica al recargarse en la pared.

Además, los resultados no son muy favorecedores. A pesar de haberle hecho estudios aquí y en Barcelona, no encuentran la enfermedad que padece y menos la cura. Aun así, Raúl cuenta que se quedará hasta el final.

Raúl Vargas espera a su hija, Lilia Anabel, de un año y un mes

Deben adecuar bancas, sillas e incluso el piso para descansar. EL INFORMADOR/G. Gallo

Sillas que se convierten en camas

Javier estaba dormido en unas sillas de la sala de espera del piso 8 cuando un ruido lo despertó. Esas sillas negras y descarapeladas se convirtieron en su cama desde hace casi dos meses. Su hijo, Chuy, está internado por una obstrucción en la garganta que le impedía comer y beber. Su esposa y él se turnan en las noches para estar junto a la camilla, voltear cada tanto a Chuy e impedir que le salgan llagas.

“No bajamos mucho al área de descanso, nada más a bañarnos, pero por turnos. No nos gusta dejarlo solo por si le pasa algo”, dice tallando sus ojos rasgados y sobando su cabello lacio.

Javier tiene 52 años y viene desde La Ribera, en Ayotlán, un pueblo ubicado en el límite de Jalisco con Michoacán. “Mis familiares no vienen porque es un gastadero de dinero. Como no podemos traerlo en camión tenemos que rentar una camioneta que nos cuesta mil 500 (pesos)”, explica.

“Ojalá ya me lo den de alta porque creo que aquí se enferma más, le da depresión. Prefiero que se termine de recuperar en mi casa”, dice esperanzado.

Javier, 52 años. Hace casi dos meses espera a su hijo

Celebra a su hijo en el hospital

Vestida con gorra azul, bata y guantes, Katia espera desde hace cinco meses a su hijo de un año que se encuentra en terapia intensiva. Duerme al lado de su cuna. Cuando llega su esposo, baja a comer.

“Nosotros venimos de Tepic porque de allá lo mandaron a este hospital. Mi esposo tuvo que dejar el trabajo y mi suegro nos ha estado ayudando con dinero, ya que los aparatos que rentamos para su operación son caros”, cuenta con voz baja para no despertar al bebé que duerme con tubos en la cara y un “1” de globo a lado que llevaron para festejar su cumpleaños.

Katia, con voz temblorosa, dice: “Extraño a mi otro hijo de cinco años que se quedó con mi suegra”.

Katia, 23 años. Espera a su hijo desde hace cinco meses.

Algunos llegan de otras partes del país sin tener un lugar para quedarse. EL INFORMADOR/G. Gallo

“A veces me siento encarcelada”

A principios de noviembre, Martha Cisneros llegó al Hospital Civil con su hija por un accidente rumbo a su trabajo, en Tomatlán. Desde entonces, vive en la sala “Juan Valdez” y su rutina consiste en ir al comedor, salir del nosocomio cuando no van los voluntarios, bañarse de vez en cuando y volver a lado de la camilla.

“A veces me siento encarcelada, y se me hace que en la cárcel se divierten más: por lo menos juegan basquet, tienen actividades o algo, pero ¿aquí? Nada”, cuenta entre bostezos que evidencian su falta de descanso, pero sin dejar la risa de lado. “Aquí no se duerme, nomás se dormita”.

Martha “descansa” en una silla al lado de la camilla de su hija, aunque a veces se recarga en el colchón o tiende cobijas en el piso para estirar su cuerpo.

En Tomatlán trabajaba en un restaurante, pero desde que llegó a Guadalajara no ha hecho más que tomar dinero de sus ahorros. Y, a pesar de que tiene familia, sabe que no siempre pueden apoyar haciendo guardias. “De todos modos no le hace, yo no me puedo ir sin ella”, comenta encogiendo sus hombros.

Sin embargo, a la falta de descanso y dinero también se le suma la forma de ser de las personas que la hacen querer irse ya del hospital. “Cambian de modo muy pronto y en mi pueblo no son así. Aquí a veces ni te saludan, por eso quiero que ya la operen y la den de alta, para regresarnos”.

Martha Cisneros, 41 años. Espera a su hija desde hace más de cinco meses

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