Durante muchos años, México vivió en búsqueda de un sistema político y económico que le permitiese al pueblo mejoras en su calidad de vida. Hubo aciertos y desaciertos, éxitos y fracasos. La historia nos había enseñado (ya se ve que no aprendemos) a superar nuestras diferencias en medio de la concordia. Después de la Revolución, se construyó un sistema que evitaba la permanencia de un personaje como rector de la vida nacional. El PRI, con todos sus defectos, garantizó la movilidad y el reacomodo de los grupos de poder que emergieron de la lucha armada y con posterioridad. Parecía que con el exilio de Calles primero, y el de Salinas de Gortari después, se cerraba el círculo perverso de quienes intentan permanecer más allá de su gobierno. No ha sido así.El prócer anuncia, desde las profundidades de la selva maya, su reaparición. El tigre ruge. Las razones que él esgrime son: su compromiso personal con la democracia, la defensa de la soberanía nacional y evitar un posible golpe de Estado. El método para su reaparición: la presentación de un libro titulado “Grandeza”, del cual acredita su autoría. Al mismo tiempo, desliza la idea de que hay graves acechanzas sobre su sucesora. Ahora resulta que el padre de la criatura sale en su defensa. Sugiere también la amenaza velada de que puede haber violencia colectiva y que su capacidad de movilización del “pueblo bueno” garantiza la estabilidad política y el progreso de los más pobres. Si existe un personaje que ha hecho hasta lo inimaginable para dinamitar las pocas instituciones democráticas vigentes, es AMLO. ¿Qué decir del sistema de justicia y del Poder Judicial? La sola imagen del presidente de la Suprema Corte hace evidente su incompetencia; la ignorancia jurídica de algunas ministras, léase Lenia Batres, María Estela Ríos González o Sara Irene Herrerías, es supina. Respecto de la soberanía, poco puede hablar de ella quien la entregó al hampa y ha sido el mandatario más complaciente con los vecinos del Norte. ¿Dónde quedaron las marchas de centroamericanos? “En cuanto lo apreté tantito, se dobló” dijo Trump, entre burlas y escarnio. Finalmente, un golpe de Estado solo puede provenir de quien tiene las condiciones para hacerlo: el propio gobierno y los militares. Es el viejo cuento de “allá va el ladrón”, mientras el delincuente revisa la billetera del afectado. El verdadero golpe de Estado lo ha venido construyendo López Obrador a través de las reformas constitucionales que han permitido concentrar los poderes en dos manos. Casualmente, no son las de la Sra. Sheinbaum. Las instituciones y las leyes que las ordenan tienen como propósito evitar que “alguien” se apropie de las decisiones colectivas a título personal. El manejo de los bienes y recursos colectivos debe ser vigilado escrupulosamente y no es en la plaza pública y a mano alzada como deben autorizarse. Eso es demagogia. El costo de las dictaduras, en términos de desarrollo político y económico, es altísimo. Por el bien de México, el tigre debe permanecer en la selva.